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Columna
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Fin de partida en Palestina

Un año más y el conflicto árabe-israelí sigue impasible, ajeno a declaraciones, cuartetos, conversaciones directas o indirectas, conferencias de expertos y buena voluntad formal y universal con que llenar el vacío real de intenciones. Y eso que 2010 estaba predestinado a ser un año diferente porque en la Casa Blanca se aloja un presidente también presuntamente diferente. Un presidente que el 4 de junio de 2009 dirigía un llamamiento en El Cairo al mundo islámico, al mundo árabe, al pueblo palestino, del que más que la palabra era la música la que sonaba con acentos de futuro. ¿Qué hay que decir como balance, ya mediado el mandato de Barack Obama?; posiblemente que el afro-americano 'tan solo' es presidente de Estados Unidos, y para mover a su país, no digamos ya al consecuente Estado de Israel y a la inconsecuente tribu palestina, hace falta mucho más. Habría que reunir los poderes de los presidentes de las principales universidades norteamericanas; de sus Fundaciones tan afectas al conservadurismo más extremo; de Wall Street y de las grandes empresas; de un impensable volte-face de grupos de presión como el ultra-sionista AIPAC, y todo ello aún podría resultar insuficiente, porque el manejo del calendario en Jerusalén es impecable e implacable.

El conflicto árabe-israelí, aunque intratable, dista mucho de ser por ello incomprensible

A fin de 2010 nunca había estado tan lejos la firma de la paz en Palestina. Pero el conflicto, aunque intratable, dista mucho de ser por ello incomprensible. Hay ocupantes y ocupados, resoluciones de la ONU y convenciones de Ginebra vulneradas, y nadie ignora cuál puede ser su solución: retirada israelí de la mayor parte de lo ocupado en 1967 -Cisjordania, el Golán y Jerusalén Este- permuta de territorios libremente negociada para compensar lo que Israel retenga, y compensación básicamente económica para los descendientes de los expulsados de Israel o el resto de Palestina.

Hace ya algunas décadas que se instalaba el convencimiento aparentemente irrefutable de que el tiempo jugaba a favor de los árabes, de que los palestinos estaban ganando la 'guerra de los vientres', y que la demografía preindustrial del mundo árabe, tan superior a la del israelí posmoderno, haría insoportable no solo la ocupación de los territorios sino que hasta podría complicar la evolución del Estado sionista, con su 'quinta columna' de palestinos de nacionalidad israelí. La idea de una anexión de Cisjordania quedaría así arruinada porque jamás podría Israel reconocer derechos políticos a la ciudadanía árabe recién incorporada, sin desjudaizar el Estado. Pero fue Ariel Sharon, jefe de Gobierno israelí a comienzos de este siglo y hoy en coma irreversible, quien enterró ecuación tan virtuosa.

El país que gobierna el Likud -del primer ministro Benjamin Netanyahu- y que tiene en la oposición a Kadima, cuyas divergencias con el poder deben medirse con nonius, ha aprendido a vivir sin la obsesión de una paz formal a condición, por supuesto, de que siga sin haber atentados terroristas y su aviación castigue Gaza cuando lo estime oportuno. Así, la mayor parte de la clase política israelí puede creer que tiempo juega a su favor, y que no hay más que seguir macerando la obstinación palestina para que acabe por aceptar lo que le ofrezcan, que es lo que no se consiguió con Yaser Arafat en las conversaciones de Camp David, julio de 2000; una oferta que más que un mapa de fronteras era un crucigrama de enclaves urbanos palestinos rodeados de territorio bajo soberanía de derecho o de hecho israelí. No en vano Jerusalén no tiene hoy prisa por desempolvar el atlas porque, ante una propuesta verosímilmente peor que la de entonces, la opinión internacional tendría la gentileza, cuando menos, de fingirse horrorizada. Pero la colaboración palestina y de los países árabes limítrofes es también preciosa para perpetuar la catalepsia no negociadora. Mientras exista Hamás, señor de Gaza, y autor de una carta fundacional que preconiza la desaparición de Israel; mientras los Estados árabes, gobernados casi exclusivamente por cliques antidemocráticas, le pidan a Estados Unidos o incluso a Israel, que actúe contra el presunto peligro nuclear iraní -como ratifica Wikileaks-; y mientras el propio presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, pida la liquidación del Estado sionista, Jerusalén tendrá los mejores argumentos para estirar como una goma los preliminares de una negociación nunca sustantiva, al tiempo que continúa llenando de colonos Cisjordania.

¿Ha dicho el presidente Obama su última palabra? ¿Dirá algún día Europa la primera? ¿Significa algo el incipiente regreso de Rusia al escenario del conflicto? La respuesta en tiempo de descuento, al fin de la partida.

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