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Reportaje:

El origen de la Revolución Industrial

Una teoría da una explicación biológica al hito que cambió el mundo al principio del siglo XIX

Durante miles de años, la mayoría de los habitantes de la tierra vivió en la miseria, primero como cazadores y recolectores y luego como campesinos o jornaleros. Pero con la Revolución Industrial, al principio del siglo XIX, algunas sociedades cambiaron esta pobreza ancestral por una afluencia increíble.

Historiadores y economistas han intentado comprender durante mucho tiempo cómo se produjo esta transición y por qué sólo se dio en determinados países. Un erudito que ha pasado los últimos 20 años estudiando archivos medievales ingleses ha propuesto respuestas asombrosas.

El desfase en el nivel de vida entre los países más ricos y más pobres ha pasado de 4 a 1 a 50 a 1
La gente desarrolló las extrañas conductas necesarias para una economía moderna
Los genetistas están encontrando ejemplos de selección natural humana muy reciente

Gregory Clark, historiador de la economía en la Universidad de California en Davis, cree que la Revolución Industrial -el aumento del crecimiento económico que se produjo por primera vez en Inglaterra en torno a 1800- tuvo lugar debido a un cambio en la naturaleza de la población humana. En esa transformación, la gente desarrolló gradualmente las nuevas y extrañas conductas necesarias para hacer que funcione una economía moderna. Clark sostiene que los valores de clase media, como la no violencia, la alfabetización, unas jornadas laborales prolongadas y la voluntad de ahorro, no afloraron hasta recientemente.

Debido a que estos valores se volvieron más habituales en los siglos anteriores al XIX, ya fuera por transmisión cultural o por adaptación evolutiva, la población inglesa por fin fue lo bastante productiva como para escapar de la pobreza y pronto la siguieron otros países con un pasado agrícola igualmente dilatado.

Las ideas de Clark han circulado en artículos y manuscritos durante varios años, y ahora se plasman en el libro A Farewell to Alms (Princeton University Press)

[que se podría traducir por Adiós a las limosnas]. Los historiadores de la economía han elogiado su tesis, aunque muchos discrepan en algunos aspectos. "Éste es un libro fantástico que merece atención", señala Philip Hoffman, historiador del California Institute of Technology. Lo describe como "maravillosamente provocador" y un "auténtico desafío" para la escuela de pensamiento predominante, según la cual, son las instituciones las que moldean la historia de la economía.

Samuel Bowles, que estudia la evolución cultural en el Santa Fe Institute, dice que el trabajo de Clark es "una excelente sociología histórica y, a diferencia de la sociología del pasado, se inspira en la teoría económica moderna".

La base del trabajo de Clark es recabar datos a partir de los cuales puede reconstruir numerosas características de la economía inglesa del siglo XIII al XIX. Con estos datos, Clark demuestra, con mucha más claridad de lo que ha sido posible hasta la fecha, que la economía se encontraba encerrada en una trampa maltusiana: cada vez que una nueva tecnología incrementaba un poco la eficiencia de la producción, la población crecía, esas bocas adicionales consumían los excedentes y los ingresos medios caían a su nivel anterior.

Estos ingresos eran lamentablemente bajos en lo que respecta a la cantidad de trigo que podían costear. En 1790, el consumo medio por persona en Inglaterra todavía era de 2.322 kilocalorías diarias, y los pobres ingerían sólo 1.508. Las sociedades cazadoras-recolectoras vivientes llevan dietas de 2.300 kilocalorías o más. "El hombre primitivo comía bien en comparación con una de las sociedades más ricas del mundo en el siglo XIX", observa Clark.

