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Reportaje:La ofensiva terrorista

El último partido de Diego Armando

El segundo ecuatoriano asesinado trabajaba en la construcción y era aficionado del Milan

A Jackeline Sivisapa le entusiasmaba la habilidad con la que Diego Armando Maradona conducía la pelota entre bosques de adversarios. Por eso cuando nació su segundo hijo decidió bautizarlo con el nombre del astro argentino. Sucedió en 1987. Faltaban 19 años para que ETA sepultara a Diego Armando bajo tres toneladas de escombros en el aparcamiento del aeropuerto de Barajas.

Winston Estacio, Jackeline y sus hijos Carmen y el pequeño Diego vivían en una casita de la localidad de Machala, en la costa ecuatoriana, al sur de Guayaquil. Jackeline estaba empeñada en que sus hijos estudiaran y, cuando vio que el dinero no llegaba para pagarles el colegio, emigró sola a Italia para ganar más. Diego tenía entonces siete años. Gracias a las liras que su madre obtenía limpiando casas en Milán, el niño pudo seguir asistiendo a sus clases en la Escuela Naval.

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Cinco años más tarde, el matrimonio de Winston y Jackeline se rompió. La mujer decidió llevarse a Italia a su familia: primero llegaron sus dos hermanos, luego su hija y su madre y, finalmente, Diego, que ya tenía 13 años. "Lo puse a estudiar. Hasta los 17 años siempre estudió, nunca trabajó, porque yo quería que tuviera un buen futuro", insiste Jackeline. Todos los familiares vivían en el mismo piso.

Al parecer, el muchacho se adaptó rápidamente al cambio de país y de idioma. "Era muy amiguero, le caía bien a todo el mundo", recuerda su hermana Carmen. También sacaba buenas notas, pero lo que más le gustaba era jugar al fútbol. Enseguida cayó bajo el hechizo del Milan y comenzó a vestirse con enormes pantalones caídos a media cadera, amplias camisetas de su equipo y el pelo encrespado con pegotes de gomina.

"Me decía: 'Mamá, usted cómpreme la ropa de la talla más grande que haya'. Yo le decía: 'Pero mi príncipe', porque le llamaba mi príncipe, '¿por qué no se pone ropa normal?' 'Mami, es que yo soy así', me respondía. ¿Qué iba a decirle? Yo le dejaba que fuera como le gustara".

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Su hermana cuenta que las chicas le perseguían: "¡Bello, bellísimo!", le piropeaban por la calle. Pero él no les hacía caso. Entonces estaba enamorado platónicamente de la cantante canadiense Avril Lavigne. Mientras tanto, obtenía el diploma de enseñanza media en la Escuela Ponti y aprobaba los dos primeros cursos de mecánica.

Su padre, Winston, se había instalado en Madrid. Diego siempre había estado muy unido a él y le visitaba con relativa frecuencia. Hace tres años, en uno de esos viajes, conoció a Verónica Arequipa, una quiteña morena de la que se encandiló. Verónica vivía con su madre y trabajaba en lo que salía: de mensajera, de limpiadora, de repartidora de pizzas. Diego nunca volvió a Italia. "Decía: 'Voy para Semana Santa, voy para verano, voy para Navidad', pero siempre lo posponía", recuerda su hermana. Dejó los estudios y comenzó a trabajar con su padre en la construcción. Al poco tiempo, se instaló con Verónica en casa de su suegra, en el barrio madrileño de Villa de Vallecas.

Telefoneaba mucho a Italia. Les pedía a su madre y a su hermana que se trasladaran a vivir con él en Madrid. Él y su novia habían dado la entrada para un piso y debían firmar el contrato uno de estos días. Quería reunir a toda la familia en Madrid, terminar mecánica, ahorrar algo de dinero y volver a Machala para construir una planta más en la casa de la familia.

En el hotel Auditorium, muy cerca del amasijo de hierros y cemento donde los bomberos han encontrado a su hijo sepultado, Jackeline aún es incapaz de asimilar la terrible realidad: "No es posible que alguien de 19 años, con tantos sueños, se haya ido... ¿No cree?".

Los bomberos trasladan el cadáver de Diego Armando Estacio tras recuperarlo de los escombros.
Los bomberos trasladan el cadáver de Diego Armando Estacio tras recuperarlo de los escombros.CRISTÓBAL MANUEL

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