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ANÁLISIS
Columna
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Bien como candidato, peor como presidente

Antonio Caño

El Congreso escuchó el martes un buen discurso del candidato Barack Obama, pero un discutible discurso del presidente Obama.

Obama acentuó sus diferencias con los más probables aspirantes republicanos a la presidencia y señaló una estrategia con la que puede recuperar parte de la ilusión perdida entre sus seguidores y extraer votos de la irritación que en estos momentos domina en la calle. Pero no identificó con suficiente valentía los principales problemas del país ni fue capaz de aportar pruebas convincentes de que él sea el mejor hombre para resolverlos.

Un presidente que lleva ya tres años en la Casa Blanca debería tener algo más que ofrecer que el evidente contraste con sus oponentes para reclamar la reelección. Debería tener construida una obra que exhibir y un proyecto que merece cuatro años más para ser completado.

Obama acentuó sus diferencias con los aspirantes republicanos
Con su mensaje, el presidente conectará con la clase media

Nada de eso apareció nítidamente en el discurso sobre el estado de la Unión. Obama mencionó desde el principio sus logros innegables, la muerte de Osama bin Laden y el final de la guerra de Irak, pero ocultó la reforma sanitaria y repasó muy por encima otros resultados de su presidencia, como la reforma financiera o el exitoso rescate de la industria automovilística. Sin duda, porque no cree que nada de eso sea muy popular en estos momentos.

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Insistió en lo que sí que es muy popular: el desequilibrio en la distribución de la riqueza y la escasez de oportunidades para los más pobres. Como repitió ayer en Iowa, donde inició una gira electoral por cinco Estados, su objetivo en estos momentos es el de "recuperar un país en el que todo aquel que trabaje duro encuentre una recompensa y todos actúen bajo las mismas reglas".

Con ese mensaje, Obama probablemente conectará con una clase media que siente que ha perdido poder adquisitivo y que su progreso se ha detenido por la voracidad de los capitalistas sin escrúpulos que provocaron la crisis de 2008, capitalistas ejemplarmente representados por Mitt Romney.

Es indiscutible que ese es uno de los problemas que Estados Unidos tiene en la actualidad, pero no es el único ni, seguramente, el más importante. Si el paro es alto y el futuro incierto no es solo por la desorbitada riqueza acumulada por Wall Street. El problema de la economía norteamericana es el de su incapacidad para competir con China y otras naciones emergentes y el de la crisis de su modesto y arcaico Estado de bienestar.

No se puede, honestamente, prometer "una economía para durar" ignorando la carga insostenible de la Seguridad Social, de Medicare y Medicaid, evitando toda referencia al problema de la gigantesca deuda nacional y omitiendo cualquier alusión a las reformas estructurales que EE UU necesita para frenar su declive.

Ciertamente, como prueban las encuestas, eso no es muy popular entre los demócratas ni entre la clase media, que únicamente quieren soluciones al paro. Pero Obama debería haber acumulado ya suficiente capital político como para exponerle a la nación algunas realidades que no son muy populares.

Obama tiene un buen argumento a su favor. "Cojamos el dinero que nos ahorramos en la guerra y dediquemos la mitad a infraestructuras y la otra mitad a reducir la deuda", dijo. Las infraestructuras norteamericanas requieren una modernización y la economía de este país, probablemente, necesita más inversión pública. Pero ignorar la deuda, como el presidente hizo en todo el resto del discurso, es huir de la realidad.

Un aumento de los impuestos a los ricos puede ser una causa justa y con toda seguridad va a encontrar muchos adeptos. Pero es una solución muy fácil para problemas que son mucho más complejos. Si resulta tan lamentable que los republicanos estén secuestrados por el extremismo del Tea Party, también sería triste ver a los demócratas presos de la demagogia de Ocupa Wall Street.

Obama abraza a la congresista Gabrielle Giffords, herida de gravedad en un tiroteo hace un año.
Obama abraza a la congresista Gabrielle Giffords, herida de gravedad en un tiroteo hace un año.S. LOEB (REUTERS)

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