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Boris Johnson, la Unión Europea y otras amenazas

El dirigente 'tory' tiene pocos escollos, pero muy peligrosos

Si el camino de David Cameron hacia el número 10 de Downing Street parece libre de obstáculos, su estancia puede ser menos placentera. La recesión y la deuda pública generada por los laboristas han ayudado a Cameron a destruir la imagen de eficacia proyectada por Gordon Brown durante 10 años al frente del Tesoro. Pero, una vez en el poder, todo eso se puede volver contra los tories.

Primero, porque la fragilidad de las cuentas públicas impediría a un eventual nuevo Gobierno conservador aplicar los recortes de impuestos intrínsecos a su manera de ver la economía y le obligaría a poner en marcha un programa de recorte de gastos que puede airar a los sindicatos y deteriorar servicios públicos como sanidad, educación y transporte.

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Y, segundo, porque una vez en el poder el problema de la deuda se verá desde otra óptica. Los tories podrían acusar al laborismo de haber despilfarrado el dinero y fracasado en la reforma de los servicios públicos, pero ya no podrían negar que esas inversiones eran imprescindibles dado el nivel de deterioro que sufrían los servicios públicos cuando los laboristas llegaron al poder en 1997.

Aunque sin punto de comparación con la rivalidad que enfrentó a Blair y a Brown, Cameron puede tener un problema semejante con George Osborne, aspirante a ministro del Tesoro y canciller del Exchequer. Aunque mal visto por la City por su inoperancia durante la crisis financiera, Osborne alberga enormes ambiciones. Más derechista que Cameron, con quien comparte cuna aristocrática y militancia universitaria en el elitista Bullingdon Club, Osborne es potencialmente un hombre más próximo que Cameron al tory medio.

Otro miembro del Bullingdon Club y un político tan ambicioso como Osborne pero muchísimo más popular entre los tories y entre los británicos es el pintoresco Boris Johnson. Aunque no siempre es fácil entender lo que dice, su popularidad le convierte en un peligroso rival para Cameron en momentos de crisis.

Se dice que Cameron lo ha sabido siempre y que por eso le catapultó a la alcaldía de Londres, un cargo que le obligó a dejar el escaño en los Comunes y renunciar así, de momento, a la política nacional. La alcaldía es a su vez una excelente posición para proyectar su imagen… o para destruirla, según sea su gestión.

La semana pasada, Johnson contribuyó a reabrir el eterno debate de los tories sobre Europa al decantarse a favor de un referéndum sobre el Tratado de Lisboa, tanto si está en vigor como si no, cuado lleguen los conservadores al poder.

La rapidez con que prendió esa mecha es una prueba de que Europa sigue siendo el talón de Aquiles de los tories. A pesar de que el federalismo está en horas bajas en el continente, de que Tony Blair y Gordon Brown renunciaron al euro a las primeras de cambio, izaron la Union Jack en cada negociación con Bruselas y han favorecido la política de diluir la Europa política extendiendo sus fronteras, la gran mayoría de los conservadores siguen sufriendo ataques de nervios ante la sola mención de la palabra Europa.

A pesar de que el sector pro europeo del partido está mudo y seguirá estándolo hasta que lleguen al poder, David Cameron ha sembrado la semilla de la discordia al obligar a sus eurodiputados a abandonar el Partido Popular Europeo y al mantener una beligerancia contra el Tratado de Lisboa que puede acabar desestabilizando al partido y provocando una profunda crisis entre Reino Unido y sus socios comunitarios.

Esa obsesión por Europa tiene una visceralidad que llama la atención, teniendo en cuenta el supuesto pragmatismo de los británicos. "Este Tratado de Lisboa es la cosa más diabólica que vosotros… que los europeos pueden soñar. Si están tan orgullosos, ¿por qué no lo imprimen en inglés clarito para que todos podamos entender lo que significa? Si intentas leerlo te da dolor de cabeza. Pero sabemos lo que esconde en sus raíces: es antidemocrático y erróneo", se revuelve, súbitamente enfurruñado, Jeffrey Ware.

Dos minutos antes, este concejal conservador de Norfolk era un venerable anciano que leía el Telegraph en los pasillos de la conferencia conservadora en Manchester, se declaraba profundamente centrista y admitía que, aunque él preferiría que Reino Unido no estuviera en la UE, "ya que estamos tenemos que ser buenos europeos y llevarnos lo mejor que podamos con Europa". A saber qué entenderá por llevarse mal.

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