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Cerco judicial al ex presidente balear

El hombre que tembló en La Moncloa

Los excesos del matrimonio Matas-Areal desencadenan su caída social en Baleares y dejan al ex presidente a las puertas de la cárcel por corrupción

Jaume Matas admitió que le temblaron las piernas en el Palacio de la Moncloa al sentarse por primera vez en el Consejo de Ministros que presidía José María Aznar en 2000. A partir de ese momento, el político balear del PP y su esposa, Maite Areal, afrontaron sin vértigo ni mal de altura su llegada a las cumbres del poder en Madrid. Sólo diez años después de tocar la gloria política, el matrimonio ha caído a plomo en el barrizal de la corrupción. Ambos han tenido que regresar a España desde su refugio dorado de Nueva York al ser imputados en una causa judicial por enriquecimiento ilícito, delito fiscal y malversación. El penúltimo clavo: ayer dimitió como asesor de PricewaterhouseCoopers.

El ex ministro dimitió ayer como asesor de la consultora PwC
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Cuando los ministros de Aznar sufragaron en 2002 a escote su regalo para Ana Aznar Botella, con motivo de su boda con Alejandro Agag, fue Matas el encargado de recaudar los 400 euros de cada uno de los ministros. El obsequio, una vajilla de 6.400 euros, lo eligió y compró Maite Areal, que se ganó con rapidez la confianza del resto de parejas ministeriales. Caminaba bajo la tutela de Rosa Barceló, su íntima amiga de Alicante, esposa del ministro y protector de Matas, Eduardo Zaplana, y último sostén que les queda en aquel Gobierno.

Aznar hizo ministro a Matas con la intención de reconquistar para el PP el Gobierno de Baleares. Se notó en los millones que esparció por las islas. Al recuperar el poder autonómico, en 2003, con una pierna en Madrid y otra en Mallorca, la pareja Matas-Areal se vio en el cadalso de la crítica social por algo que en la isla está muy mal visto: ser pretencioso y ostentoso.

Matas y su pareja fueron excesivos en sus alardes: adquirieron un palacete en el barrio de la vieja aristocracia de Palma y un nuevo apartamento de playa en Sa Colònia, reformaron un piso antiguo en el centro de la capital balear y, en la etapa ministerial, adquirieron otra vivienda en el barrio de Salamanca de Madrid a través de un testaferro, según la investigación judicial.

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Matas tiraba con generosidad del presupuesto: fundió 110 millones en el velódromo Palma Arena, y eligió en Arco para su despacho un Mimmo Paladino de 130.000 euros, la pieza decorativa más cara comprada para un edificio público local.

El piso-palacio de Matas se llenó de lujo, pagado con fondos opacos, y de obras de autores que tenían piezas en las colecciones de arte públicas. Los arquitectos a quienes concedió un contrato de 8,5 millones para el Palma Arena ayudaban al matrimonio a relacionarse y, a la vez, construían la sede del PP.

Maite Areal dejó pruebas sobradas de su pasión por las joyas, vestidos y zapatos. La mujer del ex ministro obtuvo un sueldo en el Gobierno de Esperanza Aguirre -como asesora de Educación de la Comunidad de Madrid- y en Palma: su marido la empleó como relaciones públicas en un hotel y en una asesoría fiscal. Su manejo de los billetes de 500 euros se convirtió en legendario en Palma; en la causa consta el testimonio de varios vendedores. Dos denuncias detallaron bastantes pistas para poder rastrear el dinero y las amistades sospechosas del matrimonio.

La sociedad familiar Matas-Areal fue anfitriona en Baleares de los Aznar, de los Zaplana y de los Rajoy, que navegaron en barcos de hoteleros y promotores inmobiliarios de los que Matas fue cómplice y protector.

El ex presidente balear se casó con Maite Areal muy joven, siendo él estudiante de Económicas en Valencia. Matas entró como técnico de impuestos en la Administración de Baleares. Rápidamente renunció a la tradición familiar socialista y ugetista y abrazó la fe de Alianza Popular: fue director general, consejero y finalmente presidente autonómico de la tierra en la que sus antepasados, abuelo y tíos, dueños de Publicidad Matas, tuvieron que exiliarse o fugarse perseguidos por los golpistas de Franco. Cuando el dictador visitaba Palma, aquella familia cerraba las puertas de sus casas. Unos vecinos de aquellos Matas reflexionan ahora sobre lo ocurrido: "La familia siente cierta vergüenza. Menos mal que los viejos no han visto la debacle".

Jaume Matas.
Jaume Matas.SCIAMMARELLA

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