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Reportaje:

Los 170 últimos testigos de una tragedia histórica

Los 'niños de la guerra' reclaman un ascensor en el Centro Español de Moscú

Pilar Bonet

Cerca de 3.000 niños españoles fueron trasladados a la URSS entre 1937 y 1939, para protegerlos de la Guerra Civil. De ellos, quedan 170 en Rusia. Por su edad rondan los 80 años, pero calificarlos de ancianos es inapropiado, porque estos hombres y mujeres que compartieron el duro destino de los rusos en la II Guerra Mundial mantienen una sorprendente alegría infantil.

La naturaleza se ceba sobre los últimos testigos de una tragedia histórica. El pasado febrero, Francisco Mansilla, economista y veterano de una explotación agrícola colectiva, inició la asamblea anual del Centro Español de Moscú leyendo la lista de los últimos fallecidos -15 en 2008 y tres en 2009-, la mayoría en la capital, incluido el más veterano, Ruperto Sagasti, nacido en 1922, y el benjamín, Miguel Mauro, en 1933. En provincias, murieron Alfonso Ibáñez en Sarátov (en el Volga); José Ramón, en Kislovodsk, en el Caúcaso; María Luisa Orobi, en San Petersburgo. Los niños guardaron un minuto de silencio. Se habían reunido una cincuentena, entre ellos el músico Ignacio Luis García Luque (trombón en la Filarmónica de Moscú); Hipólito Astorga, un tornero que sigue yendo a la fábrica para huir de los 10 gatos del hogar; Josefina Iturrarán, una investigadora respetada; Manuel Pereira, ex director de una compañía de taxis, y Luisa Bernarda de Quirós, viuda de un militar soviético. Muchos se disponían a viajar a España con ayuda del Imserso.

Los 'niños' son unos privilegiados frente a los nacidos en el exilio ruso

Mansilla es el presidente del Centro Español, un local adonde los niños van a tomar café, jugar al dominó o charlar y sus hijos y nietos, a aprender español y bailar bajo la dirección de Marina Coto. El centro asegura la cohesión de los españoles, incluso de los que viven en Siberia, pero la burocracia -rusa y española- es una pesada carga para los veteranos. "El problema más gordo es el ascensor", dice Mansilla, refiriéndose a la tortuosa escalera de acceso al centro, en un tercer piso. El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, cumplió la promesa que hizo y los fondos para el elevador llegaron de Madrid en 2007, pero el ascensor está en un almacén en espera del estudio técnico de la resistencia del suelo, imprescindible para el permiso.

"La junta directiva tiene que quedarse hasta que nos pongan el ascensor", grita uno de los reunidos. La asamblea vota por la reelección de todos sus miembros, haciendo caso omiso de sus quejas de ser "demasiado mayores". Las pensiones asistenciales españolas permiten a los niños incluso mantener a familiares más jóvenes. "Sin ellas, estaríamos muertos de hambre", afirma Mansilla. Los españoles que nacieron en el exilio y no cobran esas prestaciones viven de las escuálidas pensiones de jubilación rusas. Esta circunstancia dificulta el relevo de la actual junta por una generación más joven, que dispone de menos tiempo libre por tener que seguir trabajando para mantenerse. El Centro Español paga 30.000 rublos (667 euros) al mes de alquiler a la alcaldía de Moscú, propietaria del local, además de los gastos de comunidad. España ayuda, pero menos que antes. Mansilla explica que de los 43.000 euros de presupuesto pedidos para 2008, Madrid les concedió cerca de 14.500 euros que acaban de llegar. "Hasta 2006 nos mandaban lo que pedíamos. En 2007 comenzaron los recortes", señala.

José Luis Rodríguez Zapatero posa con <i>niños de la guerra</i> en el Centro Español de Moscú en 2004.
José Luis Rodríguez Zapatero posa con niños de la guerra en el Centro Español de Moscú en 2004.EFE
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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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