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Crónica:Violencia en el Magreb
Crónica
Texto informativo con interpretación

Casablanca, capital del miedo

La policía marroquí busca nuevos kamikazes en un barrio sacudido por el pánico

Antonio Jiménez Barca

Un recién llegado preguntó al policía qué hacía toda esa gente en la calle chillando. El agente respondió muy tranquilo, señalando a un piso cercano: "Hay un terrorista con una bomba ahí dentro". Cerca, a una decena de metros, una mujer mayor, al enterarse de que otra vez había kamikazes en su barrio, comenzó a gritar y se desmayó. Por segunda vez en una semana, el populoso barrio de Hay el Farah, en Casablanca, vivió ayer una jornada desquiciada, atravesada de rumores, controles, carreras, alaridos y falsas alarmas. El martes, tres terroristas se suicidaron, otro fue abatido a tiros y un policía murió.

Fátima, con pañuelo en la cabeza, lleva desde el martes sin atreverse a entrar en su casa
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Al final, ayer un enorme despliegue policial ahuyentó a los curiosos y blindó todo el barrio. Hay el Farah, que incluye el distrito de El Fida, se compone de pequeñas viviendas de tres plantas con portales diminutos y azoteas. Es una zona llena de tiendas, de cafetines, de talleres de mecánica y de pisos de alquiler baratos.

A media mañana de ayer, en una calle amplia situada a un paso de la vivienda que ocuparon los terroristas que murieron el martes, la policía detuvo a un hombre, acusado de pertenecer a la misma célula integrista. Inmediatamente, los agentes ordenaron desalojar algunas casas por temor a que hubiera más kamikazes cargados de bombas.

El miedo y el caos se enseñorearon entonces de la zona. Nadie sabía qué estaba ocurriendo. Muchos desaconsejaban acercarse a la manzana de casas que estaba siendo vigilada por la policía. Pero muchos otros, curiosos, chicos jóvenes, incluso niños, se aproximaban con más interés que miedo. Centenares de personas se arremolinaban a unos pocos metros de donde, en teoría, había terroristas ocultos con explosivos atados a la cintura.

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Toda la ciudad parecía haberse echado a la calle. "Tienen miedo de lo que les pueda pasar y se quedan dentro de sus casas", decía Abdelatif Besmail, funcionario, "pero también tienen curiosidad".

Hay quien lleva sin poder entrar en casa tres días porque no le deja la policía: entre un grupo de vecinos, Fátima, una mujer de unos 35 años, con el pañuelo negro a la cabeza y las manos adornadas de hena, se echa los dedos a la boca en un gesto de miedo. Desde el martes, según explica, lleva durmiendo en pisos de familiares. Ella vive en la planta baja de la casa número 5 del callejón pegado a la mezquita. En el mismo edificio de cuatro plantas donde también residían los terroristas que se suicidaron el martes sembrando la incertidumbre en Casablanca. "Yo les veía, sí, subir por la escalera, me parecían chicos normales, jóvenes, nunca pensé que fueran terroristas", dice Fátima, sin apartar los ojos de su casa.

El martes, a las cinco de la mañana, los disparos de la policía abatieron a uno de estos integristas que se abalanzaba sobre uno de los agentes blandiendo una espada. Otro se suicidaba activando un cinturón de explosivos en la azotea de la casa, cuatro plantas por encima de donde dormía Fátima.

Todo el barrio salió a la calle en pijama. La mujer sonríe cuando dice que ella sólo había escuchado ruidos así "en las películas de la televisión". Luego, sin dejar de mirar el portal, exclama: "El ruido de las bombas lo llevo metido todavía aquí [apuntando a su cabeza]". "Era un ruido increíble, no dejo de oírlo todo el rato", añade. Luego vuelve a fijar la mirada en la casa. Y llora en silencio.

Los vecinos que la rodean también aseguran tener miedo. Todos señalan la vía, a través de las azoteas, que empleó otro de los terroristas para escapar. Un joven vecino de la zona que prefiere no dar su nombre relata cómo estuvo el martes todo el día en la calle, viendo a la policía perseguir islamistas por los tejados. Y recuerda cómo, a las siete de la tarde, otro islamista radical que había conseguido camuflarse entre la gente salió de la multitud y explotó la bomba que llevaba sellada al cuerpo cerca de unos policías y de unos curiosos. Antes señaló al cielo y exclamó: "Allahu Akbar (Dios es el más grande)".

Luego vuelven a mirar a sus casas. Y a oír gritos de la policía. Ayer había rumores para todos los gustos: un vecino aseguraba que dos terroristas se habían encerrado en la mezquita, otro decía que la policía había detenido a un chico pero que quedaba otro dentro. La salida de un agente del portal de una de las casas cargando un bulto amarillo desató de pronto el pánico y la multitud retrocedió espantada a la carrera. Los que estaban juntos se perdieron. Fátima y los otros se disgregaron en la multitud que corría. Hubo más gritos. Al final se trataba de una inofensiva chaqueta amarilla que alguien había dejado allí. "Somos nosotros, los vecinos, los que hemos visto en la casa a un chico que no era de aquí y se lo hemos dicho a la policía", comentaba un hombre con un gorro de lana. "Él decía: 'No soy más que un ladrón', pero no le creímos", añadió.

Un policía que se encontraba en la zona aseguró que el detenido pertenecía a la célula terrorista y que llevaba desde el martes escondido en las casas contiguas a la que él había habitado junto con sus compañeros. La agencia estatal del noticias marroquí MAP, por su parte, descartaba por la tarde que el detenido tuviera que ver con radicales islámicos,

Sin embargo, en el barrio de Hay el Farah los vecinos seguían en la calle mirándose de reojo y la policía buscaba explosivos en las casas pegadas a la mezquita.

Una mujer corre tras escuchar una voz de alarma ayer en el barrio de Hay el Farah de Casablanca.
Una mujer corre tras escuchar una voz de alarma ayer en el barrio de Hay el Farah de Casablanca.AP

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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