_
_
_
_
_
Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El 'blues' de lo que pasa en mi escalera

Recientemente se han otorgado en Madrid las medallas Fields de matemáticas. Este galardón representa los premios Nobel de esta disciplina. Por primera vez en la historia, uno de los galardonados, el ruso Perelman, ha rechazado la distinción, denunciando la falta de ética y el conformismo existentes en las matemáticas actuales. No es la primera vez que lo hace: también rechazó el Premio Europeo que nos otorgaron conjuntamente en 1996. Pero esta vez su desplante viene acompañado de comentarios de protesta y moralizadores.

Es fácil, y conveniente para algunos, atribuir la actitud de Perelman a su excentricidad y cierto carácter asocial. Sin embargo, este hecho sin precedentes merece un análisis algo más profundo. Entre otras cosas, Perelman está poniendo el dedo en la llaga en un problema real, no exclusivamente matemático, que afecta a la ciencia, al mundo académico, a gran parte de nuestra sociedad, y que podríamos resumir como el del conformismo y el triunfo de la mediocridad. No es algo nuevo. Ya lo cantaba nuestro maestro Joaquín Sabina en El blues de lo que pasa en mi escalera, pero parece que en Rusia no le escuchan.

Para explicarlo simplemente, imaginemos una liga de fútbol en la que los tres primeros equipos son los únicos premiados. Es además una competición muy peculiar. Se juegan los partidos normalmente pero, además, se realiza un voto, por los mismos equipos, para determinar la clasificación final (en la jerga moderna lo llamaríamos peer review), con la particularidad de que el resultado del voto cuenta mucho más, digamos cuatro veces más, que los goles marcados en los encuentros. Supongamos también que hay un equipo claramente superior a los demás. ¿Resultará éste el vencedor? No hace falta ser un experto en Teoría de Juegos para darse cuenta de que esto jamás ocurrirá, salvo que el primer equipo esté varias categorías por encima del resto (como en el caso de Perelman). En efecto, está claro que los equipos inmediatamente inferiores tienen una estrategia ganadora. Con cierta dosis de falta de escrúpulos, no tendrían más que aliarse, votarse los primeros entre sí y elegir como último al equipo superior. Todo esto sólo será posible con el conformismo y el mutismo de los otros equipos honestos que asistirían a la maniobra sin rechistar.

En ciencia actual esto es, en cierta medida, lo que ocurre en algunas ocasiones. Este problema está agravado por el omnipresente y erróneamente venerado sistema de peer review, esto es, la evaluación por especialistas colegas. El peer review es algo que sin duda puede funcionar perfectamente cuando los evaluadores están en un nivel superior a los evaluados, o se distinguen por una honestidad indiscutible. Sin embargo, no es el caso de otra manera. Es humanamente comprensible, pero éticamente reprensible, y asombrosamente frecuente, que un evaluador tenga tendencia a disminuir o despreciar el talento superior de un evaluado, quien pasa a ser temido y considerado como un competidor peligroso.

Como nos muestra la historia, este problema no es nuevo. El matemático francés Evariste Galois murió en 1832, con sólo 20 años, amargado e ignorado habiendo resuelto el mayor problema de las matemáticas de su época. Once años más tarde, gracias a la insistencia de su hermano y de un amigo, Liouville reconoció la importancia de sus contribuciones. Los académicos de la época, y en lugar prominente Poisson, se encargaron de que Galois muriera como matemático anónimo.

Más recientemente, John Nash, el matemático en cuya biografía se inspira la película Una mente maravillosa, no consiguió jamás la medalla Fields. Sus trabajos en Geometría Riemanniana y Ecuaciones en Derivadas Parciales estaban demasiado por encima de lo soportable. Sylvia Nassar, autora de la biografía de Nash, sugiere que esta injusticia está en el origen de sus problemas psicológicos. Irónicamente, Nash consiguió hace unos años el Premio Nobel de Economía por sus primeras contribuciones en Teoría de Juegos, que representan una minúscula parte de su aportación matemática. Ya anciano y medianamente recuperado, no es hoy en día un competidor para nadie y menos para los economistas que le honran justamente.

Probablemente se deba tomar con cierta dosis de humor negro el frecuente reconocimiento tardío a los desaparecidos, muchas veces por aquellos mismos que les envidiaban, atacaban y jamás reconocieron en vida. Está claro que una vez en el otro mundo ya no son competidores..., aunque aún pueden ser útiles...

También es cómico el caso de aquel candidato brillante cuya única forma de ser seleccionado, después de haber sido rechazado en varias ocasiones, fue la de amputar seriamente su currículo para hacerlo más soportable.

Un viejo y sabio matemático solía recordar el siguiente principio de recurrencia: "Los matemáticos de primera quieren rodearse de matemáticos de primera, los de segunda quieren matemáticos de tercera, y los de tercera, matemáticos de quinta...".

Esto explicaría que pueda resultar más fácil obtener una plaza en una prestigiosa institución extranjera que en el CSIC español.

¿O tal vez ya estemos a la cabeza de las matemáticas mundiales?

Ricardo Pérez Marco es catedrático en la Universidad de California (Los Ángeles) y director de investigación en el CNRS francés (ricardo@math.ucla.edu, ricardo@math.univ-paris13.fr)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_