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Columna
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Un partido decente

Fernando Vallespín

Si algo caracteriza la actual disputa por el poder en el seno del PSOE es la insistencia por parte de ambos candidatos en adornarse con un nuevo discurso, en superar la pesada losa de la gestión de la anterior legislatura con nuevas ideas. También, se dirá, en abrir el partido a la sociedad, aunque esta es una declaración más retórica que real. De los partidos siempre sospechamos que hacen cierta la máxima leninista de que "la confianza es buena, el control es mejor". Vigilar que el partido no se les vaya de las manos a quienes lo dominan siempre suele ser la fórmula que encuentra una mayor aceptación, por mucho que el proceso de renovación de las élites internas les coloque ante el indudable riesgo de saltos en el vacío. Este no parece ser ahora el caso del PSOE. Gane quien gane, no habrá una revolución en su organización básica, pero sí deberá hacer creíble que se apuesta por otra cosa, tanto en su mayor permeabilidad a los intereses sociales como en su cuerpo ideológico.

La regeneración del PSOE para abrirse a la sociedad y dignificar la política es una cuestión de "talante"

El problema es cómo recuperar la confianza de sus votantes perdidos o autodesactivados (de recobrar la ilusión, por ahora mejor no hablar). Y a este respecto se juega con algunos clichés, como el del "giro a la izquierda", cuando en realidad, ya no sabemos bien a qué nos referimos con esto ni si es la estrategia adecuada. Lo primero que tendrán que hacer es averiguar qué parte de los votos perdidos se les fueron, en efecto, hacia la izquierda y cuáles hacia otros lugares. Lo más difícil, sin embargo, es ponderar el riesgo de crecer por la izquierda si se hace a costa de perder el caladero del centro. Si ya es difícil enhebrar un discurso de izquierdas en estos tiempos de la tecnocracia, hacerlo sin alienar a los votantes más moderados es casi imposible. Este es el primer escollo. La segunda dificultad de este empeño reside en hacer verosímil la promoción de un discurso izquierdista en unos momentos en que el Estado está a dieta y será difícil empujarlo en la línea que exige la tradición socialdemócrata. O, lo que es lo mismo, ¿cómo convencer a los votantes progresistas de que aquello a lo que se aspira es verdaderamente viable, de que puede volver a activarse la palanca del Estado para acudir al rescate de la sociedad?

Esto último nos conduce ya a la tercera dificultad, que puede resumirse en eso de la imposibilidad de la "socialdemocracia en un solo país". Y aquí es donde se perciben mayores avances en el discurso que hasta ahora nos ha llegado de ambos candidatos. La conciencia de que sin una decidida intervención política conjunta en el ámbito europeo con otros partidos de la misma orientación ideológica no hay posibilidad de llevar a la práctica los objetivos mínimos del centro-izquierda. Para cambiar España hay que cambiar Europa o, al menos, incidir activa y cooperativamente en el desarrollo de una socialdemocracia europea con capacidad para modificar el rumbo de las actuales políticas económicas.

Resumiendo, el cambio de discurso no es algo que se pueda improvisar y exigirá más tiempo del que disponen sus candidatos para enfrentarse en el próximo congreso. Entretanto, el mayor desafío para ambos será trasladar la imagen de que el partido socialista es un partido decente, un partido que, con independencia ahora de cuáles sean sus ideas programáticas, tiene la capacidad y el deseo sincero de regenerarse en la línea de la ya aludida apertura a la sociedad y en la de la dignificación de la política. Recordemos que esas fueron las señas de identidad del zapaterismo inicial. Sí, puede que les sorprenda, pero es, en efecto, una cuestión de "talante". Si nos preguntamos cuál es hoy la mayor dificultad que tiene un partido para restaurar su credibilidad, la respuesta es que participa del vituperio y escarnio generalizado al que se encuentra sometida toda la clase política. Recuperar la credibilidad de un partido exige, pues, poner las bases para recobrar la confianza en la política como un todo.

Puede que esto se vea como parte de lo que Fernando Savater calificaría como una "utopía pudorosa", algo poco épico. Pero es lo que en verdad necesitamos. Quizá por la propia indecencia que emana de las causas que hoy se ventilan en los tribunales españoles. La repugnancia que provocan muestra lo imperativa que es una auténtica regeneración moral en la sociedad y la política. Y para ello no basta con decir que el adversario acumula más cadáveres o podredumbre.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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