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Tribuna
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La izquierda europea y el "efecto Mateo"

En los últimos treinta años la socialdemocracia ha visto debilitadas sus señas de identidad. El neoliberalismo y un crecimiento económico constante, que muchos llegaron a calificar de ilimitado, fue desdibujando el concepto de justicia social fraguado a la salida de la segunda gran guerra. De la redistribución equitativa de las cargas y la riqueza se pasó, sin solución de continuidad, a aceptar la libre circulación de capitales y la socialización del consumo. La primera motivó una competencia a la baja entre Estados para reducir la presión fiscal sobre las rentas más altas. La segunda, animada por la facilidad en el acceso al crédito, nos hizo soñar que podíamos ser iguales en el gasto.

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La justicia social fue deconstruida por la corriente dominante. Pasó de ser un propósito político de la comunidad para convertirse en un mero baremo cuantificable. Frente a la intervención estatal, máxima libertad. Frente a la política, la mano invisible del mercado. Frente a los valores cívicos, la infalible gobernanza de los números. Y como crecíamos nos dejamos llevar por la lógica aplastante de los resultados. A mayor actividad económica mayor recaudación, lo que permitía a las distintas Administraciones públicas mantener y ampliar los servicios públicos, incluso, reduciendo impuestos. En el centro de la a tormenta perfecta todo parecía en calma.

No supimos reaccionar ni ofrecimos una alternativa al mercado como animal de compañía y este nos devoró. La desregulación, la supresión de trabas y el predominio de una ética que entroniza la libertad individual sobre todas las cosas, llevó a la fragmentación de los valores comunitarios en derechos individuales que se repartieron por igual, olvidando que los derechos sociales nacieron para compensar la peor posición de los débiles frente a los fuertes. El denominado "efecto Mateo" (porque a quien tiene se le dará y vivirá en la abundancia, pero al que no tiene se le quitará aun lo que tiene) estaba servido. La crisis nos lo ha puesto ahora en cinemascope.

La socialdemocracia perdió parte de su de ser y de su capacidad para actuar como un referente social con entidad propia y definida y, esa pérdida de autenticidad en el discurso la alejó finalmente de los electores. No es cuestión de un gobierno ni de unas personas. Ese sería el discurso fácil. Tan fácil como el del silencio. No. Es algo mucho más profundo que afecta al sentido de la socialdemocracia y al modelo europeo de sociedad en un mundo global.

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La izquierda no persuade ni en Europa ni en España. Pero lo hará mucho antes de lo que pensamos. Y para recuperar la confianza y ejercer nuestra labor de oposición los socialistas debemos actualizar nuestras ideas y evitar que el próximo congreso sea una ocasión perdida. Nos debemos a nuestros votantes, y ejercer una oposición exigente y responsable significa explicar alto y claro que en una sociedad justa son tan importantes los deberes como los derechos; que hay valores colectivos que están por encima de los individuales; que una buena política de igualdad es aquella que acierta en la gestión de la diferencia o que los servicios públicos han de ser competitivos y sostenibles, sin que ello suponga desconocer que su valor social es muy superior a su precio de mercado.

A la izquierda no se le perdonan cosas que a la derecha se le consienten. La visión schumpeteriana del votante consumidor no es compatible con la socialdemocracia. No puede entenderse la política como un mero reflejo de los conflictos sociales subyacentes. Antes bien, hemos de estar preparados para los nuevos retos e incorporar a la política una dimensión constitutiva y transformadora, manifestada en compromisos claros y firmes.

Debemos, asimismo, examinar con honestidad intelectual nuestros errores y aprender de ellos. Si nada hemos hecho mal ¿por qué estamos como estamos? No es cuestión de identificar quién o quiénes nos equivocamos sino de examinar en qué y por qué. Esas son las respuestas que nos permitirán avanzar y recuperar el apoyo mayoritario de la ciudadanía.

Ni la crisis económica, ni la llamada gubernamentalización de los partidos, ni la diversificación de los actores colectivos (movimientos sociales, oenegés...) explican por si solos esa situación. Hay factores endógenos que también resultan relevantes a la hora de examinar el distanciamiento que se ha producido entre partido y sociedad. Para la izquierda política la democracia en la democracia -que diría Derrida- es un presupuesto obligado. Esto significa comenzar por reformar y democratizar la propia casa, haciéndola más accesible y participativa. Allí donde el socialismo ha vuelto a recuperar parte del camino perdido así lo han hecho. De ellos también debemos aprender.

Tenemos mucha tarea por delante y una gran oportunidad para volver a ilusionar y acercarnos a nuestro electorado. Las personas, los liderazgos son importantes. Pero sin un proyecto político atractivo y un partido abierto a la sociedad nada se puede liderar. Sería como gritar por el móvil cuando no hay cobertura.

es diputado del PSOE y coautor del documento para el debate Mucho PSOE por hacer.

Francisco Caamaño, exministro de Justicia

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