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Columna
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¿Decadencia de Occidente?

¿Servirá algún día para balizar el comienzo de la decadencia de Occidente -su dominio sobre el mundo- el cataclismo financiero de Wall Street? No han faltado estos últimos años señales en el camino, como las guerras de Irak y Afganistán con su exhibición de impotencia militar y política; o lo que impulsó el desencadenamiento de ambos conflictos como el 11-S. Pero más que buscar fechas clave, parece más útil enumerar fenómenos de media y larga duración, y por ello difícilmente individualizables, siempre con un denominador común: la oposición generalizada, no sólo a Estados Unidos, sino a todo el mundo occidental.

Aunque las consecuencias de la debacle sean de alcance universal, son los Estados más desarrollados los que más habrán de pagar la factura de la desregulación extrema de la economía, y de igual forma que, por ejemplo, la crisis del 29 afectó menos a la España de Primo de Rivera que a la Alemania de Weimar, el Tercer Mundo no ha de temer, al revés que Europa o Estados Unidos, perder lo que no tiene. Y ese estar parcialmente al abrigo de la catástrofe se hace compatible con una cierta satisfacción -un regodeo- por lo que le pasa a Occidente, como ya ocurrió en el caso de Estados Unidos y las Torres Gemelas. Es un sentimiento difuso que habita en gran parte del mundo árabe e islámico, acuciado por el colonialismo, el conflicto árabe-israelí, la invasión de Irak y la guerra no se sabe cómo ni contra quién de las zonas tribales de Pakistán; del mismo procede y medra la idea más que la organización de las variadas Al Qaedas que en el mundo son; está lejana y pacíficamente emparentado con una sensación que puede percibir el visitante occidental en China de que los naturales obran como si se les debiera algo, como si hubiera una cuenta -y Max Weber hablaba de la codicia del alma oriental- por cobrar, preferentemente, en moneda fuerte; de igual forma, lo denota la existencia de una neopiratería en las costas de Somalia y otras aguas del Índico, cuyos promotores algún eco encuentran en la opinión propia, cuando afirman que lo suyo no es saqueo sino peaje por esquilmar unas aguas cuya pertenencia reclaman; y, de notable interés para España, cuando el indígena latinoamericano, empeñado en lo que considera la reconquista de su propio país, o las fuerzas que en ese mundo posibérico se dicen antiimperialistas, ponen cara de lo tenéis-todos-bien-empleado.

El mundo que parece que viene es mucho más complejo y peligroso que el de la extinta bipolaridad

Una fenomenal carga de animadversión activa, unida sin contradicción alguna a una formidable fascinación por el éxito material de los países concernidos, va creciendo de temperatura en todo lo que durante los últimos siglos -grosso modo, desde el inicio de la era colombina- ha sido para Occidente el resto del mundo. La excepción puede ser el África negra que, quizá, no está lo suficientemente articulada para expresarse con algún grado de fuerza colectiva. Pero esa carga, que se expresa en su caso criminal y extremo en el terrorismo internacional, está también presente en fórmulas básicamente mitológicas de oposición al poderoso como la adopción de estrategias y teorizaciones alternativas, tal que ocurre con el llamado socialismo del siglo XXI del presidente venezolano, Hugo Chávez, o el comunitarismo aymara del boliviano Evo Morales; o, aún más genéricamente, en la contraposición, que se da en algunos países de Asia, entre un ethos confuciano y el individualismo posesivo occidental, cuyo subtexto consiste en negar la plena aplicabilidad de la democracia tal como hoy se conoce a esa parte del mundo. La hostilidad que siempre ha existido entre el favorecido y el que no lo es encuentra su justificación intelectual. Contra el presunto expolio, una nueva justicia retributiva.

Y entre toda esa pleamar, espoleada por una televisión ubicua y la globalización electrónica que muestran cómo es Occidente y a todo lo que cree tener derecho, florece una reacción generalizada, que en lo tocante a la reivindicación antiespañola en América Latina se resume en un terso díptico: paga y calla; tanto el barril de petróleo como la restauración del barroco colonial; y si abres la boca, que sea para presentar excusas.

Ése es el mundo que parece que viene; mucho más complejo y peligroso que el de la extinta bipolaridad de las dos superpotencias; la nonata unipolaridad de la gran potencia restante, o la multipolaridad indescifrable, dentro de la cual Europa aún no ha decidido qué papel es el que quiere un día jugar.

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