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Crisis en Italia

Berlusconi abre un cisma institucional

El primer ministro se enfrenta con dureza al presidente Giorgio Napolitano - "Tengo los nervios de acero, lo desmontaré todo. No puede suceder nada", dice

Fuera de sí, superando en brutalidad e inquina cualquier disparate anterior, elevando el tono hasta rozar la histeria (calculada) y el insulto, y disparando contra el resto de poderes del Estado -el presidente de la República italiana, el Tribunal Constitucional, la oposición, la prensa, los jueces-, el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, abrió ayer una crisis institucional de enormes proporciones en el país mediterráneo tras el revés sufrido en el máximo tribunal, que el miércoles tumbó su pretendida inmunidad.

En un intento de reparar las heridas abiertas por el rapto de miedo y despotismo, los presidentes de la Cámara, Gianfranco Fini, y del Senado, Renato Schifani, se reunieron ayer con el jefe del Estado, Giorgio Napolitano, para expresarle su "lealtad institucional". Éste se limitó a rebajar la tensión con su bonhomía proverbial: "Hemos pasado muchos momentos difíciles. Superaremos también éste", declaró anoche.

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Las heridas abiertas por la airada reacción de Berlusconi, de 73 años, a la sentencia que el miércoles declaró inconstitucional la Ley Alfano, la ley preparada por sus abogados para aplazar los procesos penales que el primer ministro tiene pendientes, prometen ser duraderas.

Entrando en directo por teléfono en su espacio favorito, Porta a Porta, ya de madrugada, y a través de una entrevista en Radio RAI, ayer por la mañana, Berlusconi prolongó su desvarío; acusó al alto tribunal de ser "un órgano político y no un órgano de garantía", y reiteró que Napolitano era de izquierda, había sido nombrado por una izquierda que ganó las elecciones por 26.000 votos, "votos discutidos", y le había "tomado el pelo" al firmar la promulgación de la Ley Alfano.

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En su diatriba, Berlusconi explicó que el presidente de la República -que nombra a cinco de los 15 jueces de la Corte- había garantizado con su firma la constitucionalidad de la ley, y le culpó de no haber ejercido su influencia sobre dos magistrados de izquierda, lo que en su opinión hubiera cambiado el signo de la decisión, que tumbó la inmunidad por nueve votos contra seis.

La insinuación suponía ignorar la autonomía del Alto Tribunal, sancionada por la Constitución, y daba por supuesto -"yo llevo mucho tiempo en política"- que el presidente de la República debería haber violado esa independencia (quizá, como hizo él, cenando con dos de los magistrados que debían resolver el recurso). Napolitano, apenas se conoció el fallo de la Corte, había expresado su propia perplejidad sobre el veredicto, señalando que, en 2004, cuando fue rechazado la ley anterior, llamado Schifani, el Tribunal lo rechazó sin exigir que se corrigiera con una ley de rango constitucional.

En un clima de alta tensión, Fini y Schifani confirmaron en una nota tras visitar a Napolitano su "riguroso respeto de las prerrogativas que la Constitución les reconoce", y expresaron "el deseo de que todos los órganos institucionales y de garantía actúen, adhiriéndose al dictado constitucional y a la voluntad popular, para determinar un clima de leal y recíproca colaboración en el interés exclusivo de la nación".

Horas antes, el mismo Fini había intentado frenar a Berlusconi y rebajar los tonos de la embestida del primer ministro contra las instituciones con otra nota tan escueta como firme: "El incontestable derecho político de Silvio Berlusconi a gobernar, conferido por los electores, y de reformar el país, no puede reducir su preciso deber constitucional de respetar a la Corte y al jefe del Estado".

Lejos de calmarse, Berlusconi reunió ayer por la tarde en su residencia romana -el Palacio Grazioli- al comité político de su partido, el Pueblo de la Libertad. Recibido con aplausos, llamó a los suyos "a mantenerse unidos y compactos en estos tiempos difíciles, y a no faltar a ninguna votación en el Parlamento".

Luego, el magnate milanés recurrió a su retórica más exaltada y populista y arengó a sus partidarios diciendo: "Tengo los nervios de acero, lo desmontaré todo. No os preocupéis. No puede suceder nada". Además, añadió: "¿Es posible que solo yo sea siempre criticado? Hace falta respetar también al primer ministro, he sido elegido por el pueblo". Sobre los procesos que se reabrirán en Milán (Caso Mills -cuyo recurso empieza hoy en Milan-, Caso Mediaset, Caso Mediatrade), Berlusconi los considera solamente una farsa montada por los jueces de izquierda. "Me defenderé en el tribunal y en la televisión", bramó.

El partido de la mayoría, desbordado por la inundación, no sabía si achicar agua o llamar a los bomberos. Un portavoz aclaró que no habrá ninguna manifestación de apoyo a Berlusconi, aunque denunció que la sentencia del Lodo Mondadori (que condenó a Fininvest a pagar 750 millones de euros a CIR, la empresa de Carlo de Benedetti, y es la causa que más teme el primer ministro) ha sido una "regurgitación de justicialismo de relojería". Y más: "La izquierda no reconoce el veredicto del pueblo".

A esas horas, la oposición estaba levantada en armas en defensa de su diputada Rosy Bindi, que ejercía de invitada en Porta a Porta cuando Berlusconi la maltrató por teléfono: "Eres más guapa que inteligente" le espetó. La vicepresidenta del Congreso respondió fulminante diciendo: "Soy una mujer que no está a su disposición, presidente".

Silvio Berlusconi, durante una reunión con miembros de su partido en el Palacio Grazioli, ayer en Roma.
Silvio Berlusconi, durante una reunión con miembros de su partido en el Palacio Grazioli, ayer en Roma.EFE

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