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La carrera hacia la Casa Blanca

Hillary Clinton se enfrenta a la batalla final

La senadora por Nueva York se juega sus últimas bazas en las primarias de Tejas y Ohio

Antonio Caño

Sólo porque Hillary Clinton es Hillary Clinton, la mujer más famosa del mundo, una luchadora infatigable, una influyente senadora y una ganadora a cualquier precio, todavía se habla de ella. Se ha quejado de un trato discriminatorio desde la prensa, pero la prensa se habría olvidado hace tiempo de un candidato que hubiera perdido 11 elecciones primarias consecutivas si ese candidato no fuera Hillary.

Hillary sorprende cada día con un estilo de ropa y de discurso distintos
Los demócratas quieren la Clinton original. Pero ella ya no puede serlo
Clinton siente como una gran injusticia que Obama no espere su turno

La prensa, en términos generales, está atraída por el fenómeno novedoso que representa Barack Obama y cubre con profusión el entusiasmo popular que el joven senador desata en cada lugar por el que pasa. Ha analizado durante más tiempo y más en profundidad la trayectoria de Hillary Clinton, simplemente porque ha sido la favorita durante mucho tiempo y porque su recorrido político es más largo.

"Hillary Clinton siempre se ha quejado de la prensa, pero no tiene razón. Todos los presidentes, desde Kennedy hasta Bush se han quejado. La prensa es sensible, sí, al enamoramiento con Obama, algo que también pasa en cierta medida con John McCain, pero no está en contra de Hillary Clinton", opina Evan Thomas, director adjunto del semanario Newsweek.

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El problema de Hillary no es la prensa. Hillary Clinton puede intentar buscar simpatías como víctima de un compló mediático y acusar a los periodistas de tener a Obama entre almohadas. Pero eso, como afirma, Thomas, "no es una estrategia ganadora".

El problema de Hillary Clinton, las razones por las que puede encontrarse ante el final de su carrera presidencial si no gana pasado mañana en Ohio y Tejas -las encuestas indican que no lo tiene fácil-, ni siquiera son achacables a sus méritos, muchos y reconocidos, o al manejo de su campaña electoral, aunque esto ha contado también. El problema de Hillary Clinton es más profundo y tiene que ver con su propia incapacidad natural para despertar afecto. Es un poco arriesgado en política relacionar la competencia profesional con los sentimientos, pero cualquier político puede dar fe de que hay que hacerlo. La presencia de Obama en esta carrera, además de toda la energía que él mismo posee, pone en evidencia las limitaciones de Clinton en ese terreno.

"Los electores suelen inclinarse", ha escrito la columnista Maureen Dowd, "por el candidato a quien sienten más cómodo en su piel. John Kennedy y Ronald Reagan se veían excepcionalmente confortables. También Bill Clinton y George W. Bush, aunque estos últimos demostraron que ese confort puede ser una especie de ilusión que enmascare sus profundas inseguridades".

Obama dio esta semana en el debate de Cleveland una lección de lo que es sentirse cómodo en su piel -sonriente, inmutable, condescendiente y enérgico en las dosis precisas-, mientras que Hillary Clinton sorprende cada día con un estilo de ropa y de discurso distintos. En un mitin, es la sarcástica que dice que ella también podría prometer "que se abran los cielos y canten los coros de ángeles y todos estemos unidos y felices". En otro, es la agresiva contendiente que grita: "¡Avergüénzate de ti mismo, Barack Obama!". Y en otro, es la conciliadora compañera "orgullosa de compartir esta campaña con Barack". Un día es la radical que acusa a su contrincante de traicionar los principios demócratas por no ofrecer cobertura sanitaria universal. Y al siguiente, es la moderada que advierte de los peligros que un triunfo de Obama puede significar para la seguridad de los norteamericanos.

Hillary Clinton está al frente de una campaña que antes denunciaba el juego sucio de los ultras y ahora es incapaz de desmentir de forma clara que no esté detrás de la difusión de unas fotos de Obama con vestimenta y turbante somalí que apelan a los peores instintos del electorado al vincularlo visualmente con el islam.

La única conclusión posible es que Hillary ha exhibido tantas caras en estos días porque no sabe con cual quedarse. Su mejor frase de esta campaña fue aquélla, después de su inesperado triunfo en New Hampshire, en la que dijo: "En el camino he encontrado mi voz".

Le duró poco. Enseguida, acompañada de su marido, el ex presidente Bill Clinton, se apuntó a una dura estrategia para derrotar a Obama en Carolina del Sur, y su voz se perdió para siempre. Sigue quedando Hillary Clinton, la mujer fuerte, la luchadora capaz de soportar la más feroz campaña de desprestigio lanzada por los micrófonos conservadores y de pasar por alto el más conocido episodio de infidelidad de la historia. Sigue siendo el valor seguro, la comandante en jefe, "el mejor hombre para el puesto", como dijo Jack Nicholson. Y en esa fortaleza se fundamentan las posibilidades que aún subsisten de que pueda resucitar el próximo martes.