La tendencia de la población a crecer con más rapidez que el suministro alimentario, lo cual mantiene a la mayoría al borde de la inanición, fue descrita por Thomas Malthus en su libro Ensayo sobre el principio de la población, de 1798. Esta trampa maltusiana, según demuestran los datos de Clark, gobernó la economía inglesa desde el siglo XIII hasta la Revolución Industrial y, a su parecer, probablemente haya constreñido a la humanidad durante toda su existencia. La única tregua llegó con desastres como la peste negra, cuando la población cayó en picado y durante varias generaciones los supervivientes tuvieron más para comer.

El libro de Malthus es célebre porque dio a Darwin la idea de la selección natural. Tras leer acerca de la lucha por la existencia que pronosticaba Malthus, Darwin escribió en su autobiografía: "Me di cuenta de que, en estas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a preservarse y las adversas a ser destruidas... Aquí tenía por fin una teoría con la que trabajar".

Dado que la economía inglesa funcionaba según las limitaciones maltusianas, ¿no habría respondido de algún modo a las fuerzas de la selección natural que Darwin había vaticinado que aflorarían en esas condiciones? Clark empezó a preguntarse si la selección natural realmente había transformado la naturaleza de la población en algún sentido y, de ser así, si esto podía constituir la explicación faltante para la Revolución Industrial.

La Revolución Industrial, la primera huida de la trampa maltusiana, se produjo cuando la eficiencia de producción aceleró por fin, y creció lo suficientemente rápido como para superar al desarrollo de la población y permitir que aumentaran los ingresos medios. Se han ofrecido numerosas explicaciones para este brote de eficiencia, algunas económicas y otras políticas, pero ninguna es del todo satisfactoria, según los historiadores.

La primera idea de Clark era que la población tal vez había desarrollado una mayor resistencia a las enfermedades. La idea provenía del libro de Jared Diamond Armas, gérmenes y acero, en el que afirma que los europeos pudieron conquistar otras naciones en parte debido a su mayor inmunidad a las enfermedades. En apoyo a la idea de la resistencia, ciudades como Londres eran tan mugrientas y estaban tan azotadas por enfermedades que moría un tercio de la población de cada generación, y las pérdidas eran compensadas por inmigrantes del campo. Eso indicó a Clark que la población superviviente de Inglaterra podía ser descendiente de campesinos.

Reparó en que una manera de probar la idea era mediante el análisis de testamentos antiguos, que tal vez revelarían una conexión entre la salud y el número de la progenie. Así ocurrió, pero en la dirección opuesta a la que esperaba.

Generación tras generación, los ricos tenían más hijos supervivientes que los pobres, según demostró su estudio. Eso significaba que debió de producirse una movilidad social descendente de forma continua mientras los pobres no lograban reproducirse y la progenie de los ricos asumía sus ocupaciones. "Buena parte de la población moderna de Inglaterra desciende de las clases altas de la Edad Media", concluye.

Debido a que la progenie de los ricos dominaba todos los niveles de la sociedad, considera Clark, las conductas que contribuían a la riqueza tal vez se propagaron con ellos. Clark ha documentado que varios aspectos de lo que ahora podría denominarse los valores de la clase media, cambiaron significativamente desde los tiempos de las sociedades cazadoras-recolectoras hasta el siglo XIX. Aumentaron las jornadas laborales, crecieron la alfabetización y las nociones elementales de cálculo, y el nivel de violencia interpersonal disminuyó.

Otro cambio importante en la conducta, aduce Clark, fue un incremento de la preferencia de la gente por el ahorro en lugar del consumo instantáneo, que él ve reflejado en el declive permanente de los tipos de interés del siglo XIII al XIX.

"El ahorro, la prudencia, la negociación y el trabajo duro estaban convirtiéndose en valores para unas comunidades que antes habían sido derrochadoras, impulsivas, violentas y amantes del ocio", escribe Clark.

Resulta desconcertante que la Revolución Industrial no se produjera primero en las poblaciones mucho más numerosas de China o Japón. Clark ha hallado datos que demuestran que sus clases más ricas, los samuráis en Japón y la dinastía Qing en China, eran sorprendentemente estériles y, por tanto, no habrían generado la movilidad social descendente que propagó los valores en Inglaterra.

