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Alan García suaviza el tono tras el revés a su 'ley de la selva' peruana

Un Parlamento debilitado ha logrado mejorar su imagen al alinearse con las demandas de los indios amazónicos

El presidente de Perú, Alan García, se ha visto obligado a bajar el tono de sus declaraciones después de que el Congreso derogara el pasado viernes los controvertidos decretos de la conocida como la ley de la selva, que facilitaba la venta de terrenos amazónicos, propiedad de comunidades campesinas y nativas.

Si antes de la derogación García había calificado la eventual derogatoria como "un grave error histórico", e incluso permitió que el presidente de su Consejo de Ministros calificara la votación del Parlamento como "pura demagogia", días después el presidente se mostró abierto a modificar las normas. Su nuevo discurso, más que distinto, fue conciliador. "No dudo que muchos de los parlamentarios que votaron en contra de los decretos legislativos creen sinceramente que así defienden a las comunidades y comuneros. Saludo su buen objetivo pero creo que hay un mejor camino por el que proteger a los más pobres y es el desarrollo", aseguró Alan García en un comunicado emitido por el Palacio de Gobierno.

La nueva propuesta del presidente es que se deje como estaba el requisito del 66% de los votos favorables de los miembros históricos de las comunidades y reducirlo a la mitad más uno para otras formas de asociación o arrendamiento.

García también quiso aclarar que las normas se hicieron pensando en las tierras de la sierra, aunque la selva, cuyos terrenos son mucho menos productivos, fue la desencadenante de los pleitos. El Gobierno simplemente no calculó el malestar que una norma de este tipo podía causar en las 65 comunidades indígenas de la Amazonia.

"La ley está concebida desde una perspectiva muy occidental. No es mala, pero los nativos no la entienden. Para ellos, la plata es algo suntuario y la tierra es lo único que vale. Si no tienen tierra, no tienen nada", señala una periodista que siguió de cerca el conflicto. Por eso, ante la sola posibilidad de perderlas, los indígenas iniciaron una revuelta, con paralizaciones y toma de centrales eléctricas y otros puntos estratégicos, que puso contra las cuerdas nuevamente a las autoridades y especialmente a la policía, que volvió a ser superada por las protestas. Nuevamente, como ocurrió en la localidad de Moquegua hace sólo tres meses, volvieron a tomar a a lgunos efectivos policiales como rehenes.

"No ha tenido que pasar mucho tiempo para que, tras el Moqueguazo, la Policía Nacional se viera nuevamente desbordada y, en ocasiones, hasta humillada", apunta el área de seguridad ciudadana de la ONG Instituto de Defensa Legal. "En vez del policía tirapalos de antaño, resulta el policía piñata de hoy: algo que no sólo es pésimo para la gobernabilidad sino para la misma democracia".

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El conflicto terminó en manos de un Parlamento que, con varios miembros envueltos en escándalos de corrupción, pasa por su peor momento de carisma (apenas 9%, según un reciente sondeo) y aprovechó la oportunidad para mejorar en algo su imagen ante la población.

Pero el caso todavía no está cerrado. Falta que el presidente promulgue la derogación o la devuelva al Parlamento para que sea nuevamente discutida con las modificaciones propuestas. "El Gobierno se sigue aferrando a su posición y no escucha a los pueblos amazónicos", advierte Alberto Pizango, representante de las comunidades nativas, que siguen exigiendo un diálogo directo con el Ejecutivo, algo que, en su opinión, todavía no se produce.

Las voces de la discrepancia

"Si el Gobierno viene a matarnos, que nos mate". Así de implacable se ha mostrado las últimas semanas Alberto Pizango, presidente de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, el mayor gremio indígena, y uno de los mayores azotes del presidente, Alan García, desde que el pasado 9 de agosto la selva peruana se pusiera en pie de guerra.

"El Gobierno ha declarado una guerra abierta a los indígenas y ellos estarán allí hasta que se solucione el problema. Prefieren morir allí, no tienen miedo", recalcó Pizango recientemente en uno de sus discursos más críticos con la posición del Gobierno de Alan García.

Pero Pizango no ha estado solo en esta lucha. Más de 60 comunidades de distintas zonas del país se levantaron, apoyadas por algunas ONG y organizaciones de izquierda, con el argumento de que las leyes desconocen los derechos históricos sobre la tierra y son una imposición que deriva del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, que está previsto que entre en vigor el año que viene.

Algunos de los rostros de esta singular cruzada son conocidos. Ollanta Humala, líder nacionalista y rival de García en las últimas elecciones presidenciales, se ha subido de nuevo al carro de las protestas, si es que algún día se bajó de él. Su formación, el Partido Nacionalista, ha participado en las múltiples concentraciones que se han celebrado contra la denominada ley de la selva.

Otra de las voces críticas con el Gobierno ha sido la de Keiko Fujimori, hija del ex presidente peruano. El asunto no tendría mayor trascendencia si no fuera porque el fujimorismo ha sido uno de los apoyos sobre los que se ha sustentado el presidente García durante estos más de dos años de mandato.

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