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La carrera hacia la Casa Blanca

Armas, religión y desempleo en una región en declive

La recesión económica es la principal preocupación en Pensilvania

El aspecto actual de la Pensilvania industrial, con fábricas cerradas y una tasa creciente de desempleo, es la imagen de un Estado sumido en una depresión que no parece sólo económica, sino también psicológica. Éste es un territorio en el que la población envejece, los puestos de trabajo emigran a China y el salario es más bajo que en el resto del país. Que el petróleo alcanzara ayer el valor más alto de su historia es una casualidad del destino especialmente singular, porque recordó a los votantes su preocupación fundamental: llegar a fin de mes.

"Éste es un Estado de clase trabajadora", cuenta Elizabeth Lynch
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Un comentarista político en la radio local decía que hay tres preocupaciones fundamentales en la mente del votante de Pensilvania: la economía, la economía y la economía. Una encuesta de Universidad de Quinnipiac revela que la situación financiera personal y del país es la inquietud prioritaria en la mente del 49% de los votantes. La guerra en Irak y la reforma del sistema sanitario aparecían a enorme distancia de la ansiedad que ha provocado aquí el enfriamiento de la economía y el declive industrial.

Hasta hace una década, uno de cada ocho trabajadores de Pensilvania estaba empleado por el sector industrial, pero en los últimos siete años se ha perdido uno de cada cuatro de esos empleos. Pensilvania se ha convertido en poco tiempo en uno de los cinco Estados con mayor aumento del desempleo, y tiene más elementos para la depresión: el sueldo en la industria es de 43.000 dólares al año (28.000 euros), por debajo de los 53.000 dólares (35.000 euros) que se cobra de media en el resto del país. En otros sectores como el textil el número de puestos de trabajo es 20 veces inferior al de hace tres décadas.

Y es, en efecto, un Estado en el que las armas y la religión están tan metidas en la cultura popular como las fiestas en las boleras los sábados por la tarde, algo que Barack Obama expresó con torpeza en esta campaña al vincularlo a la amargura de los desempleados.

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Con una pegatina de Obama en la solapa, Elizabeth Lynch, universitaria, dice que la gente de su edad está angustiada: "En Pensilvania ocurre como en otros Estados industriales: la gente joven abandona las zonas rurales e intenta buscar fortuna en las grandes ciudades. Pero éste es un Estado de clase trabajadora, y la gente sabe que Hillary Clinton no siempre ha estado con ellos". Se refiere en particular al voto favorable de Clinton a la Ley de Bancarrota que protegía a los empresarios a costa del sacrificio de empleos. Cuando preguntaron a Clinton por ese voto en un mitin reciente, la aspirante demócrata hizo un ejercicio incomparable de ambigüedad política al decir que ciertamente votó a favor, pero con la esperanza silenciosa de que la ley nunca se aprobara.

Conscientes de que la clave de la victoria no es quién gana sino por cuánto gana, Clinton y Obama han recorrido intensamente el Estado con una promesa común: la creación de empleo. Los dos prometen aumentar los impuestos a las empresas que deslocalicen empleos y prometen revisar y renegociar el Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos, Canadá y México. Ella quiere penalizar comercialmente a los países que inunden el mercado con productos de coste ridículamente bajo y él quiere potenciar la inversión laboral en la fabricación de biocombustibles.

Esa opción es atractiva sobre el papel pero dudosa sobre el terreno. En Lancaster, en el corazón agrario del Estado, muchos campos de los amish están dedicados ya al cultivo de maíz para la fabricación de combustibles de origen vegetal. Con su barba y su atuendo tradicional, un miembro de esta religión -prefiere no dar su nombre- asegura que no ha visto a nadie hacer campaña en esa zona. Dado que no tienen electricidad, la única manera de hacer campaña es a la antigua usanza, a pie, un sacrificio que ahora es excesivo pero que puede ser necesario en noviembre cuando hasta el último voto sea imprescindible. Exentos de impuestos y seguridad social, sólo les preocupa la prohibición del aborto y la oposición a los derechos homosexuales. "Muy pocos votamos, y quienes lo hacen votan siempre republicano", dice.

Para los demócratas, Pensilvania es uno de esos Estados indispensables. Ronald Reagan y George H. Bush fueron los últimos republicanos que ganaron aquí, lo cual certifica que es un territorio dispuesto a inclinarse hacia cualquiera de los dos lados. Después de votar en el cuartel de bomberos de la calle 10 en Filadelfia, Michelle Tan confiesa que su corazón es de Clinton, pero su cerebro es demócrata, y con Obama la victoria en noviembre es más factible: "Lo que necesitamos es una mayoría capaz de ganar en noviembre. Si Obama es el candidato, algunos republicanos votarán por él en noviembre, pero Hillary es una figura más polémica. La gente parece no recordar lo mucho que los republicanos odian a Hillary".

Barack Obama pide el desayuno en una cafetería de Pittsburgh (Pensilvania).
Barack Obama pide el desayuno en una cafetería de Pittsburgh (Pensilvania).AFP

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