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Entrevista:BOB WOODWARD | PERIODISTA Y ESCRITOR, AUTOR DE 'NEGAR LA EVIDENCIA'

"Cometí un error al no investigar más sobre las armas de destrucción masiva"

Bob Woodward, durante la entrevista concedida a EL PAÍS.
Bob Woodward, durante la entrevista concedida a EL PAÍS.NICHOLAS KAMM

Bob Woodward (63 años, casado, dos hijas), el periodista que investigó con su compañero Carl Bernstein el escándalo del Watergate en los años 1972 y 1974 hasta acabar con la presidencia de Richard Nixon, ha publicado su tercer libro -Negar la evidencia, editorial Belacqua- de una trilogía sobre el presidente George W. Bush. Woodward escribió este tomo sobre la guerra de Irak, un tema que ya había abordado, porque, asegura, uno de sus ayudantes, Bill Murphy Jr., le convenció de que era fundamental. Woodward ostenta el título de director adjunto de The Washington Post, pero se dedica a escribir libros cuya exclusiva informativa tiene el citado diario. Entre los detalles que Woodward ofrece en Negar la evidencia está, por ejemplo, su conversación con George W. Bush del 11 de diciembre de 2003, en la que le llevó al presidente cinco minutos y 18 segundos reconocer el fracaso en la búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak. Woodward termina el libro así: ”con toda la verborrea optimista de Bush, él no ha dicho al público norteamericano la verdad sobre lo que se ha convertido Irak”.

"Es la guerra de Bush, pero la decisión de cómo hacerla es en gran medida de Rumsfeld"
"Si hubiera [en mi libro] un capítulo sobre Aznar, España y Bush lo titularía 'Aliados improbables"
"Me sorprende aún la tenaz y repetida negación de los hechos por la Administración de George Bush"
"¿A qué juega el presidente? ¿Está mintiéndose a sí mismo o es él su primer engañado?"
"Me intriga saber por qué José María Aznar apoyó tanto a Bush"
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"Grandes palabras, obligación y celo. Todo eso se combinó para desencadenar la guerra de Irak"

En su casa de Georgetown, una residencia colonial de tres plantas y ladrillo visto, a pocas calles del río Potomac, Woodward vive con su esposa, la periodista de New Yorker, Elsa Walsh, y sus dos hijas, Tali y Diana, y como dice en la entrevista con el enviado especial de EL PAIS acude "de manera infrecuente a la sede de The Washington Post, porque trabajo en casa con mis dos ayudantes". Woodward escribe de manera ocasional en función de los grandes acontecimientos. "El 11/S dejé todo lo que estaba haciendo y me puse a escribir durante varios meses", explica.

El pasado lunes, día 29 de enero, mientras se desarrollaba en el tribunal del distrito de Washington el juicio por perjurio y obstrucción a la justicia de Irving Scooter Libby, el ex jefe de gabinete del vicepresidente Richard Cheney, un proceso en el cual, en cierto modo, también la prensa norteamericana se sienta simbólicamente en el banquillo, Woodward, que en toda probabilidad tendrá que prestar declaración, mantuvo un largo diálogo con este periódico en el salón de su casa. "Cometí un error al no investigar más sobre las armas de destrucción masiva de Irak", lamentó varias veces Woodward durante la entrevista. He aquí la versión prácticamente completa de la conversación.

"Tengo una oficina de trabajo en la tercera planta. Tengo dos ayudantes. Y hago la mayor parte de mi trabajo aquí. Hago las entrevistas personalmente. Es una necesidad que siento desde mi primer libro Todos los hombres del presidente, sobre el Watergate, y la cumplo a rajatabla. Voy de manera infrecuente al periódico. La última semana, por ejemplo, participé en una reunión con nuestro editor, Don Graham, para analizar nuestra edición de Internet, de modo queY escribo sólo en determinadas ocasiones. Cuando tuvo lugar el 11/S, por ejemplo, trabajé deje todo y trabajé durante varios meses para el diario.

Pregunta. ¿Está interesado en el juicio de Scooter Libby?

Respuesta. Voy a testificar.

P. Sí, lo sé. Pero, ¿está interesado?

R. Estoy interesado, pero no creo que sea el gran acontecimiento que mucha gente cree que es. En cambio, pienso que es algo muy pequeño en relación con el problema de la guerra de Irak...

