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Los serbios de Krajina ven imposible su retorno

Ramón Lobo

La paz de Dayton llegó tarde para los cientos, de miles de serbios que habitaban en Krajina; muchos de ellos, residentes en esa región croata desde tiempo inmemorial. Antes de poder soñar siquiera con ella, un tropel de carros de combate de la croata Operación Relámpago les arrancó de la historia. Hoy, sus casas desladrilladas y ennegrecidas aún plantan cara a la desesperanza. Allí, están, tambaleantes en espera de un regreso imposible. "El plan de paz dice que pueden volver, pero creo que va a pasar mucho tiempo antes de que suceda eso" señala un observador militar de la Fuerza de Paz de las Naciones Unidas. Pueblos semivacios, quebrados a balas y metralla se yerguen como momias en la ruta desde Karlovac hasta Knin.

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En Turanj, dominado por los radicales serbios y primera línea de lucha esté verano, el progreso de la nueva Croacia triunfante arribó en forma de inútil cabina de teléfonos. Como un espantapájaros de comic allí habita en medio de un paraje de cascotes y muerte. Turanj es sólo el primer pueblo, el más cercano a Karlovac. Le siguen otros. Esparcidos como migas. Rotos como piezas defectuosas. En Tusilovic, el segundo en la ruta hacia Knin, la capital de lo que fue la Krajina rebelde, un novísimo cartelón electoral del presidente croata, Franjo Tudjman, gobierna las ruinas de lo que fue un restaurante de éxito.En fa zona de Slung quedan serbios. Muy pocos. Apenas unas docenas donde antes se contaban por miles. En una bella ristra de aldeas diminutas esparcidas por los valles hay ancianos anclados a su pasado, inmovilizados por la salud o por los muertos de cientos de años. Allí malviven dos madres serbias con sus hijos aún a cuestas. Uno supera los 40 años, tiene la cadera rota por una granada y los oídos sellados para siempre por el exceso de explosiones. El otro no supera los 20 y pasea a diario las dos vacas estrábicas que le quedan con un insolente uniforme militar de los radicales serbios. "No tiene otra ropa", explica un cooperante español que les lleva puntual su comida semanal. En muchos casos esos alimentos se los arrebatan con furia los vecinos croatas. "La presión para que se vayan es mucha", admite el voluntario. El odio que anida en esta zona es pajaro de mal agüero para la paz de Dayton.

En Kranjak hay casas recuperadas. Algunos se afanan en presumir de ventanas o de marciales hileras de tejas rojas. Son croatas que retornan a mimar sus enseres perdidos. A ellos les tocó la huida en 1991, cuando Yugoslavia se quebró en un montón de apellidos. Hoy saborean ufanos el dulce de la venganza. Pero el ciclo aún no termina.

En Veljun, los animales de granja se pavonean alimentados por manos secretas que acuden a los establos vacíos. En Slunj, la mayor aldea antes de Knin, decenas de robustas chimeneas humeantes delatan prosperidad y calor. Hasta han conseguido que les reconstruyan de urgencia el puente... En Brocanac, donde el paisaje se viste de novia con las primeras nieves, hay un puesto militar. Son chavales con boina de franela roja y fusil de asalto con la bocana baja. Pasean de tres en tres, más por presumir que por desfilar.

Muchas de las casas de Krajina, sobre todo en el interior, cerca de Glina, están minadas. El observador militar explica que una de las costumbres era colocar minas o bombas-trampa en las casas para evitar hurtos durante las ausencias forzadas. Alguno de los serbios que huyeron este verano en tropel, subidos en arados o en cachivaches, dejaron un surtido de regalos envenenados en sus hogares.

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Susana, una croata de Dalmacia, explica: "Aquí no somos como en Bosnia, los croatas se casaban con croatas y los serbios con los serbios, apenas hay mezcla". Y añade: "Nadie lo prohibía, pero para los padres era un disgusto; representaba una traición a la raza, a las costumbres, a la religión... Los serbios no eran católicos, eran comunistas".

En algunas casas ondean largas banderas croatas como signo de propiedad. En otras bastan dos palabras: hravasti dom (casa croata) para alejar las dudas y evitar equivocaciones con la dinamita. En Zrmaja, a las afueras de, Knin, hay rastros de posiciones de artillería. La montaña ofrece una soberbia balconada sobre la que fue capital de los rebeldes serbios de Krajina. Allí en Knin, apenas hay quebranto fisico. Su rapidísima capitulación le evitó peor suerte. Quedan en pie decenas de casas sin un rasguño. Calles inmaculadas. Carteles enteros. Está todo menos la gente. Knin es una ciudad sin habitantes. Sólo la trotan fantasmas y murmullos del pasado. Y ninguno de ellos está en los anexos del Plan de Dayton.

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