Guatemala, asolada por el hambre
La intensidad de las últimas lluvias agrava la inseguridad alimentaria
Eclipsado por el drama del pasado fin de semana, cuando al menos 46 personas murieron soterradas por deslaves, el fantasma del hambre se cierne nuevamente sobre Guatemala, un país con cifras africanas en hambre. La desnutrición crónica afecta al 49% de la niñez en el país centroamericano, de acuerdo con un informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, en sus siglas en inglés). En esa lista le siguen, de lejos, Honduras (29%), Bolivia (27%) y Ecuador (26%).
La situación se agrava, -si aún cabe la expresión-, porque la época de lluvias más intensa de los últimos 60 años ha destrozado la mitad de las cosechas de maíz y frijol (alubia negra) en las provincias del Altiplano, el granero del país. El impacto es mayúsculo si se tiene en cuenta que la tortilla de maíz y, ya casi como un lujo, un plato de frijoles, son los únicos alimentos a los que tienen acceso ocho de cada 10 guatemaltecos.
Los campos anegados muestran también destrozos en los cultivos de verduras. Cálculos iniciales elevan hasta un 50% la cantidad de cosechas perdidas, mientras que los campesinos comprueban, con angustia, cómo los productos que lograron rescatar se les descomponen ante la imposibilidad de llevarlos al mercado porque las carreteras están intransitables, después de que aludes de lodo y piedras bloquearan los caminos por derrumbes que se suceden a diario. En otros casos, las crecientes de los ríos han arrastrado puentes, dejando aisladas extensas zonas del país.
A nivel macroeconómico, el impacto es igual de preocupante. Una fuente de la patronal estima en 200 millones de quetzales (unos 19,5 millones de euros) las pérdidas diarias para los sectores de transporte, comercio y exportación, imposibilitados de llegar a los puertos de embarque con sus mercancías, la mayoría de ellas productos perecederos como flores y verduras.
De alguna manera, toda esta tragedia era previsible. En la Cumbre del Clima de Copenhague, celebrada en diciembre de 2009, se colocó a Guatemala entre los 10 países más vulnerables al cambio climático. La posición geográfica del país, en medio de los océanos Atlántico y Pacífico, y una orografía muy quebrada "favorecen" esa debilidad extrema, según se señaló en el foro mundial.
Pero también es cierto que los guatemaltecos han hecho muy poco por conservar sus recursos naturales. "Guatemala pierde anualmente 73.148 hectáreas de bosque", de acuerdo con un perfil ambiental elaborado en 2006. El estudio señala que en un periodo de 10 años ha perdido el 11% de sus recursos forestales. También destaca que, en términos relativos de deforestación y extensión territorial, se pierden anualmente cuatro veces más árboles que en Brasil.
Deforestación veloz Revertir esa situación se percibe particularmente difícil, porque una de las principales causas de la deforestación es la necesidad de leña de la población rural para cocer sus alimentos. A esto se suma la quema de bosque en busca de tierras para sembrar granos, sin considerar que la mayoría del territorio es de vocación forestal. Ello significa que después de dos o tres cosechas las tierras se vuelven estériles, lo que provoca invasiones a nuevas áreas.
Este panorama se ha complicado en los últimos años, ante la creciente demanda de tierras para la siembra de cultivos como la palma africana, destinada a producir biocombustibles, o la presencia cada vez mayor de las mafias del narcotráfico que, ante la debilidad extrema del Estado, han convertido extensas zonas de territorio guatemalteco en campos de siembra de plantas como la amapola o la marihuana.
Con todo, el Gobierno pareciera reaccionar con demasiada lentitud ante una tragedia, que, a todas luces, lo ha desbordado. El primer paso se dio apenas comenzó la tarde del martes (hora local), cuando el Congreso (legislativo, unicameral) aprobó de emergencia un presupuesto de 1.300 millones de quetzales (unos 127 millones de euros), de los que aproximadamente un 40% será destinado a reconstruir la red vial. De lo que todavía no se habla es de la necesidad de importar alimentos, para evitar que los especuladores eleven los precios a niveles inalcanzables.
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