P. ¿Por qué un nuevo libro sobre Irak?

R. Porque es un tema tan importante... Su anterior presidente, José María Aznar, formó parte de la coalición de fuerzas que ocuparon Irak. Es sólo un pequeño ejemplo. Es una guerra que define la percepción que el mundo tiene de Estados Unidos y define quiénes somos para nosotros mismos en una medida muy importante. Por eso, Bill Murphy, mi ayudante, me insistió en que era importante: la guerra de Irak está en el centro de los acontecimientos y debes tratar de escribir sobre algo que es tan increíblemente importante. Es duro saber lo que ocurrió, es difícil obtener informes y documentos secretos.

P. Pero ya escribió sobre Irak.

R. Es verdad.

P. La impresión que uno tiene es que sintió usted la necesidad de revisitar esta historia; digamos más directamente, revisitar su trabajo anterior...

R. Bueno, realmente Plan de ataque, mi libro anterior, publicado en 2004, cubre los 16 meses que van desde el 11-S de 2001 hasta el comienzo de la guerra de Irak, en marzo de 2003. Y Negar la evidencia cubre desde el inicio de la guerra hasta la primavera de 2006. Las circunstancias, por tanto, son diferentes. Hay gente que ha dicho que aquel libro era favorable a Bush y este libro es desfavorable. El candidato demócrata John Kerry recomendó en la campaña de las presidenciales de 2004 Plan de ataque, y The New York Times dedicó dos historias de primera página porque, estimaba, el libro sacudía la Casa Blanca por la gran cantidad de detalles que aportaba sobre los enfrentamientos y la hostilidad entre el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Estado, Colin Powell, o entre Powell y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Se trata de describir lo que ha pasado... No es estrictamente revisitar, aunque es cierto que he dedicado en este libro mucho tiempo a Rumsfed, en su primer año de gestión, 2001. Y hubiera deseado saber todo eso para mi anterior libro. Pero no lo supe. Mi trabajo no logró obtener esa información hasta mucho después. De modo que ya sabe, continuas pelando la cebolla...

P. Rumsfeld es el gran personaje de este libro, ¿no?

R. Sí. Todo el problema con Rumsfeld... Era difícil llegar a esa historia antes. Mientras muchas de las personas siguen en el poder no es fácil conseguir que hablen... Su pregunta es realmente profunda, y creo que la respuesta sería: sí, siempre estás revisitando tu trabajo; no estás cambiando, pero añades detalles o completas la narración. Eso es el periodismo.

P. ¿Irak es la guerra de Rumsfeld?

R. La decisión de ir a la guerra es de Bush. Es la guerra de Bush, no tengo duda. La decisión sobre cómo hacerla es en gran medida de Rumsfeld. Y más importante, lo que centra mi atención es que la gestión de la posguerra es de Rumsfeld. La gestión de la posguerra y el fracaso en la planificación anticipada es el gran problema. De ahí que el foco esté sobre Rumsfeld.

P. Uno de los más importantes capítulos del libro, el sexto, nada tiene que ver con Irak. Es cuando usted narra que el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), George Tenet, solicita una reunión urgente, el 10 de julio de 2001, dos meses antes del 11-S, con la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y le advierte de un posible ataque de Al Qaeda en suelo norteamericano. Y no le hace caso. Tenet y su colega Cofer Black salen de la reunión muy frustrados, casi derrotados, porque ella no ha captado el mensaje...

R. Sí, me hubiera gustado conocer los detalles sobre esa reunión antes, en el momento de escribir mis otros libros. Pero no lo conseguí. Qué se le va a hacer. Tuve que invertir mucho tiempo para sacar a la luz esa reunión. Era algo muy secreto. Y se mantuvo una cortina de hierro sobre ella y sobre las conclusiones que se barajaron allí. Pero seguí trabajando...

P. Y a propósito, no se refiere a Irak.

R. Cierto, correcto. Pero es sobre la relación entre los servicios de inteligencia y Condi Rice, y sobre la hostilidad y sobre la sensación de que ella no respondió en un momento clave y nos explica la actitud de Tenet...

P. Es una información que confirma y realza lo que ya Richard Clarke, el máximo responsable de la lucha contraterrorista en aquellos meses, había dicho sobre los meses anteriores al 11-S; a saber, que la Administración de Bush no prestó la suficiente atención a esas advertencias sobre la amenaza de Bin Laden, y tampoco decidió, por ejemplo, sobre la posibilidad de atacarle y matarle de inmediato. ¿No hay acaso una convergencia?

R. Sí, es correcto. Estoy de acuerdo. El relato de esa escena coincide con lo que él ha dicho.

P. En su libro anterior incluyó como personaje a José María Aznar. ¿Por qué?

R. Es interesante. Si yo hubiera decidido incluir un capítulo en Plan de ataque sobre la relación entre Aznar, España y Bush lo hubiera llamado Aliados improbables. Me intriga saber por qué apoyó tanto Aznar a Bush. ¿España mantiene tropas todavía en Irak?

