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Reportaje:Dos meses de lucha contra el chapapote | CATÁSTROFE ECOLÓGICA

Los primeros arrastreros salen a pescar en Ribeira

La escasez de barcos en el mar eleva los precios del pescado en la subasta diaria de la lonja

Ramón Lobo

En la lonja de Ribeira se respira hielo. La ola polar se cuela por los portones de metal. A fuera, amarrados a las bitas del muelle, varias parejas de arrastreros cabecean en el mar. Son parte de los 34 barcos que no salieron de puerto. Un coro de compradores aguarda a los cuatro que partieron a las dos de la madrugada. Son las siete de la tarde y queda una hora para el atraque y la subasta. Algunos hablan por el teléfono móvil con las grandes superficies, sus clientes. Esperan órdenes de cantidad y precio.

Ramón bulle en indignación. "No hay derecho; no salen todos a la mar porque prefieren cobrar las ayudas, y así no hay cantidad suficiente y los precios se disparan. ¡Una vergüenza!". Otros, le dan la razón. "Hace un par de días se pagó a 62 euros la caja de bacaladiñas (17 kilos), cuando antes se cotizaba sobre los 35", apunta José. "Con estos precios, las mujeres minoristas no pueden comprar nada", dice. Manuel Marco es subastador y reconoce el alza por falta de oferta, pero no entra en los porqués. "Los armadores que salen se están forrando", insiste Ramón, que compra para Eroski y Mercamadrid.

El veterinario desescama el lomo del pescado y huele el filo. "Están perfectos, como siempre"
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En una esquina, cuatro mujeres patean el suelo para entrar en calor. Son minoristas. "Compramos lo que podemos. Después, en el mercado mantenemos los precios de antes para no perder la clientela; el beneficio es muy pequeño", dice Josefa. Ella, como Mercedes, Dolores y María, acuden por la tarde a la lonja, adquieren pescado y al día siguiente pasan la mañana en sus puestos vendiendo la mercancía. "Es duro, pero es lo que hay", dice Mercedes. "No salen todos los pescadores de Ribeira porque muchos no se fían y además no tienen barcos capaces de faenar fuera de la zona prohibida", explica Dolores.

El veterinario de la Xunta de Galicia espera también, envuelto en una bufanda. "Cuando llega el pescado tomo muestras aleatorias de las cajas y compruebo que no tienen fuel en las agallas, y que el color y la textura es la de siempre. Hemos solicitado medios técnicos para poder tomar muestras y analizar en el laboratorio". Pero esos medios aún no han llegado a Ribeira. El veterinario, armado con una navaja, desescama el lomo del pescado y huele el filo. "Están perfectos", dice. "Como siempre".

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Cuando atracan dos arrastreros, pasadas las ocho y media, tras más de 18 horas en la mar, los marineros descargan las cajas con las especies ordenadas. Cobran según la captura y la venta. "Salimos a las dos de la madrugada y a las siete comenzamos a faenar, y a las tres ponemos rumbo a casa. De regreso ordenamos el pescado y lo metemos en cajas"; dice el patrón. "En un buen mes, un marinero puede ganar 1.200 euros en el arrastre".

En la lonja, las cajas se expanden en el suelo. El subastador se coloca en un lado y comienza a cantar los precios. Empieza en 80 euros, por ejemplo, y baja lento en un canto monocorde que recuerda a los niños de San Idelfonso. La venta se cierra cuando alguien dice "mío". Hoy, los compradores como Ramón parecen contentos, pues la caja de bacaladiñas se cotizó a 49. Las minoristas como Natalia, que vende en el mercado de Santiago, tam-bién compró voladora a 3,90 el kilo y venderá a 5,80.

Son los primeros barcos en salir. Los demás esperan amarrados a que se levante la prohibición. "Aquí no existen problemas", dice Ramón, "la ría está perfecta". El veterinario, más cauto, afirma: "Esta catástrofe va a afectar a la zona, sobre todo a la reproducción de las especies". Los compradores cargan lo adquirido en los camiones frigoríficos; las mujeres arrastran cajas con unos ganchos y los marineros se marchan a casa. No hay tiempo para dormir mucho, pues en unas horas vuelven a la mar.

El comprador hace cálculos: "Este barco ha hecho un millón de pesetas. Y eso es un buen día. Los gastos son pocos, no más de 250.000 pesetas". Entre esos gastos están los salarios de la tripulación. Un marinero que no salió a pescar, exclama: "No es como en tierra, en el mar no tenemos derechos".

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