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Clinton lleva un primer aviso a Israel

La secretaria de Estado quiere poner freno a la expansión de las colonias judías

La dulcísima luna de miel entre la Casa Blanca y el Gobierno israelí -George Bush es historia y Ehud Olmert aguarda el relevo- ha concluido y el matrimonio encara los primeros roces. En absoluto significa que vayan a brotar desencuentros sonados entre dos aliados tan sólidos, pero las desavenencias se antojan inevitables entre un Israel que se desliza hacia la derecha radical y la Administración de Barack Obama, quien promete implicarse a fondo en el eterno conflicto. Poco importa que en Israel el vacío político domine la coyuntura o que la división reine en el campo palestino. Los mensajes que envía Washington respecto a la necesidad de aumentar la ayuda humanitaria a Gaza y sobre la urgencia por frenar la expansión de las colonias judías en Cisjordania molestan en Tel Aviv.

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Una vez que el senador demócrata John Kerry pisó suelo de Gaza y se fotografió ante las ruinas de la bombardeada Escuela Americana, figuras prominentes que eludieron visitar el territorio han seguido sus pasos. El alto representante de la UE, Javier Solana, y el delegado del Cuarteto para Oriente Próximo (Estados Unidos, Rusia, la ONU y la UE), Tony Blair, se han sumado a la procesión. No comprendía Kerry por qué el Ejército israelí prohibía el suministro de pasta -sólo arroz- a la franja. Tampoco se ha permitido la entrega de libros de texto o de agujas de coser. Al fin, entró la pasta. Es sólo un detalle. Pero caben pocas dudas de que se respiran aires de cambio respecto al bloqueo económico aplicado a Gaza en los tres últimos años. Las negociaciones iniciadas el jueves entre Al Fatah y Hamás para forjar un Gobierno palestino de unidad que permita la reconstrucción de la franja difícilmente habrían tenido lugar sin el beneplácito de Washington al presidente Mahmud Abbas.

Más señales inequívocas. En sólo un mes, el enviado de Obama para Oriente Próximo, George Mitchell -célebre por su oposición a toda expansión de los asentamientos en la Cisjordania ocupada-, ha girado dos visitas a Israel. Y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, aterriza esta noche en Tel Aviv después de que su portavoz, Robert Wood, advirtiera días atrás: "La ayuda humanitaria no debe emplearse nunca como un arma política".

Las fricciones serán más ásperas si Benjamín Netanyahu forma Gobierno con los partidos de la extrema derecha que aglutinan el voto de los ultraortodoxos y, sobre todo, de los colonos. El líder del Likud rechaza de plano la creación de un Estado palestino, justo el compromiso que Clinton hace suyo. "Los asentamientos van a ser el principal asunto de disensión. Es una cuestión que aparece en todas las conversaciones que sostenemos con EE UU. Será un tema espinoso", asegura un alto cargo del Ministerio de Exteriores israelí.

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No hay freno, por el momento, a la ampliación de asentamientos y a la judaización de Jerusalén, acompañada de la demolición de casas o de la expulsión de sus moradores palestinos. Recién estrenada la Administración de Obama, las ONG israelíes han dado a conocer los planes para una enorme anexión -170 hectáreas- al asentamiento de Efrat, al sur de Belén. Hay cientos de planes más.

A juicio de Carlo Strenger, profesor de la Universidad de Tel Aviv, sólo hay una solución: presionar a Israel para que negocie la iniciativa de la Liga Árabe, que contempla el reconocimiento del Estado sionista por parte de los 22 países árabes a cambio de una retirada israelí basada en las fronteras de 1967. "La política en los territorios ocupados", ha escrito Strenger, "escapa a los ojos de la opinión pública... Los acuerdos entre los militares y los colonos determinan los hechos sobre el terreno... A este respecto, Israel es un espejo de la situación en Palestina. Están fragmentados y paralizados, y las negociaciones bilaterales están abocadas al fracaso".

Tendrá que echar Obama mucha carne al asador y ejercer gran presión política para que Israel dé su brazo a torcer. No sería la primera vez que una Administración estadounidense fuerza al Estado hebreo a adoptar una decisión contra su voluntad que luego se revierte. Al menos el presidente de EE UU no parece dispuesto, a diferencia de Bush, a dilapidar años de su mandato para entrar al trapo.

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