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Reportaje:

Guerra sucia en la derecha francesa

El 'caso Clearstream' queda visto para sentencia - El viejo enfrentamiento entre Sarkozy y Villepin ha polarizado durante meses la vida política

Antonio Jiménez Barca

Todo comenzó con un becario listillo, llamado Florian Burges, aficionado a las novelas policiacas, que mientras trabajaba como ayudante de los consultores de Arthur Andersen en el banco luxemburgués Clearstream, grabó sin permiso un listado de cuentas opacas que sólo contenían números y se las llevó para su casa en un disquete, convencido de que las cifras ofrecían claves para descubrir un sistema de lavado de dinero. Ése es el peregrino origen del caso Clearstream, cuyo proceso judicial, que ha determinado parte de la vida política francesa, se ha desarrollado durante un mes y que quedó el viernes visto para sentencia. Por él han pasado, además del becario (ahora convertido en gestor de guarderías), generales-espías, confidentes mentirosos, jueces, ex ministros y periodistas especializados en airear trapos sucios.

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Pero, sobre todo, ha servido para que el ex primer ministro y ex ministro de Exteriores, Dominique de Villepin, acusado de denuncia falsa, y Nicolas Sarkozy, presidente de la República, parte civil, dos pesos pesados de la derecha francesa que se han detestados siempre, siguieran enfrentándose, esta vez con un tribunal y una nube de abogados entre medias.

¿Quién ha ganado? No se sabe. La sentencia, que se emitirá el 28 de enero, dilucidará si Villepin, el chambelán elegante que en 2003, cuando era ministro de Exteriores, personificó en la tribuna de la ONU la voz de la vieja Europa para denunciar la guerra de Irak, es culpable de torpedear, algo infantilmente, la carrera emergente de Sarkozy al permitir que una denuncia falsa siguiera su curso dejando su rastro de veneno por donde pasaba: las mismas listas robadas por el becario, ya falsificadas con nombres colados de matute, entre ellos el de Sarkozy, enviadas a un juez especializado en asuntos turbios y de corrupción.

El político de porte noble y atractivo, de ademanes aristocráticos, tuvo días memorables en el juicio, en el que hizo recordar al convincente orador y al astuto comunicador de otras épocas: el primer día, cuando toda Francia miraba hacia la sala del tribunal donde se iba a desarrollar el juicio, Villepin se arrimó a la muralla de cámaras de televisión para denunciar el "encarnizamiento" de Sarkozy ("yo estoy aquí por él", dijo), reservarse la primera plana de todos los periódicos del día siguiente y ganar así en un minuto el primer asalto de un combate que aún no había comenzado y que iba a durar un mes.

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El segundo asalto llegó a la quinta jornada del juicio, cuando un Villepin sereno, firme, reconvertido en su papel de hombre de Estado, rechazó haber participado en el complot debido a que "en el Ministerio de Exteriores se trabaja con certezas" y negó haber mencionado u oído el nombre de Sarkozy en la reunión clave de toda esta historia, celebrada en el despacho de Villepin el 9 de enero de 2004.

Pero después le llegó el turno de encajar. Testificó otro de los presentes en esa reunión determinante, el general Philippe Rondot, un viejo maestro de espías jubilado que tiene la manía de apuntarlo todo en unos cuadernitos de campo. Rondot aseguró que el nombre de Sarkozy sí que salió a propósito del listado que el tercer participante en la charla, Jean-Louis Gergorin, acababa de sacar del bolsillo de la chaqueta. Así lo escribió Rondot en su cuadernito y así lo ratificó, ante la mirada helada de Villepin. El segundo momento en que la prestancia de Villepin se tambaleó fue hace pocos días, cuando el fiscal le acusó de lavarse las manos pese a conocer la lista y saber que era falsa. "Poncio Pilato no puede quedar impune", dijo el fiscal.

Alrededor de esta trama política a dúo merodea otra pareja protagonista en la particular fauna del caso Clearstream compuesta por el citado Gergorin e Imad Lahoud. El primero, ex directivo del conglomerado European Aeronautic Defense and Space Company (EADS), de 53 años, es un tipo nervioso, miedoso, huidizo, pálido, obsesionado con la muerte de su jefe a manos, según él, de la mafia rusa, principal acusado, según el fiscal, de todo el complot, encaminado a perjudicar, además de a Sarkozy, a viejos colegas y altos cargos de su antigua empresa, también introducidos en la falsa lista.

Al lado de Gergorin ha estado siempre Lahoud, de 43 años, pinta de estudioso o de iluminado, gafas redondas negras, ex agente de Bolsa, experto informático tan inteligente como inestable, obsesionado con el ascenso social y pegarse a los poderosos, ex confidente del general Rondot, que le consideraba muy poco fiable por alardear de conocer a Bin Laden, mentiroso crónico que ha dado a lo largo de la instrucción varias versiones del caso. Él fue quien, a través de un periodista de investigación, consiguió el disquete del becario, el que introdujo el nombre de Sarkozy al lado de una de las cuentas. Según él, porque Gergorin, para el que trabajaba en EADS, se lo exigió tras manipularle. "Era una etapa de mi vida en la que yo estaba muy débil y él se aprovechó, yo era su cosa", aseguró el viernes en una televisión. Gergorin lo niega todo.

El juez determinará el 28 de enero quién miente, si Gergorin o Lahoud, y quién gana, si Sarkozy o Villepin.

Dominique de Villepin llega al tribunal que juzga el <i>caso Clearstream,</i> el pasado 21 de octubre.
Dominique de Villepin llega al tribunal que juzga el caso Clearstream, el pasado 21 de octubre.REUTERS

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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