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Columna
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Un lamentable rijoso de revista

La rueda de prensa protagonizada la semana pasada por el primer ministro de Italia -como anfitrión- y el presidente del Gobierno español -como huésped- incluyó una estampa chabacana digna de figurar en alguna de las revistas musicales de Celia Gámez y otras grandes supervedettes de la posguerra. Los admiradores de la cultura italiana no terminan de explicarse el fenómeno -en todos los sentidos del término- berlusconiano surgido como consecuencia de la crisis del sistema partidista llevado a la quiebra por la corrupción transversal de tangentopolis. Más allá de las preferencias ideológicas y las afiliaciones partidistas, los admiradores de la Italia de Croce y Labriola, Giolitti, Turatti, Sturzo y Gramsci, De Gasperi, Nenni y Togliatti se asombran de la cursilería oratoria, pensamiento romo, comportamiento hortera, bromas chocarreras y alardes rijosos de Berlusconi.

Era cosa sabida que el primer ministro italiano explota partidistamente las citas oficiales con dirigentes de otros socios de la Unión Europea en beneficio de su política interna y que se considera legitimado por las urnas para silenciar las voces todavía independientes dentro de Italia o de otros países mediante su dominio cuasimonopólico de la televisión y demás medios de comunicación nacionales. Por esa razón, resulta incomprensible que Zapatero, las dos ministras de su séquito y el secretario general de Presidencia no preparasen las respuestas para salir al paso de las previsibles intervenciones zafias y prepotentes de su anfitrión en las comparecencias públicas compartidas por ambos. Zapatero justificaría al día siguiente en París su bochornoso silencio ante las procacidades machistas y los ataques a la libertad de expresión de Berlusconi (consideradas sobre la marcha incluso "interesantes") por la "prudencia" a la que obligan "la cortesía y el respeto institucional" entre Gobiernos. Ni el jefe del Estado ni el presidente del Gobierno de España, sin embargo, respetaron esa regla con Hugo Chávez, también elegido presidente por las urnas, en la Cumbre iberoamericana de Chile.

Las ministras Salgado y Chacón tuvieron ya que soportar las falsas disculpas del primer ministro italiano por sus declaraciones sobre la tonalidad "demasiado rosa" del Gobierno paritario español: "¿Cómo pensáis que se puede decir algo negativo de las mujeres en la patria de Casanova y los playboys?". Zapatero aguantó a pie firme las estúpidas digresiones de Berlusconi sobre las velinas enviadas al Parlamento Europeo, las "bellas, simpáticas y agradables" mujeres invitadas a sus fiestas, el trato con prostitutas ("nunca he pagado por prestaciones sexuales: la satisfacción más bonita está en la conquista") y la prensa crítica de su gestión (incluido EL PAÍS).

Pero aún faltaba lo peor: la utilización del presidente español -como inocente corderito pascual metido en el horno berlusconiano- para frenar el escándalo provocado el pasado verano por el empleo de recursos públicos en la organización de las seniles juergas presidenciales. Concluido el almuerzo posterior a la minicumbre, Berlusconi empujó amablemente a Zapatero y al diplomático Bernardino León (secretario general de la Presidencia) hacia un helicóptero para volar hasta Villa Certosa, escenario de esas alegres fiestas situado a 20 minutos de vuelo. El objetivo de ese rápido viaje "para tomar un café" era proporcionar al diario Il Giornale -propiedad de la familia Berlusconi- un fantástico scoop informativo sobre el presidente español. Un artículo publicado al día siguiente. -"El mito de los progresistas legitima Villa Certosa"- extraía la adecuada moraleja de la manipulada visita al Palacio de las Mil y una Noches de Zapatero, muy popular y apreciado en Italia: "¡Qué golpe descubrir que quien ha visitado este lugar de perdición sea el líder más amado de la izquierda europea, uno de los más morigerados, uno que se ha ganado el apodo de Bambi y que como máxima transgresión sueña con ir a escuchar a su mujer a cantar en el coro!". Pero ni siquiera la felonía de citar a Sonsoles Espinosa en el burlón comentario hizo recapacitar al vejado presidente español: el secretario de Estado para la Comunidad Europea, Diego López Garrido, aclararía ese mismo viernes a través de la RAI que la justificación dada en París por Zapatero a su silencio cómplice en la rueda de prensa -"la cortesía y el respeto institucional" entre países- no implicaba crítica alguna al primer ministro italiano. Parafraseando un viejo dicho, cabría decir que así paga la Roma de Berlusconi el cándido oportunismo de sus incautos invitados.

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