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Columna
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Despertar con el dinosaurio

Francisco G. Basterra

Solemos dar por sentado que las grandes convulsiones provocan necesariamente rotundos cambios de rumbo. Hace sólo un año el mundo sufrió una gran sacudida. La Gran Depresión, la de los años treinta del siglo XX, fue recuperada de los libros de historia. Doce meses después, las noticias bomba que entonces dábamos por hechos confirmados continúan siendo prematuras. El Capital, de Karl Marx, reaparecía como libro de moda. Lo que le sucedía a Estados Unidos se equiparaba a la caída del imperio romano. Los declinistas hacían su agosto augurando el declive inexorable de la superpotencia. En un interesante análisis publicado por Josef Joffe, coeditor de Die Zeit, en Foreign Affairs, The Default power, el autor rebate "la falsa profecía del declive Americano" y se pregunta: ¿Quién querría vivir en un mundo dominado por China, India, Japón, Rusia o incluso Europa, que a pesar de su gran atractivo no son capaces de cuidar su propio patio trasero? La apuesta era: "Es el fin del mundo tal como lo hemos conocido".

Lo más positivo de este año horrible ha sido la llegada del 'mesías' Obama a la presidencia

Pero hoy parece que este pronóstico apocalíptico es sólo una canción del grupo REM.

Los medios de comunicación aceleran en demasía los procesos decretando, cada poco, momentos históricos. Claro que en los 12 meses transcurridos desde octubre de 2008, han pasado cosas grandes, incluso extraordinarias: la virtual intervención estatal de la banca estadounidense y la nacionalización de la industria automovilística de Detroit. Pero, como escribió Augusto Monterroso en su maravilloso micro relato: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".

Ya hemos despertado o estamos en trance de hacerlo. ¿Qué vemos? Comienza a pedirse la retirada del Estado. Keynes, el economista más citado este año, ha tenido sus 12 meses de reconocimiento y regresa a su tumba. Una vez que se han socializado las pérdidas del sistema financiero, salvado por los contribuyentes para recuperarnos de la Gran Recesión, probablemente al coste de una montaña de deuda que legaremos a la siguiente generación, volvemos a la casilla inicial. El mercado, aún gripado, ocupa su antiguo lugar, estaba allí. Los bancos de inversión como Goldman Sachs y JP Morgan, que perpetraron en gran medida el desastre, ya están en beneficios y apartan decenas de miles de millones de dólares en subidas salariales y bonos para sus ejecutivos, en una operación que roza la indecencia.

Se salva Wall Street, pero la recuperación no llega a Main Street, donde habita el ciudadano corriente.

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Quizás el dato más positivo de este año horrible haya sido la llegada a la presidencia de Estados Unidos del mesías Obama, depositario de expectativas seguramente inalcanzables. Ha recibido, además, el desafortunado abrazo del oso del Nobel de la Paz al comienzo de una presidencia todavía virgen. En el interior del país le acecha el fundamentalismo ultra que atiza una campaña brutal de descrédito, muy bien descrita por Michael Tomasky en The New York Review of Books. Y en el exterior, Barack Obama enfrenta un mundo difícil de reconducir, y que también estaba previamente allí. El conflicto ya centenario de Oriente Medio, donde los esfuerzos de Obama son insuficientes; Afganistán, donde el presidente continúa sumido en la indefinición estratégica. Thomas Friedman, en The New York Times, propone el Nobel de Física para Obama si logra decidir el número de tropas suficiente para estabilizar Afganistán, sin meter a Estados Unidos en un nuevo Vietnam. Pakistán, al borde del estallido; Irán, que habría alcanzado ya el estadio de poder nuclear latente. No tiene la bomba pero como si la tuviera, porque posee lo necesario para fabricarla y para lanzarla.

Y Europa, obligada a despertarse de ocho años desperdiciados y con un nuevo traje institucional, tiene a su dinosaurio allí. ¿Quiere desempeñar un papel estratégico mundial o prefiere continuar en la irrelevancia al margen del reparto del nuevo orden mundial, mientras despega China y Estados Unidos la ignora cada vez más? Está a punto de designar a su nueva cabeza visible. Cuesta mucho creer que el único político para presidir la Europa recién despertada sea Tony Blair, el que fuera perrillo faldero de George W. Bush en la guerra de Irak y representante de un país reticentemente europeo. Actualmente, el ex primer ministro británico ocupa el puesto de representante del Cuarteto, la ONU, EE UU, la UE y Rusia, para la paz en Oriente Medio. Sus gestiones y resultados no están ni se esperan. ¿Por qué no buscar a la mujer, como proponía mi colega Soledad Gallego-Díaz? Mary Robinson, ex presidenta de Irlanda y también ex responsable de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sería una buena presidenta de Europa.

fgbasterra@gmail.com

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