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El cerco de Sarajevo se rompe por el puente de la Fraternidad

Ramón Lobo

ENVIADO ESPECIALEl puente de la Unidad y de la Fraternidad, que separa el barrio de Grbavica, controlado por los serbios, del centro de Sarajevo, ya no es una barricada, sino una frontera controlada por los cascos azules, donde la libre circulación se administra con cuentagotas.

A las 10.40, Sofía Corovic, de 55 años, lo cruzó hacia las posiciones serbias. Era el primer civil que lo lograba en dos años de guerra y cerco implacables. "Voy a ver a mi hermana Angélica", dijo secamente.

En el lado musulmán, cientos de curiosos se agolpaban en las aceras o encaramados en semáforos, farolas y techumbres. Lo que fue línea del frente, en cuyos edificios semidestruidos anidan aún los francotiradores, se convirtió en un nuevo juego de obstáculos puestos por los radicales serbios. Pasa a la página 3

41 habitantes de Sarajevo cruzan a pie la línea del frente por primera vez en dos años de cerco

Viene de la primera página

La apertura del puente de la Unidad y Fraternidad, prevista para las nueve de la mañana, fue pospuesta tres veces 30 minutos. Incluso se temió por un aplazamiento de dos días o una ruptura total del acuerdo firmado el 17 de marzo.

"Problemas técnicos de última hora", secreteaba al oído uno de los portavoces de las Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas (Unprofor). Los obstáculos se resumían en uno: el empeño de los hombres de Radovan Karadzic de transformar la apertura en un acto de propaganda.

Primero, dos soldados clavaron una bandera serbia en un árbol de su lado del puente. Después colocaron un cartel que rezaba burlón: "República Serbia de Bosnia". A las 10.30, cuando todo parecía resuelto y presto a comenzar, apareció entre aplausos de la soldadesca un segundo letrero -en tres idiomas-: "Frontera de la República Serbia de Bosnia del nuevo Sarajevo". "¡Es una provocación!", exclamaron dos militares bosnios señalando con el índice a la ofensa.

Rebic Dragica, de 82 años, ignorante de la batalla de los símbolos que se libraba, aguardó paciente. Resignada. Apoyada en un fino bastón y armada con una bolsa de franjas rosas fluorescentes, como las que se usan para hacer la compra. Ella es la más anciana de los agraciados por la lotería de los permisos. "No tengo familia en Grbavica", dice con voz apagada, "sólo deseo cruzar para ir a ver mi casa y recoger de ella algunas cosas". Rebic es serbia, como muchas de las 27 personas que obtuvieron el permiso para cruzar a Grbavica o de las 14 que lo lograron allí para venir a esta parte de Sarajevo.

A ambos lados del puente, que salva el río Miljacka, musulmanes y serbios se vigilan con prismáticos, como pistoleros en espera del primer parpadeo. Cuatro blindados de Unprofor y casi una compañía de cascos azules franceses, con aparatosos chalecos antibalas, patrullaban por el puente, con fusiles de miras telescópicas.

Entre una montaña de sacos terreros, parapetado, un tirador de élite de Unprofor vigilaba atentísimo los movimientos de cada ventana. En el puesto bosnio no hay banderas ni símbolos, sólo un gran cartel, herencia del pasado, con la bandera estadounidense y la estatua de la Libertad.

Meda tiene 13 meses. Hace seis que no ve a su padre. Ausente a la emoción histórica del momento, duerme en brazos de su madre, Dervisa, una musulmana de 26 años. Ella, junto a su otra hija Sladana, de siete años, que mira al suelo avergonzada por tanto revuelo, es la única persona menor de 55 años que está en la lista bosnia. Su marido, un serbio que combatió en las filas de la Armija (Ejército bosnio de mayoría musulmana), está sano y salvo en el otro lado. "Hace seis meses cruzó las líneas y no regresó", dice. Preguntada por qué cruzó, responde: "Eso es un secreto". Habló el martes con Svetlan, su marido, y le llamó nervioso desde Grbavica. "No nos dijimos nada en especial, estábamos tan emocionados, que sólo nos gastamos bromas". Dervisa y sus dos hijas no regresaron al cierre oficial del puente, a las dos de la tarde. Se quedaron, con un permiso especial, a dormir con su padre y su marido.

La única forma de comunicación de muchas familias separadas han sido los mensajes escritos en un trocito de papel. La Cruz Roja, como carteros de la esperanza, los recogían a diario en la oficina del centro de Sarajevo, con la condición de que fueran breves y no estuvieran cerrados. En un mes, los colocaba en el otro lado, en las agradecidas manos del destinatario.

María, otra serbia que vive en Sarajevo, sólo se ha acercado para "acostumbrarse a la emoción". No está en la lista de las personas que tienen permiso para cruzar. "Me faltan 10 días para cumplir los 55 años", edad mínima teórica para recibir el permiso.

Mirna, de 3 años, llamaba asustada a su madre, Mirjana, cuando su padre, Aco, la besó como a una reliquia. "La última vez que la vi era un bebé", recuerda Aco, extremadamente delgado. La niña, recuperada de los achuchones de amor, quería ir al centro de la calzada para ver un tranvía, su primer gran descubrimiento.

Las otras tres rutas, cuya apertura estaba prevista ayer, pudieron hacerlo. Las dos que cruzan la zona del aeropuerto, Lukavica-Ilidza y Dobrinja-Butmir, no tuvieron problemas. La carretera entre Sarajevo y Visoko, vital para el incremento de la ayuda humanitaria por vía terrestre, sufrió de los mismos problemas técnicos que el puente de la Unidad y Fraternidad, pero al final también logró superarlos.

"Ha sido uno de mis mejores días en esta ciudad", declaró el general francés André Soubirou, jefe del sector Sarajevo. "La verdad es que desde hace un mes cada día que pasa es mi mejor día", añadió. El general negó que la forma en la que se ha abierto el puente de la Unidad y la Fraternidad, con la aceptación de una especie de frontera serbia, sea un reconocimiento de Unprofor de la división de Sarajevo. "Mi misión es dar seguridad, la de los políticos alcanzar acuerdos".

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