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Columna
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Los principios del PP

Antonio Elorza

Cuando una organización política proclama tener "principios", suele ser un signo claro de que su lugar en el espectro político se sitúa en la extrema derecha. Tenían principios el carlismo o el Movimiento Nacional franquista. Un partido político conservador, como el PP, que ahora incluso reivindica ser de centro, debiera insistir en que posee planteamientos que desde el centro-derecha responden a las demandas de la España de hoy. En suma, que responde a una ideología hoy en auge en Europa, con Angela Merkel o con Sarkozy, y que desde la misma aspira a gobernar nuestra sociedad. A la vista de los textos del pasado congreso, el salto de los "principios" a "las ideas", aunque éstas se autodefinan "ideas claras", revela ante todo un vacío ideológico, ya que su interminable enumeración en el documento así titulado no lleva a parte alguna por pretender llevar a todas. El PP dice estar dispuesto a defender la libertad, la solidaridad, incluso la igualdad, el medio ambiente, etcétera. De cómo dar contenido a tales rótulos y establecer enlaces y prioridades en una circunstancia tan difícil como la actual, nada.

La gran baza de Rajoy en el periodo precongresual ha sido el uso de la virtud de la paciencia

Y el momento es óptimo para emprender esa tarea. La gran baza de Rajoy en el periodo precongresual ha sido el uso de esa virtud de la paciencia en que apoyaron sus éxitos políticos en el pasado personajes de todo tipo, incluidos dictadores como Franco y Stalin. Una vez que estuvo seguro de nadar a favor de corriente, con los barones del partido y los estatutos en calidad de pilares y de válvulas de seguridad respectivamente, midió con cautela sus movimientos, tanto a la hora de dejar que sus adversarios fueran identificándose como cuando llegó el momento de tomar decisiones para privarles de toda posibilidad de inquietarle desde dentro. Rajoy no tolera que un jugador dentro del PP, por relevante que sea su posición, le arrastre a admitir la partida. Ruiz-Gallardón pudo experimentarlo en sus propias carnes el pasado año. Una vez fijados los términos del enfrentamiento, no hubo piedad ni el menor síntoma de voluntad de síntesis: quien se autoexcluye de la pirámide de poder no debe esperar otra suerte que la eliminación, y si ésta no es por ahora posible -caso de Esperanza Aguirre-, su puesta al margen de los centros de decisión.

Cabe pensar que sin pretenderlo ha logrado poner en práctica ese resorte conservador de las estructuras autoritarias que es el flujo circular del poder. El líder máximo obtiene su seguridad de la presencia en posiciones clave dentro de la organización de aquellos que le garantizan la lealtad por haber sido nombrados por él y por deberle el ejercicio de los propios cargos. El acierto en las designaciones y la implacabilidad a la hora de mantener la disciplina entre los designados constituyen los factores que garantizan el buen funcionamiento de ese flujo circular movido desde el vértice. No parece que las reformas estatutarias, pinceladas de superficie, vayan a afectar las reglas de funcionamiento de la organización popular. Si el edificio se derrumba en el futuro, será por la variable externa: una cascada de malos resultados en las elecciones venideras.

A ello juegan sin duda los hoy derrotados, cuya precipitación -impulsada desde El Mundo y la Cope en línea con Esperanza Aguirre- favoreció desde un principio la supervivencia de un Rajoy muy tocado tras las elecciones. Las propias formas de su ataque personal a Rajoy pusieron de manifiesto que se trataba de una conjura, más que de una oposición abierta, y que no les importaba desgarrar la organización. El goteo de dimisiones de notables no tuvo otro efecto, revelando de paso que los disidentes carecían de apoyos suficientes para constituir una oposición en toda regla. Ciertamente, las reglas de juego no les favorecían; de ahí la ocurrencia de las primarias, recurso efectista pero inalcanzable, en vez de plantear una efectiva democratización del procedimiento.

Puestos a actuar mal, remató la faena el ex presidente Aznar, tal vez confiado en que unos signos suyos bastarían para devolverle el liderazgo moral del partido. Nada de esto sucedió y su expresión de disgusto ante la rectificación de Rajoy, sin un solo argumento ni orientación útil para el futuro, desembocó en un claro efecto bumerán. Otro a la espera del fallo, mientras la mayoría de los opositores hacían todos los méritos posibles para que la opinión viera en ellos la extrema derecha del partido. A Rajoy le fue fácil entonces, con el cambio de clima en el estilo de oposición, presentarse como adalid del centro. Su juego, no obstante, sigue siendo limitado: tal vez no baste con el pragmatismo y con la caída de imagen de Zapatero en un tiempo de crisis.

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