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Columna
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Días peligrosos

Lluís Bassets

La última semana no admite bromas. Adelantar los resúmenes y la selección de las noticias más destacadas es un ejercicio lleno de riesgos. La experiencia demuestra que los hados pueden apurar hasta el último día para soltar su hachazo. Las víctimas colaterales e incruentas son los comentaristas que han zanjado el signo del año prematuramente, antes de que termine la partida y luego han quedado en evidencia. Les sucede, nos sucede, como a estos aficionados que salen del estadio cinco minutos antes de que termine el encuentro para eludir los atascos y cuando encienden la radio al llegar al coche se dan cuenta de que el resultado ha dado un vuelco vertiginoso.

Así ha sucedido en tres de los cuatro últimos años. El 27 de diciembre de 2007, un coche bomba segó la vida de Benazir Bhutto en Rawalpindi, a los 70 días de su regreso del exilio y a dos semanas de unas elecciones generales que luego fueron aplazadas. El 30 de diciembre de 2006, el mundo entero pudo ver las imágenes de Sadam Husein colgado de la soga en una mazmorra de Bagdad. El 26 de diciembre de 2004, un movimiento sísmico marino, el mayor de los últimos cien años, asolaba las costas de Indonesia y de todo el sureste asiático. Cada una de estas noticias tiene una consistencia y una profundidad que las convierte en balizas de la época. Marcan un antes y un después. Definen el signo de los tiempos e iluminan el transcurrir del año con una luz distinta. Es bien claro en el caso del asesinato de Bhutto, un momento de cambio dramático para Pakistán, el país donde anida y cría la serpiente de Al Qaeda. Lo fue también el tsunami, por su extensión, el número de víctimas y el despliegue de ayuda humanitaria. Lo mismo cabe decir del dictador iraquí, ahorcado por policías chiíes, que le insultaron y vejaron antes de terminar con su vida, para que quedara claro qué tipo de justicia se estaba instalando en el nuevo Irak y cuán difícil iba a ser la convivencia entre las distintas comunidades étnicas y religiosas.

El zapatazo contra Bush concentra la tragedia y la conflictividad de todo 2008; es el resumen del año

Ese 2008 que ahora termina ha dado ya una buena ración de noticias trepidantes. Hay incluso una dura competencia entre ellas para ver cuál se sitúa en cabeza como el acontecimiento del año e incluso de la época. La guerra entre Rusia y Georgia, en agosto, fue recibida por muchos comentaristas como un auténtico parteaguas, un momento crucial en que el oso ruso militarista y autoritario rompía de un zarpazo el equilibrio de la época y se declaraba presto a existir como gran potencia en el continente europeo. El conflicto estalló al día siguiente de la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, la puesta de largo deportiva y organizativa de la República Popular China como superpotencia emergente, que superó a EE UU en medallas de oro, saciando con ello el orgullo nacional y las ansias de reconocimiento. Ambos acontecimientos competirán en las cronologías del futuro, sobre todo porque expresan una misma corriente de fondo: son las orejitas del nuevo mundo multipolar o post-americano que asoman justo a mitad de la carrera de relevos presidencial en EE UU.

Si hay años en que todo sucede en sus últimos días, en este 2008 ha sido la segunda mitad la de mayor concentración noticiosa. De ahí que se antoje difícil otra más, de mayor alcance, que se interponga entre nosotros y el año nuevo. Pero no se puede descartar: hemos aprendido que todas las transiciones son peligrosas y que lo son especialmente las presidenciales, momento en que bullen las conspiraciones para cambiar los mapas y el paso al presidente entrante. Quedan 26 días para la de Obama y seis de transición calendaria. Entre Navidad y Fin de Año las guardias están bajas, las agendas vacías y el ala de cualquier mariposa puede levantar un huracán en el otro punto del planeta.

Será difícil superar la quiebra de Wall Street, con la fecha del 15 de septiembre como emblema, cuando desapareció Lehman Brothers, hasta entonces demasiado grande para caerse; o este 11 de diciembre con la pequeña y dolorosa réplica de la pirámide de Madoff. O el impacto del 4 de noviembre, día de una elección presidencial única en la historia de EE UU, que compite con las de Lincoln y Roosevelt. O ese 29 de noviembre de la infamia terrorista en Bombay. Podrían ocurrir, en cambio, pequeños y cada vez más insignificantes acontecimientos como fue que Irlanda rechazara el Tratado de Lisboa: la presidencia checa de la UE es uno de ellos. Y sobre todo, lo que no encontrará parangón en siete días y ni siquiera en siete años será la imagen del año: ni parteaguas, ni acontecimiento definitorio, pero sí emblema que concentra la tragedia y el potencial conflictivo de todos los otros acontecimientos. Son esos zapatos árabes lanzados contra Bush, símbolo de un rechazo y de una derrota sin remedio, resumen de 2008 y de toda la presidencia.

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Pero hay que ir con cuidado con la última semana. No admite bromas. Y menos las admitirá ese año 2009 que asoma su negra cabeza.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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