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Columna
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Gracias a los acampados

Este 2011 ha sido extraordinariamente prolífico en movimientos de protesta y nuevas formas de activismo, desde twitter hasta las acampadas. Armados de imaginación, tecnología, valor y tenacidad inquebrantable, ciudadanos de países enormemente dispares han dejado una huella importante tanto en su país como en el escenario político global. No han sido la norma las grandes revueltas de masas y hubo pocos estallidos de pura rabia y desesperación, con la notable excepción de los disturbios de este verano en Londres. Más bien hemos comprobado que, para propiciar cambios políticos, los individuos bien organizados y que conectan con los anhelos de la mayoría de la población (en particular de la clase media) no necesitan ser millones, ni ser millonarios, ni mucho menos recurrir a la violencia ciega del terrorismo.

Occidente experimentó este año protestas de nuevo corte, inspiradas por el éxito de las árabes

Poco se podían imaginar lo que estaban empezando las decenas de valientes que, durante semanas, desafiaron a la siniestra policía del régimen de Ben Alí protestando por la muerte de Mohamed Bouazizi en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid. Puede que algunos ya hayan olvidado ese nombre, pero el de la plaza Tahrir, de El Cairo, no se nos borrará fácilmente. El coraje de los demócratas egipcios cautivó al mundo y obró un cambio que parecía imposible. Les salieron admiradores y emuladores en todo el mundo árabe: los de la plaza de la Perla, en Manama, la capital de Bahrein, pagaron cara su osadía bajo una represión feroz; los de la plaza de la Universidad de Saná, en Yemen, lograron forzar la partida del odiado dictador Saleh manteniéndose firmes durante meses frente a virulentos ataques.

Occidente experimentó también este año protestas de nuevo corte, en parte inspiradas por el éxito de las árabes. En el Mediterráneo se alzaron acampadas en la madrileña puerta del Sol y decenas de otras plazas españolas, pero también en la plaza Sintagma, de Atenas; o en el bulevar Rotschild, de Tel Aviv; que se extendieron a otras latitudes más frías, como el patio de la catedral de Saint Paul en Londres. El parque Zuccotti, de Manhattan, se convirtió en el emblema de docenas de protestas que tomaron las plazas de ciudades medianas y grandes a lo largo y ancho de Estados Unidos. La caída del régimen no era el objetivo de estas protestas, a diferencia de las árabes, pero algunos motivos de la acción no distaban tanto, ya fuese la frustración por la falta de oportunidades socio-económicas para los jóvenes, o el hartazgo con el uso del poder político para defender los intereses privados de una minúscula minoría de privilegiados.

La corrupción ha puesto también en aprietos a los gobiernos de los flamantes BRIC, las potencias emergentes. Las manifestaciones masivas en la explanada de Ramlila Maidan, en Delhi, en solidaridad con los ayunos de Anna Hazare, el célebre activista anticorrupción, revivieron la poderosa tradición india de resistencia civil y lograron forzar un endurecimiento en las políticas de lucha contra el abuso del poder en beneficio propio. En el otro BRIC democrático, Brasil, Ficha Limpa y otras campañas anticorrupción llenaron las calles de las grandes ciudades de manifestantes con escobas, señal de la voluntad de barrer la lacra de la corrupción de la vida política brasileña. La presión de estos activistas, combinada con la de los medios de comunicación, ya ha forzado a la presidenta Dilma Rousseff a tener que cesar, a regañadientes, a nada menos que seis ministros de su Gobierno. Bajo un manto de supuesta atonía política, en la sociedad china hierve un descontento con la corrupción y la ineficacia que estalla periódicamente a escala local, como lo hizo este año en docenas de lugares, en particular la ciudad portuaria norteña de Dalian. Incluso la Rusia de Putin ha vuelto a vivir, tras las últimas elecciones, manifestaciones como no las hubo en más de una década, y la plaza Bolotnaya, de Moscú, se ha convertido en el último emblema de la determinación de la ciudadanía para terminar con el abuso del poder.

El mapa que en 2011 configuran todos estos puntos, de Brasilia a Barcelona, de Cairo a Cincinnati, de Delhi a Dalian, de Moscú a Manama, es el de una renovación política importante cuyas consecuencias iremos comprendiendo mejor en los años venideros. El éxito de estos movimientos no se mide por el número de participantes, sino por el impacto que consiguen gracias a su determinación, organización, conexión con el resto de la sociedad y, crucialmente, a su capacidad de seducir a los medios de comunicación. Las tiendas plantadas en plazas y parques simbolizan, a la vez, su frágil y precaria situación y su terca voluntad de permanecer el tiempo necesario. Al término de un año que ha sido el de los nuevos ciudadanos-activistas, debemos estarles agradecidos por un fresco soplo de democracia.

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