Guerra relámpago en Georgia
"No entiendo la actitud de Mijaíl Saakashvili. Se tiró en la trampa urdida por los rusos con una celeridad que me hace pensar que, si ha jugado tan mal (puesto que lo perdió todo y ofreció una victoria inesperada a Putin en bandeja de plata), o bien es mucho menos bueno de lo que creía yo, o bien es francamente visionario, al estilo de Anuar el Sadat: me lanzo en un pleito perdido de antemano para romper el statu quo, internacionalizar el conflicto y hacer que las cosas se muevan". Ésta es la hipótesis de un conocedor de Georgia y de su presidente, expresada en una correspondencia privada.
Pero lo importante son Rusia y sus dirigentes, que habían advertido que la independencia de Kosovo no quedaría sin consecuencias: es el principio de la reparación de esa caída de la Unión Soviética definida por Vladímir Putin como "el mayor desastre político del siglo pasado". Un Putin que calificó hace un año al georgiano (¿osetio?) Iósif Stalin como "el dirigente ruso más exitoso del siglo XX" y dijo alguna vez a Saakashvili: "Gracias por habernos dado a Stalin".
Nadie debió sorprenderse del puñetazo dado por Moscú sobre el tablero mundial. Putin ha sido muy claro desde un principio y, como los militares rusos desde 1991, ve en la expansión de la OTAN "una amenaza" a la seguridad de Rusia. Lo reiteró en abril y advirtió que la entrada de Georgia y Ucrania en dicha alianza sería un casus belli. "¿Pero qué es Ucrania? ¡Ni llega a Estado! Parte de su territorio es Europa central, la otra parte, la más importante, se la dimos nosotros", dijo Putin, y evocó la posibilidad de quitarle Crimea, para empezar.
Solzhenitsin le pedía a Mijaíl Gorbachov que renunciara al imperio, del cual los rusos eran las primeras víctimas, para poder pensar en la libertad. Putin demuestra que el gran Alexandr tenía razón: empezó por desvirtuar la incipiente democracia rusa antes de emprender la tarea de devolver a Rusia su estatus de gran potencia imperial. Para poner de rodillas a Bielorrusia, Georgia, Ucrania (y Europa), ha cerrado la llave del gasoducto a su antojo; ha presionado de mil maneras a Georgia y a los países bálticos y, bien lo dijo un político estonio, "la respuesta de Occidente en el asunto georgiano no puede sino alentar Rusia a ir más lejos".
Los países escandinavos y las antiguas "democracias populares", dominadas por la URSS hasta 1989, toman muy en serio un asunto que los países latinos prefieren minimizar. Los checos recuerdan el triste agosto de 1968 con los tanques soviéticos en sus calles y también el trágico verano de 1938, cuando, hace 70 años, las democracias europeas abandonaron al "Señor Canciller Hitler" las provincias separatistas de los Sudetes, pobladas por alemanes. Unos meses después, los tanques alemanes entraban en Praga. No es seguro que vaya a pasar lo peor, pero hay que pensar en lo peor para evitarlo.
Jean Meyer es historiador del CIDE, en México DF, y autor de Rusia y sus imperios, 1894-2005, Tusquets, 2007.
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