P. No, ni un soldado. El nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ordenó la retirada de tropas.

R. ¿Cuándo?

P. Inmediatamente después que los socialistas ganaran las elecciones de 2004. Fue en abril de 2004. Bob, usted pudo ver las agendas de Bush y allí consta la lealtad de Aznar con la estrategia de Bush en Irak.

R. Sí. Todo lo que pude averiguar salió de allí.

P. ¿Cuál sería su principal mensaje, su obsesión más relevante, en este libro?

R. Me gustaría decirle que hay una enorme cantidad de información en este libro. A veces pienso que es muy largo y otras que es muy corto. Lo que me sorprende todavía, después de haberlo escrito, es la tenaz y repetida negación de los hechos por la Administración de Bush. Éste es quizás el punto.

P. Cuando leí su libro asocié el título con una obra teatral de Jean-Paul Sartre sobre la guerra fría escrita en 1955. Se llama Nekrasov. Allí, uno de los personajes, Sibilot, ve al otro, Georges, gesticular ante un espejo y le pregunta qué está haciendo. Georges responde que está ensayando, y entonces Sibilot inquiere de qué ensayos habla. Georges dice que se está mintiendo a sí mismo. "¿A ti también?", pregunta Sibilot. Y esto es lo que contesta Georges: "Sí, a mí en primer lugar. Tengo demasiada inclinación por el cinismo: es necesario que yo sea mi primer engañado". ¿Qué le parece esto, Bob? ¿No hay acaso una trampa en este llamado estado de negación de Bush?

R. Sí, hay un truco...

P. ¿Está de acuerdo?

R. Pero he aquí una cuestión que honestamente no puedo responder y no respondo en este libro. Es verdad. Bush informa de que las cosas están mejor y a la vuelta de la esquina hay un informe secreto según el cual la situación de Irak va a peor. De modo que: ¿a qué está jugando el presidente? ¿Está mintiéndose a sí mismo? ¿Es él su primer engañado, que diría Sartre? No lo sé. Quizá se lo crea. Recuerdo una entrevista con Bush en su rancho de Tejas, en 2002, sobre... la duda. "El presidente tiene que dar seguridad, es la columna vertebral de la nación. Yo no puedo mostrar ninguna duda", me dijo. Quizá su idea de su trabajo en la Casa Blanca es que... si te enfrentas a malas noticias no debes reconocerlo nunca. O quizá es que simplemente Bush está en una burbuja. Bush me dijo una vez refiriéndose a alguien: "Está burbujeado. Vive en una burbuja". Pero la pregunta psicológica que usted me hace, que es muy buena, no se la puedo responder.

P. Retroceda a sus años mozos, al Watergate. ¿Diría usted que Richard Nixon vivía en estado de negación? ¿A que no, Bob?

R. He estudiado a Nixon, claro. Hay muchas pruebas, como las cintas grabadas, por ejemplo, de que sabía muy bien lo que estaba haciendo. Y lo hizo.

P. Pero en aquel tiempo, cuando usted cubría el escándalo del Watergate, no dijo que Nixon vivía en un estado de negación. Y no lo diría ahora, ¿o sí?

R. No, no, no... No lo diría.

P. Lo que nos lleva a que establece usted una diferencia entre Nixon y Bush.

R. Sí, sí, sí. Hay una diferencia porque... Al menos, basándome en lo que sé. Cuando cito al presidente Bush diciéndoles a algunos congresistas: "No voy a retirarme de Irak aun cuando Laura [su esposa] y Barney [el perro del presidente] sean los únicos que me sigan apoyando". Lo dijo. Es lo que cree.

P. Su colega y amigo Carl Bernstein, ha afirmado esta semana que Bush es peor que Nixon y que el problema es por qué la prensa no le paró los pies. ¿Lo comparte?

R. Buena pregunta. ¿En qué momento? Quiero decir: la guerra continúa aún. Y la oposición del público y del Congreso está creciendo. Pero diría que una de las lecciones es que en una guerra no puedes parar a un presidente. Tiene los poderes constitucionales para utilizar las tropas que él considera necesarias. No puedes frenar al presidente en una guerra. Es su decisión, que el Congreso respaldó en una proporción de tres a uno. Es una guerra legal...

P. No se puede parar a un presidente en guerra, dice usted. Hablemos de la etapa de la "venta" de la guerra de Irak al público, de la operación de marketing. Si la cobertura del escándalo del Watergate entre 1972 y 1974 es el auge del periodismo norteamericano, ¿no es Irak el momento de su caída?

