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Nueve muertos, entre ellos cuatro niños, por disparos de la artillería serbia en Sarajevo

Ramón Lobo

Sarajevo tiene gafe en domingo. Los artilleros serbios gustan de hacer diana los días de paseo. El domingo pasado, en Dobrinja, ocho muertos en una cola del agua; ayer, nueve muertos, cuatro de ellos niños, en varias acciones de la artillería serbia y de un francotirador. La más espectacular fue la explosión a media tarde de una granada, que cayó al lado de la catedral católica, en el barrio antiguo de la capital bosnia. Al menos 11 civiles -seis niños y cinco adultos- fueron alcanzados por el impacto. Fuentes no oficiales indicaron anoche que seis de ellos, de los cuales tres niños, murieron a causa de las heridas. Anteriormente, otro pequeño murió en un atentado explosivo en el barrio de Dobrinja, y un adolescente montado en bicicleta, y un adulto caían por las balas de un francotirador en otro lugar de la ciudad.

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ENVIADO ESPECIAL, Cuatro niños menores de siete años llegaron en brazos de adultos mudos. Venían todos bañados en sangre, inconscientes, medio muertos. Uno de los heridos, una niña de pelo negro, iba con el cráneo abierto. Su padre, tras entregar el cuerpo, quedó perdido, paseando de lado a lado, descalzo, como un alma en pena, con un cigarrillo babeándole del labio y con gesto de no entender nada. Su hija ya estaba entre los muertos.Cinco adultos llegaron heridos en otros tantos autos. Uno,con las dos piernas abiertas, rotas, casi arrancadas, y un corte en el cuello, iba con un hilo de vida que se le apagaba. La cara tumefácta. Negra. Y un ojo cerrado. Los enfermeros y médicos gritaban sin decir palabra. Dos camillas hicieron el trabajo de diez. Las limpiaban con un trapo blanco que pronto quedó rojo. Uno de los médicos espantado de tanta locura salió a la calle a tomar una bocanada de aire. Con la mano derecha se frotaba el sudor mientras que con la cabeza negaba. Un joven conductor, testigo de la tragedia, dió varias patadas al aire. Era impotencia. Son tres años de hartura. Un coche amarillo sin cristal paró junto a un árbol. Una pareja de unos cuarenta años se bajó sin aliento. Buscaban a su hijo.

Los heridos menos graves regresaron después en camillas improvisadas a ambulancias que les trasladaron a otros hospitales. Un coche de policía llegó con una nevera de campo repleta de bolsas de plasma. Al abrirse la puerta de la entrada de cirugía se pudo entrever a un enfermero con un cubo de agua empujando la sangre del suelo.

Morteros franceses

Horas antes, dos de los seis morteros de 120 milímetros franceses que se encuentran desplegados en el monte Igman, al suroeste de. Sarajevo, entraron en acción por primera vez desde su instalación hace 11 días. La razón fue que un convoy militar de 18 APC (vehículos blindados de transporte) había sido atacado con un cañón de 30 milímetros desde posiciones: serbias en Bacevo e Ilidzia. Tres de los cinco disparos impactaron en los vehículos sin causar daños o víctimas.

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Localizado el origen del ataque y ayudados por un sofisticado radar ubicado en el aeropuerto, el mando de los 60 artilleros franceses con el visto bueno del cuartel general de Unprofor en la capital bosnia, ordenó disparar dos morteros, cuyas granadas de humo (de advertencia) impactaron a tan sólo 15 metros de las posiciones agresoras, que cesaron en su actitud hostil.

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