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Columna
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Geopolítica de la crisis

El triunfo de los iPods y los iPhones no se explica sin el diseño de EE UU y la fabricación china

Andrés Ortega

A menudo se dice que la economía de EE UU (y la europea) importa menos en la mundial, dado que más de la mitad del PIB global se genera ya en las economías emergentes, muy pobladas. Es verdad que el peso proporcional ha cambiado, pero aún está por demostrar que EE UU no siga siendo la locomotora de la economía mundial, aunque sólo sea porque sus ciudadanos siguen siendo consumidores en última instancia de lo que buena parte del resto del mundo produce. El deterioro del crédito debido a la crisis de las hipotecas subprime americanas se ha extendido a gran parte del mundo financiero, lo que junto al deterioro del sector inmobiliario, y pese a las últimas cifras de crecimiento, pone a EE UU ante una amenaza de recesión. ¿Aislada? Si se confirma, estaremos ante un importante reordenamiento del poder a escala mundial. La coordinación entre bancos centrales, incluido el chino, ha funcionado como nunca antes para engrasar el sistema ante un posible gripaje. Es un progreso notable en la gobernanza global. Lo que no significa que sea suficiente para despejar los negros nubarrones. No lo es.

Las economías pueden estar, como algunas melodías, encadenadas. Como señala un buen economista, las exportaciones alemanas se han recuperado esencialmente con la maquinaria destinada a China. Ésta a su vez la necesita para fabricar productos que vende a EE UU. El triunfo estos años de los iPods y los iPhones, por ejemplo, no se explica sin el diseño americano, pero la fabricación china. La gran cuestión sigue siendo si los estadounidenses van a seguir consumiendo, pues si se retraen, dejarán de importar de China, y los chinos de Alemania. Es decir, que el efecto de una eventual crisis en EE UU se puede amortiguar en el tiempo, pero no eliminar, incluso para España donde empieza a cundir una cierta sensación de crisis, aunque no estemos ¿aún? en un hoyo. El consumo estadounidense al menos deja de crecer. La OCDE ya ha vaticinado que este año terminará con la demanda interna en EE UU tan sólo un 1,9% por encima de la del año anterior que, a su vez, había crecido un 2,9%.

Pero para EE UU hay otras señales positivas, como el crecimiento de sus exportaciones y la reducción de su déficit exterior. Como señalaba Martin Wolf en el Financial Times, EE UU "está reimportando el estímulo que exportó al resto del mundo en años anteriores" a través de un dólar muy débil que preocupa a todos, salvo a los propios americanos. Estados Unidos saca ahora fuerza de la debilidad de su moneda, a la vez que consolida un euro fortalecido en el que muchos no creyeron.

Esta revaloración ha amortiguado en la zona euro la subida del precio del petróleo. Pero ha dado alas a muchos productores y sus dirigentes, de Chávez a Putin, pasando sin atisbo de democracia alguno, por los saudíes que siguen exportando wahabismo. Pero también Brasil gana con el descubrimiento de un nuevo campo que, si se confirma, puede, sumado al etanol, llevar a la autosuficiencia de este país-continente y, a la vez, debilitar la posición geopolítica de Chávez en una parte de América Latina. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) vienen con fuerza y con un mayor grado de antiamericanismo.

Además de la primera economía mundial, EE UU sigue siendo la primera potencia militar, a gran distancia de las siguientes, incluso de una Europa unida. Pero carece de fuerzas desplegables suficientes tras la mala aventura en Irak y la guerra que se complica en Afganistán. Por eso, cabe esperar que el siguiente presidente de EE UU pida un mayor esfuerzo a los europeos, incluso para resolver algunos de los errores cometidos por su predecesor.

Y están los modelos. Durante los últimos años ha dominado la idea de la superioridad del modelo americano. Pero Europa no anda tan mal, sobre todo esa Europa que anda muy bien compaginando bienestar social y competitividad, como Finlandia y otros. Incluso el modelo francés, tan denostado y que Sarkozy intenta cambiar, parte de una situación de ventaja con su histórica apuesta por la energía nuclear.

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No se está dando sólo una redistribución del poder económico entre Estados (y empresas), sino también con respecto a las gentes, cuyos salarios pesan menos en la economía: han pasado del 81% del PIB mundial en 1981 a un menos de un 60%, en favor de las empresas y los dividendos. También implica que el modelo de crecimiento basado principalmente en el consumo está entrando en crisis. Es otro reparto del poder. aortega@elpais.es

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