_
_
_
_
_
ANÁLISIS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desajuste y atasco en la arena libia

Un mes y 4.000 salidas aéreas después, la Operación Protector Unificado ha desembocado en una parálisis previsible. Era sabido que establecer la zona de exclusión aérea sería sencillo, dada la enorme superioridad aliada frente a las escasas, viejas e inoperativas defensas antiaéreas del régimen libio. Pero también que el escrupuloso cumplimiento de la resolución 1973 no bastaba para vencerlo y que los rebeldes carecían de los medios y la destreza suficiente para imponerse en el campo de batalla. Visto así, solo se podía aspirar a evitar su derrota, esperando que la prolongación del conflicto terminara por convencer a Gadafi y los suyos de que era mejor buscar una salida negociada.

Más información
Francia plantea que la OTAN mande tropas terrestres a Libia
La guerra asfixia a Cirenaica

Al excluir la intervención terrestre -aunque fuerzas especiales británicas y estadounidenses pisen suelo libio desde hace semanas- se ha generado un desajuste monumental, todavía sin resolver. La comunidad internacional ha puesto toda la carne política en el asador -decantándose abiertamente por la caída del dictador-, pero sin activar los medios militares para lograrlo.

Y aunque ahora se insista en que la solución solo puede ser política, nadie espera que Gadafi se rinda mientras considere que la balanza militar se inclina a su favor. Considera, con razón, que cuenta con medios superiores a los de sus enemigos locales y con medios para financiar su esfuerzo bélico. Cree, igualmente, que el paso del tiempo le favorece, mientras se van haciendo patentes las divergencias entre los aliados en la OTAN y se pone de manifiesto la imposibilidad de aprobar una nueva resolución que autorice la invasión terrestre. Entretanto, ha aprendido a sortear los ataques de la Alianza, utilizando a su población como escudos para salvaguardar sus armas y optando por el combate de localidades (lo que limita significativamente los ataques aéreos).

Los rebeldes, por su parte, apenas logran presentar batalla -son muy escasos los combates en campo abierto-, con grandes dificultades para estructurar unidades mínimamente operativas, mientras caen bajo "fuego amigo" y se sienten abandonados. Dado que no cuentan con los medios necesarios para salvar las enormes dificultades logísticas que impone un terreno desértico como el que separa la Tripolitania de la Cirenaica, solo pueden pensar en resistir en sus feudos tradicionales, porque una ofensiva global contra Gadafi queda fuera de su alcance.

De todo ello se deriva un empantanamiento que prefigura una prolongación de los combates, convirtiendo a Libia en un inquietante foco de inestabilidad en medio del Mediterráneo. Para evitarlo, la coalición internacional parece dispuesta a forzar hasta el extremo la 1973, armando a los rebeldes y atacando directamente a Gadafi. Hoy, en lugar de protección de civiles, estamos ya ante un ejemplo clásico de intervención para derrocar a un régimen. ¿Para eso se aprobó el principio de responsabilidad de proteger?

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Jesús A. Núñez Villaverde codirige el Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_