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ANÁLISIS
Columna
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Barack Obama, el líder que se perfila

Antonio Caño

Así como la reforma sanitaria define por ahora -quizá para siempre- la política nacional de Barack Obama, la reciente cumbre de Washington ayuda a definir -aunque todavía no del todo- su política exterior.

La grandeza de un presidente de Estados Unidos se decide en ambos terrenos, sin compensación. Como afirma Peter Rodman en Presidential Command, "un presidente que no muestra maestría en política exterior o que escoge no involucrarse sistemáticamente está condenado al fracaso". Lyndon Johnson no consiguió que la histórica aprobación de la Ley de Derechos Civiles compensase el desastre de Vietnam.

La política nacional se define inexorablemente en términos ideológicos. Ningún tecnócrata hará historia. Ronald Reagan fue un gran presidente por la consumación de un proyecto conservador dominante en la sociedad norteamericana hasta la fecha. Obama intenta ser el gran presidente que reconduzca al país en torno a un proyecto progresista.

La política internacional se puede definir, en cambio, en términos ideológicos o prácticos. George Bush padre renunció a imponer la democracia en Irak para salvar la coalición internacional que apoyó la guerra del Golfo, mientras que George Bush hijo arruinó todo el prestigio de Estados Unidos en pos de una idea: la extensión sin límites del modelo político norteamericano.

"Si hay que situarle en alguna categoría, Obama es más un realista, un realpolitik, como Bush padre", afirma en The New York Times Rahm Emmanuel, el jefe de Gabinete de la Casa Blanca. Thomas Friedman cree, por el contrario, que aunque Obama empezó afrontando el conflicto de Afganistán de forma realista, el tiempo lo ha convertido en un idealista. Su estrategia hoy, destaca el columnista, exige la democratización del sistema político en Afganistán.

Obama no se ha decantado aún con claridad por ninguno de los dos campos. Unas veces asoma el idealista que promete un mundo sin armas nucleares, otras vemos al pragmático que relega los derechos humanos para fortalecer las relaciones con China. Falta aún un hecho decisivo de similar categoría a la reforma sanitaria para definir con claridad la política exterior de su presidencia. Su apuesta por la desnuclearización podría acabar siéndolo, pero de momento es demasiado vaga y lejana.

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La cumbre de Washington ha sido, no obstante, la culminación de una cadena de éxitos internacionales de Obama que, además de fortalecer su liderazgo, ayudan a esclarecer su pensamiento.

Obama se decanta hacia el realismo. Su papel en la cumbre no fue, principalmente, la del referente moral que toca la conciencia del mundo, sino la del esforzado intermediario que consume horas al teléfono hasta construir un consenso difícil. Entiende las reglas de la negociación y el sacrificio del pacto. Para alcanzar la actual luna de miel con Rusia renunció al escudo antimisiles en Europa y se olvidó de invitar a Georgia a esta cumbre. Para traer a Hu Jintao a Washington evitó denunciar la manipulación de la moneda china en el informe semestral del Tesoro. No han sido concesiones gratuitas: el régimen religioso de Irán vive en el mayor aislamiento de su historia, Estados Unidos alcanza las más altas cotas de popularidad y, entre otras cosas, el mundo vive un momento de mayor tranquilidad y optimismo.

Su experiencia personal empuja a Obama hacia el realismo; su fe en los valores norteamericanos, hacia el idealismo. Es todavía una tensión sin resolver.

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