Tras la Revolución Industrial, el desfase en el nivel de vida entre los países más ricos y más pobres empezó a acelerarse y pasó de una disparidad de 4 a 1 en el siglo XVIII a más de 50 a 1 en la actualidad. Al igual que no existe una explicación consensuada sobre la Revolución Industrial, los economistas no pueden dilucidar la divergencia entre países ricos y pobres; de lo contrario, tendrían mejores remedios que ofrecer.

Muchos analistas apuntan a un fracaso de las instituciones políticas y sociales como el motivo por el que los países pobres siguen siendo pobres. Pero la medicina propuesta de la reforma institucional "no ha conseguido curar al paciente", escribe Clark. Compara "centros de culto" como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional con los médicos precientíficos que recetaban sangrías para afecciones que no comprendían.

Los historiadores solían aceptar las transformaciones en la conducta de la gente como explicación para acontecimientos económicos, como la teoría de Max Weber que relacionaba el auge del capitalismo con el protestantismo, pero muchos se adhieren ahora a la idea de los economistas de que todo el mundo se parece y responderá igual a los mismos incentivos. De ahí que pretendan explicar sucesos como la Revolución Industrial en relación con cambios en las instituciones y no en la gente. Para Clark, las instituciones y los incentivos han sido prácticamente los mismos en todo momento y no explican gran cosa.

Gran parte de los historiadores ha dado por sentado que el cambio evolutivo es demasiado gradual como para haber afectado a las poblaciones humanas en el periodo histórico. Sin embargo, los genetistas, que ahora cuentan con información del genoma humano, han empezado a detectar ejemplos cada vez más recientes de transformación evolutiva en el ser humano, como la propagación de la tolerancia a la lactosa en los pueblos ganaderos del norte de Europa hace sólo 5.000 años. Un estudio publicado en la última edición de The American Journal of Human Genetics ha hallado pruebas de selección natural activa en la población de Puerto Rico desde 1513.

Bowles, el economista de Santa Fe, no es "contrario a la idea" de que la transmisión genética de los valores capitalistas es importante, pero cree que todavía no se dispone de pruebas de ello. "Simplemente, no tenemos ni idea de qué es, y todo lo que estudiamos acaba siendo tremendamente pequeño", asegura. Las pruebas sobre la mayoría de las conductas sociales demuestran que son escasamente hereditarias.

© The New York Times.

THE NEW YORK TIMES / EL PAÍS

La evolución y la historia

Si la Revolución Industrial estuvo motivada por cambios en la conducta de la gente, como propone el historiador Gregory Clark, entonces las poblaciones que no han tenido tiempo para adaptarse a las limitaciones maltusianas de las economías agrícolas no podrán alcanzar la misma eficiencia de producción.

Según Clark, los valores de la clase media necesarios para la productividad pudieron transmitirse cultural o genéticamente, pero parece inclinarse por la evolución como explicación. "Durante el largo periodo agrícola previo a la Revolución Industrial, el hombre se estuvo adaptando biológicamente al mundo económico moderno", escribe. "Por tanto, el triunfo del capitalismo en el mundo moderno podría radicar tanto en nuestros genes como en la ideología o la racionalidad".

Lo que se estaba heredando, en su opinión, no era una inteligencia más elevada: el ser cazador en una sociedad recolectora requiere unas habilidades considerablemente mayores que las acciones repetitivas de un trabajador agrícola. Se trata más bien de "un repertorio de aptitudes y disposiciones muy distintas de las del mundo preagrícola".

La reacción a la tesis de Clark entre sus colegas parece mayoritariamente favorable, aunque pocos coinciden con ella en su totalidad y muchos se muestran escépticos con el aspecto más novedoso: que el cambio evolutivo es un factor a ser considerado en la historia.

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