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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Póngame cuarto y mitad de medicinas

¿Corren riesgo de desaparecer las medicinas que curan?. La respuesta afirmativa es excesiva, pero la industria farmacéutica parece hoy en día concentrar sus esfuerzos en el desarrollo preferente de medicamentos que no curan la enfermedad sino que neutralizan los síntomas clínicos y en el mejor de los casos contrarrestan, pero no corrigen, alguna de sus causas.

A largo plazo pudiera ocurrir que nos encontremos sin medicinas para curar enfermedades, como las infecciones, que ya nos parecen algo del pasado. Cuando pasó medio siglo desde el descubrimiento de la penicilina y una vez desarrollados los procedimientos industriales para su producción en cantidad y a bajo coste creímos que las enfermedades infecciosas ya no presentaban ninguna amenaza seria en los países desarrollados. La mortandad producida por las infecciones gastrointestinales en los países pobres no causan alarma en las sociedades desarrolladas porque se perciben lejanas en el espacio, y las muertes de ancianos decimados por la neumonía parece, a la mayoría de una población que se encuentra en la juventud y madurez, lejana en el tiempo. Pero en su conjunto las infecciones, aunque no reciban tanta atención como el cáncer o las enfermedades cardiovasculares, son la causa por la que más personas mueren en el mundo.

La lógica dicta que las empresas no sólo necesiten generar beneficios, sino que además deban asegurarse de que los van a obtener de manera continua. Cada tipo de empresa lo logra de una u otra forma, ya sea extendiendo el préstamo hipotecario para la compra de otros bienes, ofreciendo recomprar el coche que se paga a plazos sustituyéndolo por uno nuevo y más plazos, o en el caso de las farmacéuticas vendiendo medicamentos que han de consumirse a diario y de por vida.

En este esquema de medicina de consumo los antibióticos son medicinas muy malas, tienen la indeseada propiedad de curar, por lo que un paciente a quien se le prescriben deja de comprarlos al cabo de poco tiempo, generalmente porque se cura, o porque desgraciadamente fallece. No es así el caso de, entre otros, los antihipertesivos, antiasmáticos, anticancerosos y muchos antivirales. En alguno de estos casos no se conoce en detalle la causa primaria de la enfermedad o no resulta fácil eliminarla. Se utilizan medicamentos que sirven para frenar el curso de la enfermedad en una etapa que no es demasiado peligrosa y permite al enfermo seguir viviendo sin tener síntomas demasiado molestos. Es asimismo el caso de las enfermedades mentales.

Los medicamentos se convierten de esta forma en artículos de consumo, el paciente ha de adquirirlos casi como quien compra el pan convirtiéndose en una fuente de ingresos continua para el fabricante y manteniendo ocupados de forma permanente a los profesionales del sistema sanitario y sus asociados.

Viene todo lo anterior como reflexión a las prioridades que se establecen en los programas de investigación biomédica, en los que con el paso del tiempo se entrevé una creciente sintonía con las grandes empresas y cuyo paradigma son los programas marco de la Comisión Europea, cuyas directrices son copiadas casi al pie de la letra por los programas nacionales. Otro síntoma de la predilección de las farmacéuticas por la medicina de consumo se detecta en el abandono progresivo del interés por desarrollar medicamentos antiinfecciosos, en especial antibióticos. Pocas, cada vez menos, lo consideran prioritario, algunas buscan alternativas que como las vacunas están a medio camino entre el medicamento que cura y el medicamento de consumo. Otras segregan sus estudios sobre antibióticos hacia empresas subsidiarias. En el camino se quedan proyectos de investigación inconclusos, y puede que medicamentos que nunca se encontrarán.

No vendría mal advertir que la confianza en la que estamos sumergidos respecto a la erradicación de las enfermedades infecciosas no sólo es falsa, sino que puede resultar peligrosa. A las bacterias no se las ha derrotado, a muchas se las puede combatir con los antibióticos actuales, pero cada vez son más las que se vuelven refractarias a ellos. Otras infecciones, antaño casi imposibles de contraer, se hacen más frecuentes, como es el caso de la Legionella, por el cambio en la forma de nuestra vida. Cierta dosis de precaución a la hora de establecer las prioridades y asignar los recursos podría resultar muy beneficiosa con vistas a un futuro en el que la existencia de las bacterias, aunque no así la del hombre, está casi asegurada.

Miguel Vicente es profesor de Investigación en el CNB

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