R. En mi caso, ojalá hubiera hecho una cobertura y seguimiento más agresivo investigando el tema de las armas de destrucción masiva. Escribí sobre ello en Plan de ataque, después de la guerra, pero debí haber hecho más. Sí, es un error de mi parte no haber indagado más. Mucha gente que entrevisté me dijo, para aquél libro, que las pruebas sobre las armas de destrucción masiva eran menos concluyentes de lo que la Administración de Bush afirmaba...

P. Paul Pillar, responsable de la CIA para Oriente Próximo hasta 2005, me dijo que la Administración de Bush había lanzado una campaña de manipulación sobre la guerra.

R. ¿Por qué no renunció Pillar?

P. Lo dijo después de que comenzara la guerra. Pillar me dijo que él tampoco tenía problemas en decir que el presidente Bush había mentido sobre las armas de destrucción masiva. ¿Por qué, ante las evidencias, hay tanta resistencia a admitir que el presidente mintió?

R. Yo pienso que Bush pensaba que había armas de destrucción masiva en Irak. La CIA se lo dijo. Bush exageró la existencia de esas armas. Está la afirmación de Bush en su discurso sobre el Estado de la Unión, en 2003, de que Irak quería comprar uranio enriquecido en África para fabricar bombas nucleares. Bien. ¿Cómo un periodista puede hallar pruebas de que era equivocado o falso? ¿Tratando de ir a Irak y haciendo una investigación sobre armas de destrucción masiva en 2003 antes de la guerra? ¿Sadam lo hubiera permitido? Fíjese, en el juicio de Scooter Libby la fuente esas dieciséis palabras del discurso del estado de la Unión del presidente Bush, a finales de enero 2003, en las que afirmaba que según el Reino Unido Irak había intentado comprar uranio enriquecido en África. Bueno, lo que quiero decirle es que en el Reino Unido creen que eso es verdad...

P. Pero si ha habido un gran debate en la ONU. Sobre el uranio, por ejemplo, la semana anterior a la invasión, Mohamed el Baradei, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), denunció que los documentos que le había enviado el secretario de Estado de EEUU, Colin Powell, eran falsos. Eso fue el 7 de marzo de 2003...

R. Sí, sí...

P. Y en la llamada Estimación de Inteligencia Nacional, firmada en octubre de 2002 por los principales organismos de inteligencia de EE UU, a solicitud del Congreso, hay discrepancias serias de otros servicios con las afirmaciones de la CIA. Había gente dentro de la comunidad de inteligencia que no compartía lo que se aseguraba.

R. Sí, pero el titular, en las conclusiones, era que Irak poseía armas de destrucción masiva. Las discrepancias eran la letra pequeña. Y nadie decía en público antes de la guerra lo que pensaba de verdad... Repito que en el tema de las armas de destrucción masiva, yo siento que debí trabajar mucho más.

P. ¿Presionando?

R. Sí, averiguando.

P. Otros periodistas como Judith Miller, de The New York Times, participaron activamente en la campaña de propaganda de preparación de la guerra. ¿No ha sido un síntoma de la crisis del periodismo norteamericano en relación a Irak?

R. No leí esas informaciones. Bueno, yo creo que tenía una relación muy especial con sus fuentes. Creo que es un asunto simple, se trata de alguien que tenía necesidad..., que tenía estas relaciones con cierta gente y escribió esas historias sobre las armas de destrucción masiva. Pregunté a cierta gente cuando esas noticias se publicaron. ¿Qué hay de esto? indagué. Me dijeron: "Manténte fuera de esto". Ha sido algo muy teatral. Lo que pasó no es bueno ni serio, usted sabe... Pero es tan complejo. No estoy seguro de que sea un síntoma. Me parece alguien bastante singular, único, en ese tipo de relaciones que mantenía con la gente...Recuerdo que personas con la que entonces hablaba, mientras salían esas informaciones, antes de la guerra, me decían: "Manténte fuera...".

P. Hay una pregunta muy simple que cabe contestar. ¿Por qué, como se preguntó Norman Mailer sobre Vietnam, está EE UU en Irak?

R. ¿Por qué estamos en Irak? ¡Ja, ja! Bueno, el 11-S, el síndrome del 11-S según el cual íbamos a ser atacados otra vez. Las amenazas... Y estoy seguro de que al revisar las diferentes razones nos encontraremos con mucho de idealismo quizá desubicado. En mis entrevistas con Bush para los libros anteriores, él aseguró tener la "obligación" de liberar a los pueblos. Me sorprendió y le desafié sobre este punto.No era realista. Y entonces citó al primer ministro británico, Tony Blair, a Aznar y al primer ministro de Australia, John Howard. "Tenemos el celo, el entusiasmo, para liberar a la gente". Grandes palabras. Obligación y celo. Esa idea de difundir la democracia, acabar con las armas de destrucción masiva. Parecía cosa de un abrir y cerrar los ojos, como cuando el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, declaró que la guerra duraría siete días.Todo esto contribuyó a desencadenar la guerra.

