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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Flamencos y valones ponen a prueba el federalismo en Bélgica

El país padece una grave crisis institucional después de 75 días sin Gobierno

Andreu Missé

El surrealismo belga no murió con René Magritte. Vive más intensamente que nunca. De alguna manera todo el país tiene un toque surrealista o simplemente belga. La sencillez y la lógica de un Estado que lleva 75 días sin Gobierno y sin excesivos dramatismos es un buen ejemplo. Tampoco es fácil en un territorio donde para la administración de poco más de 10 millones de ciudadanos hacen falta seis Gobiernos: uno federal, tres de las comunidades (flamenca, francesa y germana), un Ejecutivo valón y otro de Bruselas capital. Hay una Cámara de Representantes, un Senado, cinco Parlamentos de comunidad o región y 10 provincias. Además, 308 comunas de lengua neerlandesa, 262 de lengua francesa, 9 alemana y 18 bilingües en la región de Bruselas... Y, por encima de todo, el rey Alberto II.

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El pasado 10 de junio se celebraron las elecciones federales, en las que 11 partidos lograron representación parlamentaria. Pasados más de dos meses y medio, el vencedor, Yves Leterme, líder del CDV (cristianodemócratas flamencos), ha tenido que renunciar a formar Gobierno ante la incapacidad de formalizar una coalición de centro-derecha (naranja-azul) con los liberales flamencos Open VLD (dirigidos por Bart Somer y el actual primer ministro en funciones, Guy Verhofstadt) y sus homólogos valones: los liberales del Movimiento Reformador, que lidera Didier Reynders y los cristiano demócratas humanistas de Jöelle Milquet.

La coalición naranja-azul reú-ne a 81 diputados de los 150 de la Cámara de Representantes. Al margen quedaban los socialistas valones de Elio de Rupo y flamencos (SPA-Spirit) de Johan Vande Lanotte, que en total suman 34 diputados y la extrema derecha xenófoba del Vlaams Belang, con 17 diputados y el 12% de los votos.

La coalición ha fracasado por el rechazo de los valones, especialmente de la humanista Jöelle Miquel, a aceptar una larga lista de más de 60 competencias actualmente ejercidas por el Gobierno federal y que pasarían a ser compartidas o ejercidas directamente por las regiones. Los valones entienden que las exigencias flamencas equivalen al desmantelamiento del Gobierno federal.

Las materias reclamadas más polémicas están relacionadas con la seguridad social, el empleo, la salud, la fiscalidad y la inmigración, entre otras.

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Las exigencias de Flandes no son una novedad. Formaban parte del programa electoral de varios partidos flamencos y la mayoría ya fueron aprobadas por el Parlamento de Flandes en 1999. Desde que Bélgica inició su andadura por la senda del federalismo, primero con el reconocimiento de la autonomía cultural flamenca, en 1970, el abismo entre ambas regiones no ha hecho más que crecer. Ambas comunidades se ignoran, como lo refleja que sólo hay un 1% de matrimonios mixtos. Los flamencos, un 60% de la población, hoy fuerza económicamente emergente del país, se desentienden cada vez más del francés. Mientras que la comunidad valona, con la lengua francesa, históricamente dominante en Bélgica, que había mantenido una actitud despectiva hacia el neerlandés, empieza a interesarse por su conocimiento aunque sólo sea porque en el norte es donde hay más ofertas de empleo.

Aunque el país va hacia una separación mayor entre ambas comunidades, las posibilidades de ruptura no están a la vuelta de la esquina. Primero está el altísimo nivel de renta (27.600 euros por habitante), pero el verdadero seguro del Estado federal belga es Bruselas. Situada en territorio flamenco, capital de la UE y con una fuerte personalidad política, cultural y cívica propia, constituye la garantía más sólida de la estabilidad de un país, con una larga tradición de tolerancia y acogida. Si fracasa la naranja-azul, se intentarán otras fórmulas.Pero la única condición es que el resultado será un Estado más confederal.

Yves Leterme sonríe a su llegada al palacio Belvedere en Bruselas el pasado jueves.
Yves Leterme sonríe a su llegada al palacio Belvedere en Bruselas el pasado jueves.EFE

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