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Columna
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Los obispos y el PP

Josep Ramoneda

Que los obispos estén contra el aborto no es noticia. Es doctrina oficial de la Iglesia desde hace muchos años. Que se incorporen al debate público sobre la modificación de la Ley del Aborto con una ambiciosa campaña publicitaria es más novedoso. Pero los obispos que durante tantos años han utilizado el púlpito para sus funciones de aparato ideológico, a la vista de que las iglesias están cada vez más vacías, han comprendido que si querían que su mensaje se oyera tenían que acudir a las técnicas de comunicación de masas. Lo que no es novedoso pero si relevante es el carácter de la campaña. Una vez más los obispos han evidenciado su peculiar relación con la verdad: para recuperar su autoridad perdida han optado, sin vergüenza alguna, por la demagogia más vulgar. Encargados de difundir verdades tan absolutas como indemostrables, son maestros en la técnica de la confusión del personal. Es tan evidente el efecto buscado -que la gente cuando oiga la palabra aborto vea la imagen de un niño (y a los partidarios del aborto reducidos a la condición animal)- que si sorprende por algo es por su grosería. Pero, en fin, qué se puede esperar de una Iglesia que ni siquiera tiene el coraje de responder a la pregunta: ¿estarían ustedes a favor de que todas las mujeres que aborten vayan a la cárcel?

La Iglesia quiere que la derecha sea su correa de transmisión, y chantajea permanentemente al PP

El aborto es una cuestión muy seria. Con su campaña la Iglesia lo trata frívolamente. La misma frivolidad con que el Papa dice que el preservativo no ayuda a reducir la propagación del sida sino que favorece su expansión. Son problemas gravísimos que afectan a millones de personas. Y una institución con dinero, poder e influencia, en vez de aportar soluciones reales, opta por los ejercicios de danza moral. Decir que de lo que se trata es cambiar la cultura en relación con la sexualidad es un brindis al sol. Porque el Papa sabe que no tiene ninguna posibilidad de conseguir lo que propone. Por tanto, lo que está haciendo es confundir a las personas que le escuchan y desautorizar a quienes luchan de verdad contra el sida. Estos inútiles ejercicios a mayor gloria de su alma bella son inmorales. Y lo mismo ocurre con el debate del aborto. Está muy bien que expongan su doctrina. Pero la demagogia sobra. La presunción de hablar en nombre de Dios no exculpa de la obligación de tener respeto a las personas.

Con el Vaticano en plena crisis interna -"fruto de treinta años de Woytila y Ratzinger", decía el teólogo Hans Küng- y con el mercado de las almas más competitivo que nunca, como efecto de la globalización, la Iglesia española quiere hacerse oír, quiere volver a salir a la calle. Y lo hace con el espíritu de cruzada que siempre le ha caracterizado. Ahora falta ver cómo responde el Partido Popular. Desde un punto de vista político éste es el interrogante principal. De momento, el PP opta por un perfil bajo: está contra la ley y advierte que no criticará a la Iglesia. ¿Dará el paso de salir a la calle?

La Iglesia quiere que la derecha sea su correa de transmisión. Y chantajea permanentemente al PP porque sabe que hay una parte del electorado conservador que le sigue y le obedece. Desde el final del franquismo, la sociedad española ha vivido un proceso acelerado de secularización, que emergió en la Transición pero que en realidad ya había empezado desde mediados de los 60. La Iglesia ha ido perdiendo poder paulatinamente, hasta el punto de que ha salido derrotada en todas las batallas que ha dado en materia de derechos y costumbres. Y ahora se encuentra en una situación paradójica: tiene capacidad para hacer perder al PP, pero no tiene capacidad para hacerle ganar. Su peso en los sectores más conservadores del electorado obliga al líder conservador -Rajoy, en este caso- a buscar la complicidad con ella; pero su falta de influencia en la mayor parte de la sociedad hace que no le ayude en nada -en la legislatura pasada más bien le perjudicó- a la hora de dar el salto a una mayoría de gobierno.

¿Será capaz Rajoy de mantener una autonomía perceptible respecto de la Iglesia? ¿O caerá en la trampa de la legislatura pasada? Zapatero es el presidente de la democracia que más dinero ha dado la Iglesia. Habrá que empezar a sospechar que es la compensación que da a la jerarquía eclesiástica por arrastrar al Partido Popular hacia posiciones intolerantes y crispadoras.

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