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Reportaje:

"Dios es brasileño"

Lula recoge los frutos de las políticas de Estado aplicadas en Brasil

Jorge Marirrodriga

Al presidente de Brasil le gusta decir que "Dios es brasileño". Y quienes le han escuchado estos días durante la campaña de las elecciones municipales, que se celebran hoy, comienzan a preguntarse hasta qué punto Luiz Inácio Lula da Silva habla en broma o lo piensa en serio. Porque lo cierto es que el gigante suramericano, eternamente a punto de despegar, parece haber levantado definitivamente el vuelo. Y no sólo en términos económicos o de estabilidad política. Brasil ha asumido la responsabilidad de ejercer activamente el liderazgo regional, llevando a la práctica una doctrina manejada por todos los Gobiernos del país, según la cual Suramérica es el área de influencia estratégica de este país.

Este país ha asumido la responsabilidad de ejercer el liderazgo regional
"¿La crisis? Pregúntele a Bush", responde cuando se le interpela

Viendo la trayectoria de Brasil en los últimos años, pocos recuerdan que apenas en 2002, cuando Lula estaba a punto de llegar a la presidencia del país a la cabeza del Partido de los Trabajadores (PT), el ex sindicalista pasó las últimas semanas de su campaña electoral tranquilizando a los mercados financieros y asegurando que Brasil cambiaría, pero que las reglas del juego serían respetadas. Lula demostró que en Brasil existe una realidad rara en Latinoamérica: las políticas de Estado. Y es que el presidente más popular del continente -el próximo 13 de octubre recibirá en Toledo el Premio Don Quijote-, que lidera una idea de izquierda alejada del populismo, está recogiendo los frutos sembrados por él mismo. Pero, además, ha asistido a la culminación de grandes proyectos iniciados por sus predecesores.

Brasil se siente fuerte y sus vecinos confían en él. Un ejemplo. La imagen registrada hace dos semanas del presidente boliviano, Evo Morales, sentado a la misma mesa de negociación junto a dirigentes regionales que niegan su autoridad y lideran un conflicto que amenaza con convertirse en una guerra civil, sólo es explicable por la intervención directa del presidente brasileño y su Ministerio de Exteriores.

Otro dato. Esta misma semana, Lula ha convertido a la ciudad de Manaos en el epicentro de la futura red de comunicaciones transamericana. En el mapa, Manaos se encuentra literalmente sepultada por la selva amazónica, pero el proyecto brasileño no ha sido recibido ni con una sombra de escepticismo entre sus vecinos, como hubiera pasado hace pocos años. Las propuestas brasileñas ya no provocan un levantamiento de ceja irónico entre los diplomáticos vecinos, especialmente los del sur.

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Pero la excelente imagen internacional del presidente -bastante mejor que en el interior de su país, como suele suceder- no basta para justificar este momento dulce brasileño. Con una economía que actúa como un gran aspirador, Brasil se lleva 90 de cada 100 de los dólares que llegan a Suramérica en forma de inversión extranjera. Sus 180 millones de habitantes y una seguridad jurídica sólo igualada por Chile en la zona, convierten al país en uno de los mercados más atractivos del mundo. Desde hace décadas, comenzó a investigar con los biocombustibles. Hoy es el mayor productor del mundo de etanol y prácticamente todo su parque automovilístico funciona en mayor o menor medida con combustibles no derivados del petróleo. Estados Unidos no ha dudado -o no ha tenido más remedio- en buscar a Lula como aliado para introducir los biocombustibles a escala mundial y el brasileño ha aceptado la invitación, consciente de que la energía le permitirá aumentar de manera decisiva la influencia de su país en el continente.

A pesar de venir de una izquierda combativa como es el sindicalismo brasileño, Lula -al contrario de lo que hacen muchos de los presidentes suramericanos- no hace distinciones a priori entre amigos y enemigos. Este presidente, que no habla más que portugués, tiene una buena relación con mandatarios de todo el espectro político, desde George W. Bush a Hugo Chávez. Y al mismo tiempo Brasil se expresa con toda dureza cuando lo estima necesario. Igual lanza advertencias a Venezuela sobre su papel en Bolivia, o aplica medidas de estricta reciprocidad en el trato a ciudadanos de países como España, Canadá y Estados Unidos. En las fronteras brasileñas todos los ciudadanos estadounidenses deben someterse al mismo proceso -preguntas, huellas dactilares electrónicas, fotos y pago de tasas- al que los brasileños son sometidos cuando llegan a EE UU.

Lula ha continuado y dado nuevos argumentos a una tarea emprendida por sus predecesores y que es fundamental para hacerse con el liderazgo regional. Brasil capitanea la alternativa más seria y viable al proyecto estadounidense que cree en un área de libre comercio desde Alaska a Tierra del Fuego. Evitando la tentación de recurrir sólo a la ideología, el presidente brasileño ha puesto sobre la mesa cifras, fechas y resultados para defender que esa fusión se produzca por bloques: uno de los más grandes, el Mercosur, está liderado por Brasil. Y cuando es necesario adopta buenas ideas ajenas que terminarán apareciendo como suyas. Así, esta semana Lula ha dado el visto bueno a la creación del Banco del Sur, una idea de Hugo Chávez, a la que el brasileño ha restado toda carga antiestadounidense.

La diferencia fundamental entre Brasil y sus vecinos es que el primero ve la jugada de lejos. Lula ya ha salido al paso de un nuevo movimiento estadounidense que si bien no produce preocupación desde un punto de vista práctico, sí lo es en cuanto simboliza. Washington ha decidido reactivar su IV Flota que tiene base en Florida, pero será destinada a patrullar las aguas del Atlántico Sur. Unas aguas en las que precisamente Brasil ha descubierto reservas de petróleo que se suponen entre las mayores del mundo. "Estamos preocupados", ha reconocido el mandatario brasileño ante la prensa local. Para Brasil, el Atlántico Sur se ha convertido en un área de interés estratégico y sólo está dispuesto a compartirlo con Suráfrica, país con el que ha estrechado relaciones político económicas de forma exponencial en los últimos años y a resignarse a la cada vez más importante presencia británica en una extensa zona en torno a las Malvinas.

Brasil tiene buena imagen y Lula sabe aprovecharlo. Fajado en décadas de discusiones políticas y en su segundo y último mandato, el inquilino del palacio de Planalto ha aprendido a torear con las cuestiones espinosas. "¿La crisis? Pregúntele a Bush. La crisis no es mía", responde cuando se le interpela.

SCIAMMARELLA

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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