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Reportaje:

La espera del odio

Los croatas de Eslavonia confían en recuperar sus casas en paz o por la guerra

Ramón Lobo

En Nova Gradiska (Eslavonia), el golpe de una puerta suena como una granada. Con los serbios a cinco kilómetros, sus habitantes han aprendido a vivir en el filo de la navaja, sin quebrarse. Si estallara una nueva guerra entre croatas y serbios, como la de 1991, ellos serían las víctimas del primer segundo. Están allí, olvidados de Dios, más allá de la Zona Oeste, una de las tres protegidas por las Naciones Unidas en Eslavonia y Krajina. A Nova Gradiska se llega tras pasar seis controles militares: tres croatas, dos de cascos azules y uno serbio. A este pueblo, la geografía le jugó una mala pasada. La que fuera frontera cristiana frente al turco se multiplica hoy en los mapas. Al oeste y al norte sufre la Croacia ocupada. Al sur, a tiro de granada, contiene la Bosnia serbia. Siempre el omnipresente enemigo. Los Primorac, croatas desde Adán, se han juramentado al terruño, como tantos. "Estamos preparados para defendernos", exclama Jozo, agitando un oxidado uniforme militar como si de un arma se tratara. Para ellos, la guerra es como una llave, la única que permite entrar en casa.Desde Nova Gradiska hasta Pakrac, donde habita la primera línea, las vacas pastan estrábicas, con un ojo en la hierba y otro en el mortero. A esta zona, de mayoría croata, han llegado más de 3.000 refugiados procedentes del otro lado de Eslavonia, el capturado por los serbios, y del norte de Bosnia, donde la limpieza étnica les ha retirado para siempre el derecho a la residencia. Otros, los afortunados, los menos, llegan con la casa puesta. Son los que han logrado cambiar su hogar de Banja Luka a algún serbio de Nova Gradiska, como si fueran cromos. Este palé de guerra ha crecido en los últimos meses como una epidemia.

A Kata, el brillante negocio de vivir le llega tarde. Sufre del recuerdo, de cuando una banda de tres desalmados la violó hace 11 meses en su pueblo, Kotor Varos, al sur de Banja Luka, dejándola un hijo por herencia y un montón de lágrimas. Hoy, el bebé tiene 10 semanas y ella, a sus 27 años, aspecto de más de 50. Responde con monosílabos, como si careciera de palabras, y tiene el desvarío cruzado en medio de la cara. A Kata no le queda ni el consuelo de la estadística, pues el mundo se ha cansado de tanta pena.

Jubilado de Yugoslavia, como todo el país, pero con una pensión del Gobierno croata, Jozo, el patriarca ¿le la familia Primorac, gesticula como un converso. "Ahora vivimos mucho mejor que con Tito, pues tenemos democracia y libertad", dice sin pestañear. De su boca no brota ni un pero a Franjo Tudjman, el presidente croata. Es el nuevo Tito que vela por todos, se deduce. "El Gobierno negocia la recuperación de los territorios ocupados en Eslavonia y Krajina", recita. Eva, su mujer, espeta sin rodeos: "Recuperaremos todo, sin duda". Eva, profesora de 33 niños de 10 años, cuatro de ellos serbios, a los que enseña himnos patrióticos, es la más nacionalista de la familia. "Es que a su abuelo lo mataron los chetniks [nacionalistas serbios]", dice Snjezana, su hija mayor, a modo de excusa. Han oído hablar de los ustashi, los fascistas croatas, aunque Eva insiste en que ya no existen y que sólo son parte de la propaganda serbia.

En Nova Gradiska, como en el campo, no hay opiniones propias. Se escucha la radio y se venera la televisión, sin hacer preguntas. De la matanza de Medak, en el sur de Krajina, donde el Ejército croata mató a sangre fría a 70 serbios, la mayoría civiles, y dejó como firma la "U" de ustashi, saben poco. "Que el Gobierno ha abierto una investigación y castigado a los culpables".

"La más lista de mis hijas", confiesa alborozado Jozo olvidando su fe nacional croata, "se llama Sanja y se casó con un periodista norteamericano. Vive en Washington". Ellos, como los musulmanes de Mostar, sueñan con huir de la guerra. "Vivir en primera línea da miedo, aunque haya paz", admite Ivana, la más joven de las tres hijas de Jozo.

Aunque no cae una granada serbia desde el mes de julio, el sonido seco de una puerta al cerrarse sobresalta a Eva. "Miedo no tengo", dice mientras espía detrás de las cortinas. "Lo que tengo es una buena memoria. La necesito para sobrevivir".

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