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UNA VIDA AL SERVICIO DE LA REVOLUCIÓN

El último camino

Dolores vuelve a Madrid. Regresa a España después de un largo exilio. La emoción y el vértigo de reencontrarse con su origen, de volver al punto de partida. La primera sesión de las Cortes democráticas, el viejo escenario de la historia donde 41 años antes se había dejado sentir su voz. El texto que a continuación se reproduce es un extracto del último capItulo del libro Dolores Ibárruri, Pasionaria. Memoria humana, de Andrés Sorel.

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Regresaría a España. No era una victoria en mi particular batalla con el dictador, que ya hacia más de un año muriera. Se trataba, simplemente, de volver al punto de origen, ser coherente con mi propia vida, dejar que mis últimas fuerzas se gastasen en la causa que arrancó mis primeros gritos. La muerte va ya siempre conmigo. ¿Qué sentido tiene sentarse a esperarla? Sería lo mismo que esperar a las puertas de una ciudad a ver cruzar ante ellas la revolución. Cuando uno muere, simplernerite no existe. Pero mientras se respira las circunstancias acompañan el paso del yo arrastrándole, conduciéndole.Pedí el coche para pasear por las calles de Moscú. Apenassi, tras tanto tiempo de residir aquí, he llegado a aprenderme el nombre de algunas. Nunca la, ciudad me había parecido tan inmensa. Como sí en el tiempo de mi exilio hubiesen estado, llegando gentes y gentes de todas las repúblicas, estableciendo en ella sus colmenas. Queda el centro. La ruta de los hoteles. Y la plaza. Culebrea la cola de personas que pacientemente aguantan para el desfile ante el mausoleo de Lenin doblando las murallas. Enfundados en sus gruesos trajes militares, bajo los gorros de piel, los policías caminan parsimoniosamente por la plaza, cuidando de que ningún turista fume en ella. Un roal de sol ha abierto una brecha en las cúpuias de San Basilio.

Las calles están iluminadas para las fiestas del nuevo año. Termina 1976. He cumplido 81 años de edad. -Son las últimas Navidades que paso fuera de España.

Pensé: Tal vez las últimas Navidades de mi vida. Pero a mi edad los pensamientos se deslizan como el vuelo de las moscas: surgen y se desvanecen en seguida.

-Detuvieron a Santiago. Me han dicho que le trasladaron a Carabanchel. Supongo que no será por mucho tiempo, pero debemos poner un telegrama de protesta, haremos una declaración por la radio.

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No le llegará a tiempo el telegrarna: saldrá antes en libertad.

En el mensaje que grabo para la Pirenaica mando mi felicitación para el año nuevo y mi saludo a los camaradas encarcelados, lamentándome de no poder celebrar las fiestas en España.

-El problema es fijar la fecha. Todo son excusas. Fraga ha declarado que no tiene policías suficientes para garantizar mi regreso. Imagínate, a mi edad. No pensará que voy a salir corriendo por las calles.

Contemplo los muebles, los cuadros, los libros. ¿Qué me llevaré? ¿Qué se quedará aquí, para siempre? Qué tarde llega todo. ( ...) Han legalizado el partido. Una decisión del propio presidente, de Suárez. Legalizado. Al fin. Y suena, sigue sonando el teléfono, agotadora, eufóricamente, como las campanas de la iglesia en días de fiesta, como las campanas de Gallarta el domingo de Resurrección.

Avanzada la mañana, tomo una decisión que comparten los camaradas:

-Regresaré sin pasaporte. Que se atrevan a detenerme en Barajas. No esperaremos más. Todo lo que puede pasarnos es que no salgamos del aeropuerto, que nos devuelvan a Moscú. Irene, Amaya, iremos las tres.Había visto otras banderas. había escuchado muchas veces otros gritos de saludo. Gentes que a pie de avión fueron a fundirse en un abrazo conmigo. Por eso mis ojos lo primero que hicieron fue alzarse al cielo de Madrid.

Luego todo fue muy rápido. Película en película. Gallego, Bardem, Meseguer, gritos desde la terraza, la policía instándome a subir a la furgoneta de Iberia, escoltándome hacia un domicilio desconocido, un nuevo Madrid crecido en estos años de ausencia, torres, rascacielos, amplias avenidas y al final la calle de Sangenjo, en una de las nuevas barriadas que, me dicen, habitan periodistas, funcionarlos, clase media. Allí estaba Melchor. Y allí estaban los fotógrafos, los redactores de la Prensa. Al día siguiente, toda España iba a conocer mis primeras, cansadas palabras, en la tierra que abandonara el año 1939.Escenario de la historia

Me alegra enormemente estar de nuevo en mi país. Vengo a vivir en paz y a trabajar en el partido como se trabaja en un país normal. Vengo a defender nuestras ideas, no a, resucitar historias. ( ... )

Trece de julio de 1977. Diez y cinco de la mañana. Era sobrecogedor penetrar en el mismo hemiciclo del mismo Palacio de las Cortes 41 años después.La historia siempre acaba cerrándose sobre sí misma. Devorándose a sí misma. Preguntando: para qué, para qué... Quienes únicamente no existen en ella son sus víctimas. ¡Tantas víctimas! Aquellos que, innorninados la mayor parte de ellos, no volverán a vivirla. Los que en el camino quedaron; a los que se arrebató su único bien: la vida. Quedan las palabras. Unas palabras punteando unos libros que luego en las clases se aprenden de memoria para ser pronto pasto del olvido. El agua lava la sangre. Las flores crecen sobre las tumbas. Nuevos edificios se erigen allí donde se derrumbaron los antiguos, más altos, siempre más altos.Yo buscaba rostros conocidos. Pero allí no estaban ni Gil Robles, ni Manuel Azaña, ni Negrín, ni Luis Companys, ni Largo Caballero, ni Prieto, ni Besteiro, ni González Peña, ni José Díaz, ni Antonio Mije, ni Vicente Uribe, ni Juan José Manso. No estaban.

Recuerdo. Fue el 16 de junio de 1936 cuando pronuncié mi primer discurso en nombre de la minoría comunista. ¡Cuántas veces se hablaría de aquel discurso, cuántos ríos de emponzoñada tinta se vertieron por unas palabras que fueron además, las más de las ocasiones, tergiversadas! ( ... )Me moriré de pie, aquí, en esta sexta planta de la Santísima Trinidad, mirando las estrellas. Será de noche. Por unos instantes se habrá hecho el silencio. Ese impresionante silencio del universo. Yo sé que cuando desaparezca las estrellas seguirán clavadas allí arriba, fijas, inmutables, mirando el absurdo ajetreo de los humanos, pequeños y ridículos, peleándose en el único segundo de vida que les dieron para conocer y saber de sí mismos, desaprovechándolo estúpidamente, matándose entre ellos, luchando los unos para no ser explotados por los otros. ( ... )

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