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Columna
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Los otros virus

Fernando Vallespín

En un reciente acto en Madrid, el filósofo italiano P. Flores D'Arcais advertía de uno de los peligros de las democracias contemporáneas, su facilidad para caer en la tolerancia hacia la corrupción. Ponía el ejemplo de Italia, pero sospechaba que algo similar pudiera estar ocurriendo de modo casi imperceptible en Francia y España. El síntoma provocado por este virus consistiría en la creación de tramas privadas en connivencia con los poderes públicos -al nivel territorial que fuere- y con el respaldo más o menos implícito de un sector de los medios de comunicación. Ya fuera porque éstos miraran hacia otro lado o porque aguaban la posibilidad de avanzar en su desvelamiento.

El término que eligió para definirlo fue el de putinización, en clara referencia a la generalización de esta práctica en Rusia. Privatización de la acción pública a través de tramas y mafias; respaldo, encubrimiento, o pasividad investigadora por parte de los medios.

El PP parece reaccionar una vez que la evidencia de la trama ya no le permite mirar hacia otro lado

La estrategia de Berlusconi a este respecto la conocemos bien: control de los medios de comunicación y distracción de la opinión pública con declaraciones frívolas. Todo con tal de evitar que otras dimensiones de su acción pública salgan a la luz. Populismo exhibicionista para ocultar lo que realmente se hace.

Todos sabemos cuál es la opinión de este gobernante sobre la mujer, o incluso el momento en el que se encuentra su situación matrimonial. ¿Conocemos qué está haciendo, si es que hace algo, para curar el cáncer de su sociedad, la complicidad entre mafias o grupos de interés organizados y decisores políticos? Una vez resuelta desde el poder su responsabilidad judicial, su acción se reduce a la producción de cortinas de humo que diluyen su acción política -inacción más bien- en mero entretenimiento mediático.

Es obvio que estamos aún lejos de ese modelo, pero el tratamiento dado por algunos medios al caso Gürtel, así como la propia reacción inicial del PP ante el mismo, nos lleva a pensar que estamos jugando con fuego. Banalizarlo, como se hizo en algunos sectores, aludiendo a los sastrecillos valientes, a la inquina del juez Garzón o al interés del Gobierno por esconder las consecuencias de la crisis detrás de un escándalo de la oposición, es la mejor manera de oxigenar a este agente patógeno. Porque, no lo perdamos de vista, cuando la corrupción no escandaliza, cuando la damos por supuesta y la vemos como "natural" estamos en la antesala de la putinización de la política.

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Como bien observara Miguel Ángel Aguilar en estas mismas páginas, hay dos varas de medir la corrupción, la que afecta a los nuestros y la que recae sobre los otros. Solamente así es comprensible que Fabra, por poner un ejemplo, o Gil y Gil en su momento, pudieran ver renovados sus votos cuando a (casi) nadie le cabía ninguna duda de cuáles eran sus prácticas. Pero esto sólo ocurre allí donde los ciudadanos se contagian de los mensajes que les transmiten sus líderes afines. ¡Qué más da que alguno de los nuestros caiga en un escándalo de corrupción si la política, toda política, es corrupta por definición! El virus de la tolerancia hacia la corrupción, como el de la gripe con el frío, se refuerza allí donde florece una sintomatología similar a la provocada por otras enfermedades de los sistemas políticos democráticos: desinterés popular por la política, ensimismamiento y sectarismo de los políticos y connivencia mediática -¡ay como la crisis acabe con el periodismo independiente!-.

La democracia, y esto es algo que no acabamos de interiorizar, es un cuerpo frágil. No es sólo el hardware del entramado institucional. Tiene también un software, un conjunto de intangibles, que son los que a la postre la singularizan, la sostienen y la dotan de dirección. Vive gracias a todo un conjunto de tejidos muy delicados conectados con la cultura política de cada país. Y ese software es tremendamente sensible a virus como el de la condescendencia hacia la corrupción o el ignorar las responsabilidades políticas, tanto por parte de los políticos como de los ciudadanos.

El Partido Popular parece estar reaccionando una vez que la evidencia de la trama ya no le permite mirar hacia otro lado. Lo ha hecho tarde y mal y eso suscita la necesidad de que los partidos piensen en la creación de protocolos de actuación cada vez que alguno de sus cargos aparecen envueltos en algún escándalo. Una salida procedimental, distinta según el diferente nivel de imputación, que a la vez garantice la presunción de inocencia. Todo antes de darse por no enterados.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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