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Columna
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El sentido de la crisis

El Mercado, con mayúscula, manda. Ha mandado en el pasado, sigue mandando hoy y va a seguir mandando en el tiempo en que es posible hacer predicciones. Es así y no puede ser de otra manera. La Constitución política, entendiendo por tal la constitución que tiene el carácter de norma jurídica en cuanto objetivación del principio de legitimación democrática del poder, descansa siempre en una Constitución económica que descansa a su vez en el capital como relación social dominante y que, en consecuencia, no es expresión de un principio democrático, sino de otro de naturaleza oligárquica.

La tensión entre el principio democrático de naturaleza política y el principio oligárquico de naturaleza económica ha dominado y continúa dominando la vida de todas las sociedades contemporáneas. El único intento de superar esa tensión que fue la experiencia comunista acabó con el desastre sobradamente conocido. Desde 1989, en realidad desde mucho antes, sabemos que esa tensión es insuprimible y que con ella vamos a tener que convivir de manera indefinida.

Esta es la primera gran crisis con que nos estamos enfrentando. Puede que sea la última, si no somos capaces de salir de ella

Lo decisivo no es la dependencia de la Constitución política de la Constitución económica, que siempre va a existir, sino la forma de manifestación de dicha dependencia. Lo decisivo es hasta dónde puede llegar el principio político de legitimación democrática a imponer límites al principio oligárquico de acumulación económica, hasta dónde se pueden poner límites políticos y jurídicos a la manifestación de la ley del más fuerte, que, insisto, en cuanto tal, es insuprimible.

A lo largo de los últimos cien años, que es cuando el principio de legitimación democrática se ha consolidado de manera indiscutible como principio de organización política de las sociedades contemporáneas, la tensión ha tenido formas de manifestación diversas. Ha habido momentos en los que el principio democrático ha tenido éxito en la imposición de límites al principio oligárquico y otros en los que este último ha conseguido escaparse del control del primero. En la revista SLATE, Timothy Noah acaba de publicar este mismo mes una larga serie de artículos, con el expresivo título, The United States of Inequality, en la que distingue tres periodos, la Gran Depresión (1929-1941), en la que el 10% de la población llegó a concentrar el 45% de la riqueza, la Gran Compresión (1941-1979), en la que se reduce por debajo del 35%, y la Gran Divergencia (1979- hasta hoy), en la que está alcanzando el 50% y con tendencia a ir a más. El efecto perverso que esta enorme concentración de la riqueza está teniendo en el funcionamiento del sistema político ha sido estudiada magistralmente por Jackob Hacker y Paul Pierson, Winner-Take-All Politics: How Washington Made the Rich Richer and Turned its Back on the Middle Class.

Hasta el momento, aunque la tendencia hacia una mayor desigualdad también se está expresando en los países de la Unión Europea, no ha llegado a alcanzar, ni de lejos, la magnitud que ha alcanzado en Estados Unidos. La cohesión social europea es muy superior a la de la sociedad norteamericana. En la Memoria sobre la Situación Socioeconómica y Laboral de España de 2009, del Consejo Económico y Social están los datos. La tensión entre el principio político de legitimación democrática y el principio oligárquico de acumulación no se ha disparado a favor de este último, como ha ocurrido en Estados Unidos. El Estado democrático europeo, mal que bien, ha conseguido aguantar el tirón desigualitario desencadenado por la globalización.

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Tal como está constituida Europa en estos momentos, el principio de legitimación democrática no puede soportar por más tiempo la presión. O se alcanza una forma superior de expresión territorial de ese principio de legitimación democrática o la batalla estará perdida. No en cada país, sino en el continente. Esto es que nos estamos jugando.

La evidencia empírica de que disponemos indica que la extensión territorial de un principio de legitimación política siempre ha sido muy difícil y no se ha conseguido nunca sin superar grandes crisis. Pasó en el tránsito del particularismo de la sociedad estamental y su Monarquía Absoluta a la soberanía nacional y el Estado Constitucional en el siglo XIX, así como también en el tránsito del Estado liberal al Estado democrático en el XX. Todo esto se hizo en el interior de cada uno de los Estados. Hoy hay que hacerlo a escala europea. Y en ningún sitio está escrito que esa transición tenga que acabar siendo un éxito. Esta es la primera gran crisis con que nos estamos enfrentando. Puede que sea la última, si no somos capaces de salir de ella. Pero no lo será, si conseguimos superarla.

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