P. Sobre la decisión de ir a la guerra y las armas de destrucción masiva, el llamado memorándum de Downing Street del 23 de julio de 2002, que refleja una reunión de Tony Blair con los jefes de los servicios secretos, señala que la decisión se adoptó por esas fechas en Washington y que la "inteligencia", es decir la existencia o no de armas prohibidas, debía subordinarse, acomodarse, a esa decisión. ¿Cómo encaja ese memo en su puzzle?

R. Sí, he visto el informe. No estoy seguro de que el memo de Downing Street es un documento fidedigno...

P. Nadie ha cuestionado la integridad del documento...

R. Sí, lo han hecho. Bueno, el documento es auténtico, pero al parecer no refleja lo que se dijo en aquella reunión.

P. Pero, ¿no encaja en su investigación? Y, además, a la luz de lo que ocurrió, ¿la inteligencia no se arregló en función de la decisión de invadir Irak?

R. Los plazos no encajan. Bush decidió ir a la guerra en concreto, en el momento crucial, en enero de 2003. El memo que usted menciona dice que ya estaba decidido en julio de 2002. Yo diría que Bush se orientaba en esa dirección, pero no había una decisión final.

P. Poco después de publicarse el libro el pasado otoño, el vicepresidente Richard Cheney le llamó y luego en medio de la conversación que mantuvieron le colgó el teléfono. ¿Qué ocurrió? R. Sí me llamó a finales de septiembre pasado para quejarse porque yo le citaba en Negar la evidencia en relación con las reuniones que Cheney y el presidente Bush mantuvieron con Henry Kissinger, secretario de Estado en la Administración de Nixon, respecto a Irak. Los hechos fueron estos: yo había visto un par de veces a Cheney para hablar sobre la Administración de Ford en una serie de entrevistas on the record (publicables). En una de esas reuniones, Cheney me dijo: "Por cierto, está por llegar Henry Kissinger". Y y me contó que se reunía una vez al mes con Kissinger y que el presidente Bush lo hacía cada dos o tres meses. Lo escribí en Negar la evidencia. Cheney estaba furioso. Me dijo en el teléfono que el permiso para publicar estaba referido al otro tema del que habíamos hablado, es decir, de Ford. Le respondí que según él había dicho la entrevista era publicable. Me dijo que una mier... Le repetí que publicable quería decir publicable. Y me colgó.

P. En fin de cuentas, ¿qué aconsejaba Kissinger a Bush?

R. Kissinger le envió al redactor de los discursos de Bush el famoso informe sobre Vietnam que se conoce como el memorádum de los cacahuetes salados. Allí se dice: si usted comienza a retirar tropas será como cuando uno come cacahuetes salados. La gente no parará hasta que regresen todos.

P. Usted solicitó una entrevista con el presidente Bush, ¿no es así?

R. Sí, le pedí verle. Me contestó que no. ¿Cómo me iba a dar la entrevista? ¿Qué podía decir? ¿Que las cosas sobre las que yo le preguntaría no habían ocurrido?

P. No tenía usted, por tanto, expectativas de que Bush pudiera recibirle.

R. Bueno, no. Tienes la esperanza. Ahora bien, la gente conocía lo que yo sabía. Por intentarlo, pues, que no quede. El libro ya lleva meses en la calle.¿Y cuál ha sido la respuesta? Ninguna. Un funcionario de la Casa Blanca, cuyo nombre no puedo revelar, se reunió conmigo a comer después

que salió el libro. Y cuando tomó asiento dijo de manera solemne [imitándo la voz]: "Si estábamos en un estado de negación, ya no lo estamos más". Ja, ja, ja.

P.Qué pasará ahora? ¿Adónde desembocará la nueva escalada con el envio de 21.500 soldados más?

R. No lo sé. Esa es la razón por la cual probablemente voy a escribir el cuarto tomo de Bush en guerra...

P. Pero ya sabemos lo que puede pasar. Ya ocurrió: los republicanos perdieron el Congreso y el

Senado en noviembre pasado. Porque fue a causa de Irak en gran parte,¿ no?

R. Oh, sí, pienso que la razón fue Irak. Si es que la guerra no va bien...

P.... Va muy mal

R. Sí.

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