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'Guerra fría' entre Suiza y Libia

Gaddafi retiene a dos rehenes suizos tras la detención de su hijo en Ginebra - Trípoli pide a la ONU la partición lingüística de la Confederación Helvética

Cuando la policía de Ginebra llegó a la lujosa suite del hotel Presidente Wilson no imaginaba que iba a desatar el mayor conflicto internacional del que la pacífica Suiza tenga memoria. Los agentes encontraron el 15 de julio de 2008 a Aníbal Gaddafi, uno de los hijos del líder de la Revolución libia, y a su esposa Aline, embarazada de nueve meses. Ambos estaban acusados de ejercer la violencia sobre dos de sus empleados domésticos: una tunecina de 35 años y un marroquí de 36.

Los sirvientes denunciaron cortes, quemaduras, golpes en la cara con la hebilla metálica de un cinturón y amenazas de muerte. Tras pasar una noche en prisión y pagar una fianza de más de 300.000 euros, el joven Gaddafi y su esposa fueron liberados. Poco después Aisha Gaddafi, abogada y hermana de Aníbal, amenazaba así a Suiza: "Ojo por ojo y diente por diente".

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No hizo falta esperar mucho para ver cumplida la funesta promesa. Cuatro días más tarde, dos hombres de negocios suizos eran detenidos en Libia bajo la acusación de "infracción a las leyes de extranjería". Tras pasar por una celda atestada de presos y en condiciones higiénicas deplorables, se les permitió refugiarse en la Embajada de Suiza en Trípoli el 29 de julio de 2008. Allí siguen hasta hoy. Esta medida fue seguida de cortes en el suministro de petróleo, la retirada de fondos depositados en bancos suizos y la suspensión de vuelos entre Libia y Suiza.

El pasado 20 de agosto, Hans Rudolf Merz, presidente de la Confederación Helvética, efectuó un arriesgado viaje a Trípoli con la esperanza de repatriar a los rehenes. Para comenzar su calvario en Libia, el presidente de Suiza no fue recibido por Muammar el Gaddafi, sino sólo por su primer ministro. Una vez en Trípoli, Merz debió ceder en toda la línea y arrodillarse ante los libios pidiendo perdón por el arresto de Aníbal. Libia obligó al mandatario suizo a regresar a su país con las manos vacías, después de haber dejado abierto un conflicto interno con la ministra de Asuntos Exteriores suiza, Micheline Calmy-Rey, cuyo discreto trabajo diplomático a lo largo de un año habría quedado desautorizado y arrojado por la borda. En los pasillos de Berna se habla de "guerra abierta" dentro del poder, aunque ante la galería se mantienen formas correctas. Tras su retorno, el presidente Merz dijo públicamente que, de no ser liberados los rehenes antes del 1 de septiembre, asumiría las consecuencias políticas del caso. Han pasado ya dos semanas y los rehenes siguen en África. Aunque todo indica que el Ejecutivo de Berna ha decidido sostener al presidente y, de momento, no ha exige su dimisión; algo que sería un hecho sin precedentes en la historia de una de las democracias más antiguas del mundo.

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Un destacado conocedor de la política del Magreb, el profesor franco-español Luis Martínez, considera que la verdadera causa de la actitud libia no es otra que la humillación infligida al joven Gaddafi. Según este experto, los hijos de los autócratas árabes y africanos "conviven como las estrellas de Hollywood y comparten vacaciones y lugares de ocio". Entre ellos, aceptar que se pueda detener impunemente al hijo del dictador equivale a admitir que "Gaddafi ya no vale nada".

La tensa situación generada por la crisis de los rehenes es la noticia que ocupa todas las portadas en Suiza. Los analistas consideran que "ningún otro Estado hubiera aceptado tal grado de humillación por una causa tan nimia". Otros ven "una prueba del doloroso aislamiento al que está sometida Suiza", una nación a la que "ningún país amigo viene a ayudar en momentos de crisis". Argumento que algunos utilizan para reforzar la tesis de la necesidad del ingreso de Suiza en la Unión Europea. Otro punto que destacan los especialistas es el hecho de que una democracia deba "pedir perdón por aplicar las leyes de un Estado de derecho".

Mientras, la guerra fría entre Libia y Suiza comienza a llamar la atención también de la prensa internacional. Aunque hasta ahora el secuestro de los hombres de negocios suizos y las represalias libias han pasado casi inadvertidos, ya que los focos que apuntan a Trípoli estaban centrados en la reciente polémica de la liberación de Abdelbaset al Megrahi, condenado por el atentado terrorista de Lockerbie, en 1988.

Por si todo esto fuera poco, el próximo día 23 Libia asume la presidencia de la Asamblea General de la ONU. Ese día, Muammar el Gaddafi se dirigirá a los representantes internacionales, justo después de que lo haga el presidente de EE UU, Barack Obama. En su agenda se encuentra una propuesta surrealista: el desmantelamiento de Suiza y el reparto de sus regiones lingüísticas entre "sus verdaderos dueños". Por ahora, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, no se ha dignado responder a la misiva en la que Gadaffi insta a la partición de la Confederación Helvética entre Francia, Alemania e Italia. Mientras, los diplomáticos suizos ya no saben qué hacer para evitar que una nueva humillación se sume a la absurda situación desencadenada por la familia Gaddafi.

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