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Francia exige un cambio a Sarkozy

Los socialistas piden al presidente que aparque su programa de reformas - La izquierda se queda con 24 de las 36 ciudades con más de 100.000 habitantes

El día después de la ola rosa que ha llevado a los candidatos del Partido Socialista francés (PS) a los ayuntamientos de la mayoría de las grandes y medianas ciudades de Francia y a proporcionar a la oposición una revancha de las pasadas elecciones presidenciales, la izquierda triunfante le decía al Gobierno conservador: "Vais en la mala dirección". Y el Ejecutivo respondía a los ciudadanos: "Vamos a ir más deprisa". Desde el PS, y también desde la derecha más populista, se le exige al presidente Nicolas Sarkozy que aparque el programa de reformas supuestamente neoliberal con el que llegó al Elíseo. Pero él no parece dispuesto, por el momento, a renunciar a lo que considera el mandato para el que fue elegido.

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"Los descontentos que no quieren reformas están más bien a la izquierda, y los descontentos que piensan que no las ponemos en marcha están a la derecha", resumía ayer Jean-François Cope, el portavoz de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) en la Asamblea Nacional.

La izquierda ha superado ampliamente los objetivos que se había marcado para las elecciones municipales y cantonales. Ha arrebatado a la derecha gubernamental 38 ciudades de más de 30.000 habitantes y nueve de más de 100.000. Ahora los socialistas dirigen 24 del total de 36 grandes urbes de más de 100.000 habitantes. Además, los socialistas han aumentado el número de consejos generales de departamento, de los que controlan 60 de un total de 101, una institución importante aunque sólo sea por el considerable presupuesto para gastos sociales de que dispone.

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Desde la oposición socialista, desmembrada tras el triunfo de Sarkozy la pasada primavera, la oportunidad de desquite era demasiado golosa como para no hurgar en la herida que los votantes infligieron el domingo a la mayoría gubernamental, pero más concretamente al inquilino del Elíseo. "Pocas veces un presidente de la República, después de 10 meses en el cargo, había conocido un fracaso tan sonado y había generado un nivel de desconfianza tan profundo", dijo François Hollande, el primer secretario socialista. Dos son las exigencias que Hollande planteó ayer a Sarkozy y al Gobierno: remodelar la política que ha llevado a cabo hasta ahora y también su propio comportamiento. Para empezar, debe revalorizar inmediatamente las pensiones más bajas y subir el salario mínimo.

En las filas gubernamentales, no todos siguieron la consigna de minimizar la derrota e insistir en que el ritmo de las reformas se va a acelerar. El ex primer ministro Jean-Pierre Raffarin pareció añorar los tiempos de Jacques Chirac. El Gobierno, dijo, debe corregir ciertos puntos y dejar de "asustar" a los ciudadanos con las reformas. "Debemos marcar una inflexión en un cierto número de ejes de nuestra política, hay que corregir el tiro", añadió. Entre los culpables de lo sucedido, Raffarin señaló al asesor presidencial Jacques Attali, cuyo informe sobre las reformas necesarias para desatascar la economía francesa ha provocado reacciones espectaculares entre los colectivos que veían peligrar sus privilegios, como por ejemplo los taxistas, cuya protesta hizo temblar al Gobierno y marcó el punto más bajo de la popularidad del presidente.

"Hay que hablar de la política del empleo, que ha sido olvidada durante nueve meses", dijo Raffarin, que también pidió una "política de ordenación del territorio". Si se ha producido una ola rosa es porque "hemos asustado hablando de reformas sin hablar de resultados".

También Jean-François Copé, el presidente del grupo parlamentario de la UMP, reclamó "más legibilidad" en las reformas. Por el momento, las fuerzas gubernamentales han conseguido que no se oiga ni una palabra sobre el supuesto "plan de austeridad" que las municipales habrían aplazado, necesario para avanzar en las reformas estructurales y para combatir los enormes déficit públicos.

Sarkozy mantuvo silencio ayer. Presidió, solemne, los funerales del último superviviente de los combatientes franceses de la I Guerra Mundial en Los Inválidos. Pero mandó una señal sobre sus intenciones. "Los franceses aguardan que ciertas funciones sean asumidas con más visibilidad, pero está excluido cambiar la arquitectura general del Gobierno o los grandes puestos antes de comienzos de 2009", dijo ayer el director del Gabinete presidencial, Claude Guéant, a La Croix.

Los comunistas y la ultraderecha retroceden

Las elecciones municipales y cantonales francesas han mostrado que más a la derecha de la conservadora Unión por un Movimiento Popular (UMP) y más a la izquierda del Partido Socialista francés (PS), sólo existen los infiernos exteriores. La pérdida de posiciones del antaño poderoso Partido Comunista Francés (PCF) viene de lejos, tanto como del abrazo del oso al que le sometió el presidente socialista François Mitterrand. Pero su descenso ha sido lento, tanto como que todavía tiene un puñado de diputados en la Asamblea Nacional. Pero ayer perdió buena parte de lo que le quedaba.

El departamento de Seine-Saint Denis, el conflictivo territorio de la periferia parisiense más conocido como el 92, que se dio a conocer durante la rebelión de las barriadas de 2005, era uno de los feudos comunistas por excelencia, habitado por obreros españoles e italianos, parte de la ola migratoria de los llamados 30 gloriosos (1950-1980).

Ayer, el socialista Claude Bartolone desalojó del Consejo General a los comunistas. Y por si esto fuera poco, Dominique Voynet, la líder de los Verdes, derrotaba en Montreuil, otra emblemática ciudad obrera de las afueras de París, al alcalde comunista Jean-Pierre Brard, que ocupaba el Consistorio desde 1984. También perdió Albertvilliers a manos socialistas. Al PC le queda ya muy poco; el Consejo General de Val de Marne y un puñado de ayuntamientos, entre los que destaca uno de nuevo cuño: Dieppe.

En el otro lado, el ultraderechista Frente Nacional (FN), que hace tan sólo seis años llevó a su candidato Jean-Marie Le Pen a disputar la segunda vuelta de las presidenciales, seguía sin levantar cabeza tras el descalabro de 2006. Las esperanzas de Le Pen de que el descontento popular con el presidente Nicolas Sarkozy le devolviera los votantes que le abandonaron hace 10 meses, fueron vanas.

Su hija y supuesta heredera, Marine Le Pen, la única candidata del FN que pasó a la segunda vuelta, cayó derrotada en la pequeña localidad de Hénin-Beaumont, no consiguió ni siquiera superar la cifra de votos que obtuvo en la primera vuelta. El partido creado por su padre se deshace como un azucarillo.

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