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Atentado terrorista en Rusia

Golpe a la modernización rusa

El presidente Medvédev suspende su viaje a Davos, clave para atraer inversores

Pilar Bonet

El atentado terrorista en el aeropuerto de Domodédovo evidenció las limitaciones y la fragilidad del proyecto modernizador del presidente de Rusia, Dmitri Medvédev. La cruda realidad de los montes del Cáucaso se impuso a las bucólicas montañas suizas y a las expectativas que estas habían despertado en el Kremlin este año. Tomando la única decisión sensata, Medvédev renunció a participar en el Foro Económico Mundial de Davos, que se celebra esta semana y en el cual él era la estrella invitada.

Rusia había preparado una ofensiva de encanto para Davos. El objetivo era captar inversiones extranjeras, convencer al empresariado internacional de que este vasto país con enormes recursos puede ser rentable y recompensar generosamente a quienes apuestan por él. La idea era demostrar que Rusia vale la pena, pese al funcionamiento de sus tribunales (la segunda condena del magnate Mijaíl Jodorkovski), de su sistema penitenciario (la muerte en prisión del abogado Serguéi Magnitski y la empresaria Vera Trífonova), y pese a los riesgos de actos terroristas.

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La semana pasada, Arkadi Dvorkovich, el ayudante del presidente en temas económicos y uno de los cerebros de la "modernización", informó en una rueda de prensa de los proyectos de la delegación rusa en Davos. Aparte de pronunciar un discurso y responder a las preguntas del público, Medvédev debía hablar a puerta cerrada con más de cien dirigentes de grandes empresas mundiales. "A los inversores extranjeros se les dará una señal de que Rusia está abierta para los negocios, en el marco de la modernización. Pues desde este año los gastos de las empresas rusas en innovaciones y en la creación de nuevos productos y tecnologías se multiplica y no pueden prescindir de las inversiones privadas", dijo Dvorkovich. Los rusos querían hablar en Davos de convertir Moscú en un centro financiero internacional y también captar inversiones en la infraestructura de las Juegos Olímpicos de Invierno en 2014, en Sochi, en la costa del mar Negro.

También la semana pasada, el jefe del Gobierno, Vladímir Putin, se reunió con la comisión gubernamental para el desarrollo del Norte del Cáucaso, un territorio donde la dependencia del presupuesto federal se ha convertido en la principal fuente de ingresos de la economía local. Putin anunció que en 2011 se invertirán en el Cáucaso un total de 1.000 millones de euros.

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Hace un año, Moscú creó el distrito del Norte del Cáucaso y puso al frente a Alexandr Jloponin, que fue gobernador en una región de Siberia y que aborda el Cáucaso con mentalidad empresarial. Entre las ideas de Jloponin está la de promocionar el turismo en el Cáucaso. Sin embargo, la política de intentar estabilizar aquella zona con enormes transferencias no solo no ha dado resultado, sino que agrava los problemas existentes, porque ha consolidado el poder del funcionariado corrupto y porque causa malestar en otras regiones de Rusia y también en una sociedad muy sensible al trato preferente que, desde su punto de vista, reciben los caucásicos. Si los actos terroristas sin embargo ocurren en Moscú, el pacto implícito (dinero a cambio de tranquilidad) deja de ser válido.

Los atentados de Domodédovo pueden agravar el creciente distanciamiento entre "caucásicos" y "rusos" y además, de no ser atajados, ensombrecen los planes para captar inversiones tanto para los Juegos de Sochi como con vistas al Mundial de Fútbol de 2018. Sochi está en una de las regiones más corruptas de Rusia y además se encuentra a pocos kilómetros de Abjazia, el territorio secesionista de Georgia que Rusia ha reconocido como Estado. El Kremlin ha intentado "aislarla" del Cáucaso. Y para ello, ha separado la región de Krasnodarsk, donde está situada Sochi, del distrito del Norte del Cáucaso, como si eso bastara para alejarla de la vecina Abjazia, territorio separatista de Georgia.

Una madre y su hijo, en la capilla del aeropuerto.
Una madre y su hijo, en la capilla del aeropuerto.AP

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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