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La nueva izquierda 'abertzale'
Columna
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La validación de Sortu

Josep Ramoneda

La gente de Batasuna se desmarca públicamente de ETA por primera vez. Y proclama solemnemente su renuncia a la violencia. Quiérase o no es una noticia positiva. Naturalmente, todas las suspicacias son fundadas. Una historia de más de 40 años y 800 muertos avala todo tipo de sospechas. Atendiendo a los precedentes, hay más razones para pensar que estamos ante un ejercicio de cinismo para obtener cargos y recursos públicos que para apostar por un giro estratégico definitivo. Pero es innegable que, en ninguna de sus metamorfosis anteriores, Batasuna había osado desmarcarse de ETA. Los abertzales presentan los estatutos de su nueva marca: Sortu. En función de la Ley de Partidos, que a mí personalmente me parece restrictiva de derechos, pero que está vigente y avalada por los tribunales, los de Sortu ya saben lo que les espera: sus estatutos han de ser ajustados a la ley (y lo serán, porque buenos abogados tienen para ello); la ruptura con ETA y con la lucha armada ha de ser inequívoca; la nueva organización no debe ser una fórmula blanca de las variantes ilegalizadas de Batasuna y debe quedar clara la inexistencia de vínculos orgánicos con el grupo terrorista.

Sería positivo que los batasunos demostraran que han roto de manera total y definitiva con ETA
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Sobre los dos últimos puntos se librará la batalla jurídica y el debate público. Y serán los tribunales los que darán la respuesta definitiva. Como prueba de la continuidad entre Batasuna y Sortu, se señala que son las mismas personas con distinta marca. Ciertamente, hay líderes abertzales que han estado en todas las salsas. Pero ¿cómo puede pretenderse que la izquierda abertzale se transforme en partido democrático sin la gente de la izquierda abertzale? ¿O es que, en el fondo, se pretende negar a todos los que participaron en las movidas de la izquierda abertzale la posibilidad de incorporarse al juego democrático? Si se hubiese aplicado un principio parecido en la transición, Alianza Popular, por ejemplo, no lo hubiese tenido fácil para ser legal.

Para demostrar la fiabilidad del giro estratégico, se pide que los abertzales demuestren que carecen de vinculación orgánica con ETA. Algunos afirman que esto es imposible de demostrar mientras ETA exista. Por supuesto, si ETA deja de existir dejará de haber vínculo alguno. Pero tiendo a pensar que la desaparición de ETA no tendrá un día y una hora, ni la solemnidad de un comunicado definitivo. Lo más probable es que sea una muerte larga por inanición. Con lo cual sería extraordinariamente positivo para todos que los batasunos demostraran que han roto de manera total y definitiva con ETA. La organización terrorista habría perdido la batalla incluso ante los suyos. Su muerte se aceleraría.

El Gobierno opta por la prudencia y la exigencia. Pero sabe que forma parte de su responsabilidad optimizar las oportunidades de resolver los problemas graves. Ante la presión de la derecha y sus medios afines, lo más fácil sería cerrarse en banda, pero la obstinación de los demás no es buena consejera. A menudo lleva alguna trampa incorporada. El Partido Popular prepara el escenario para volver a las andadas: a la utilización política de la cuestión terrorista, en la que alcanzó cotas insuperables en la anterior legislatura. ¿Por qué siempre que se abre alguna vía para un final ordenado de la violencia en Euskadi el Partido Popular se apresura a cerrar la puerta?

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Me parece evidente que la participación de una sigla del mundo de Batasuna en las próximas elecciones solo es posible si se tienen garantías suficientes como para pensar que marcará el fin de la violencia. Es decir, que estrangulará definitivamente el espacio etarra. Pero los que cierran la puerta de antemano, ¿qué quieren? Que la violencia desaparezca de la escena política vasca es de por sí un enorme paso adelante. Es fácil imaginar cómo cambiará la vida para las personas directa o indirectamente amenazadas.

Y cómo cambiarán las condiciones de decencia de la propia sociedad vasca. Evidentemente, quedarán muchas cosas por resolver y muchos daños por reparar. De modo que la pregunta es: ¿hay acuerdo en que acabar con la violencia sin concesiones políticas inadmisibles es el objetivo o hay otros objetivos ocultos? Dicho de otro modo: ¿se quiere acabar con ETA o se quiere impedir que determinadas posiciones políticas, el independentismo, por ejemplo, puedan adquirir carta de normalidad en la sociedad vasca? ¿Por qué a algunos les da tanto miedo el final de ETA? ¿Bajo la retórica de la dignidad, se esconde la voluntad de mantener el conflicto abierto en intensidad limitada para que la sombra del terrorismo siga lastrando el escenario vasco?

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