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Los demócratas estadounidenses, huérfanos de líderes

La oposición se siente sin fuerza para combatir al republicano Bush tras la guerra del Golfo

El Partido Demócrata norteamericano, que desde 1968 sólo ha conseguido colocar un inquilino en la Casa Blanca, se encuentra como el finado Fernández, el inolvidable personaje del cómico argentino Pepe Iglesias, El Zorro, que siempre quedaba aplastado por algún tipo de catástrofe. En este caso, la catástrofe para los demócratas ha sido la guerra del Golfo, que, salvo errores garrafales por parte de George Bush, asegurará a los republicanos un nuevo mandato presidencial para su partido en 1992. Las filas demócratas miran con temor el horizonte.

El partido de Jefferson, Wilson y Roosevelt se encuentra, como en una obra de Pirandello, a la busca y captura de un líder capaz de enfrentarse con éxito a un presidente, como Bush, cuyos índices de popularidad, cuando ya ha pasado el ecuador de su primer mandato, se sitúan en torno al 78%, el mayor porcentaje registrado en este siglo por un primer mandatario después de dos años en la Casa Blanca.A pesar de que su indecisión al afrontar la crisis planteada por el éxodo kurdo le ha costado una bajada de 13 puntos, Bush se presenta, al día de hoy, todavía como un presidente prácticamente imbatible en el 92.

Tan conscientes son los demócratas de la crisis de liderazgo que padecen en la actualidad, que uno de sus posibles y más presentables candidatos a la nominación, el senador Lloyd Bentsen, ex candidato a vicepresidente en la candidatura encabezada en 1988 por Michael Dukakis, arrasada en las urnas por el binomio Bush-Quayle, declaraba en una cena organizada por el partido en Detroit el pasado 6 de abril: "Se da por supuesto que los demócratas estamos atravesando una crisis, que no podemos ganar la Casa Blanca en el 92, que podemos perder la mayoría en el Senado y que podría producirse un vuelco en la Cámara de Representantes".

Tras esta constatación, Bentsen dijo ante los fieles de su partido: "No creo una palabra de esas predicciones y vosotros tampoco las debéis creer".

Sin embargo, y a pesar de su afirmación, el propio Bentsen, tejano y presidente del poderoso comité de finanzas del Senado, negó el 12 de marzo que tuviera la más mínima intención de presentarse como candidato a la presidencia en el 92 frente al tejano de adopción George Bush.

Otros presidenciables de peso se han apresurado igualmente a desmentir que tengan aspiraciones inmediatas a la Casa Blanca, no porque no quieran ocupar la primera magistratura de esta nación, sino porque no ven ninguna posibilidad de ganar.

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Así se han expresado en las últimas semanas algunos pesos pesados del Partido Demócrata. Mario Cuomo, actual gobernador de Nueva York y el único político que, según el ex presidente Richard Nixon, tendría posibilidades de batir a Bush: "Estoy gobernando el Estado de Nueva York, que es lo que sé hacer mejor. No tengo intención de presentarme a la nominación ni intención de hacer planes". Richard Gephart, líder de la mayoría demócrata en la Cámara baja y ex candidato fracasado a la nominación en 1988: "Me encanta ser líder de la mayoría y no me presento". En iguales términos, el jefe de la mayoría demócrata en el Senado, George Mitchell, se declaró "contentísimo con mi posición actual" y negó que fuera a ser un candidato en las próximas presidenciales.

Las secuelas del Golfo

Otro peso pesado y eterno presidenciable, el georgiano Sam Nunn, presidente del poderoso comité senatorial de las Fuerzas Armadas, ha caído víctima, como otros congresistas de su partido, del conflicto del Golfo por liderar la oposición parlamentaria a la concesión de poderes de guerra solicitados por Bush al Congreso el pasado 12 de enero.En la actualidad, sólo dos políticos, los ex senadores George McGovern, derrotado espectacularmente por Nixon en 1972, y Paul Tsongas, ex senador por Massachusetts, han dado un paso al frente y han anunciado su disposición a correr el riesgo electoral, si consiguen la financiación necesaria. Tsongas, con un nombre dificil de pronunciar y completamente desconocido fuera del sector dominante liberal de Nueva Inglaterra, parte con tres lastres de salida: es de ascendencia griega, representa el ala liberal del Partido Demócrata y es de Massachusetts. En resumen, con esas características, los republicanos pueden presentarle fácilmente al electorado como una segunda edición de Michael Dukakis.

En ciernes, hay un posible candidato interesante. Se trata del gobernador de Virginia, Douglas Wilder, nieto de esclavos libertos y el primer negro que ha conseguido acceder a una gobernaduría en Estados Unidos. Wilder, que ha autorizado a sus partidarios a crear una comisión para propulsar su posible candidatura, no presentaría ningún peligro para Bush, pero sí para el ex candidato a la nominación demócrata del 88, el predicador negro Jesse Jackson.

Wilder, que se presenta como progresista en servicios sociales y conservador en temas económicos, arrancaría sin duda a Jackson el voto negro moderado y podría arrastrar como candidato a vicepresidente los votos de las minorías de color e hispana.

A la vista de este cuadro desolador, muchos demócratas ponen sus esperanzas en el senador por Tennessee, Al Gore, que ya intentó sin éxito conseguir la nominación demócrata en 1988. Gore deshoja la margarita y todavía no ha anunciado su decisión final.

Sin embargo, en las últimas semanas está prodigando sus apariciones públicas, sus comparecencias en televisión y sus intervenciones en el pleno del Senado. Su decisión, en enero, de romper con sus compañeros de partido y votar a favor de la concesión de poderes de guerra a Bush le supone un dividendo político altamente rentable en el actual clima de patriotismo exacerbado que vive el país.

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