Pero es ya una Hillary Clinton totalmente desfigurada, esperanzada en una victoria únicamente por las carencias o los fallos de su rival. "Si Clinton gana será únicamente porque la gente pueda percibir que Obama se ha pasado de brillante", cree la periodista Gail Collins. Por el contrario, los discursos de Clinton hoy son ligeramente venenosos, a veces, y aburridos casi siempre. Ahora que su futuro está en juego en Ohio, Gail Collins ha comentado que "si Hillary Clinton fuera un Estado, sería Ohio, lejano de cualquier extravagancia, carente de todo glamour".

"La amarga ironía", como afirma Daniel Henninger, subdirector de Opinión del periódico The Wall Street Journal, "es que los demócratas quieren una figura como el Clinton original. Pero ella no puede serlo".

Todo esto importaba menos el año pasado, antes de Iowa, cuando Hillary Clinton recorría el país con la soberbia de quien se consideraba designada por el destino para ser la candidata demócrata a la presidencia. Una soberbia transmitida a toda la campaña por su principal diseñador, Mark Penn, un famoso estratega político de Nueva York con tarifas de cuatro millones de dólares por trabajo, que había hecho planes para una victoria segura en el supermartes, el 5 de febrero, y no había imaginado ni hipotéticamente otro escenario. Un editorial de The New York Times escribía por entonces "ésta es una campaña ya ganada por Clinton".

En ese tiempo, la consigna era preservar a Hillary, alejarla de la prensa, limitar al máximo sus contactos directos con los votantes, evitar riesgos puesto que todo estaba hecho. La imagen de frialdad y lejanía de la candidata se reforzó como consecuencia de esa estrategia.

Después de Iowa, del posterior desastre en Carolina del Sur y del mediocre resultado del supermartes, se intentaron cambiar las cosas. Hillary Clinton salió a la cabina del avión de campaña para intercambiar bromas con los periodistas. Maggie Williams sustituyó a Patti Solis al frente de la campaña y se le dieron mayores responsabilidades a un cerebro del entorno de los Clinton de toda la vida, Harold Ickes, un veterano de 68 años a quien Bill Clinton despidió de la Casa Blanca cuando su nombre apareció incómodamente vinculado al caso Whitewater y al que ahora recurre Hillary Clinton para conseguir un milagro.

Es conocida en Washington la rivalidad entre Ickes y Penn, y es indudable que la obligada convivencia de ambos dentro de la campaña de Clinton es un rasgo más de lo mal que están las cosas. "Lo que puedo decir es que ella es mejor que su campaña", reconoció esta semana Ickes en The New York Times. "Estoy un poco desilusionado por la falta de lucha de parte de nuestro equipo directivo".

Ese abatimiento es cada día más patente en la actuación de Hillary Clinton. Abatimiento transformado en ocasiones en rabia por la certificación de que un novato en el Capitolio está a punto de abortar los planes que nacieron hace mucho años, quizá desde aquel día en el que un periodista escribió que "si Clinton pudiera presentarse a la reelección por tercera vez, sería imbatible".

Una rabia que le impide a Hillary Clinton encontrar su voz porque, como afirma Maureen Dowd, "es incapaz de salir de lo que ella ve como la profunda injusticia de que Obama no espere su turno". "Las chaquetas amarillas de sus mítines difícilmente ocultan el hecho de que está verde de envidia". Cruel diagnóstico sobre una mujer para la que hace poco se aventuraba un destino poderoso en su país y enormemente simbólico para todas las mujeres del mundo.

Resulta casi trágico este final que, después de tantas batallas, parece aproximarse para una estrella, una diva, una guerrera que viene a caer a manos, no de sus enemigos en la derecha, sino de uno de los suyos, de alguien de su familia, y no de la familia lejana, sino de un pariente próximo, un afroamericano, otra presunta víctima de los mismos enemigos de Hillary Clinton, pero que se niega a serlo.

Hillary Clinton, en un acto electoral en Tejas.
Hillary Clinton, en un acto electoral en Tejas.REUTERS
En Ohio, Barack Obama saluda a sus simpatizantes en un mitin.
En Ohio, Barack Obama saluda a sus simpatizantes en un mitin.REUTERS
La senadora por Nueva York necesita ganar con mayoría en Texas y Ohio para seguir en la carrera presidencialVídeo: ATLAS

Los problemas

- Hillary Clinton se juega en las primarias de Tejas y Ohio su última baza de frenar a Barack Obama.

- La senadora por Nueva York ha perdido frescura en su discurso inicial. Va a remolque de su rival.

- La prensa se ha sentido deslumbrada por la aparición del fenómeno Obama y ha contribuido a su expansión y éxito.

- Hillary transmite dureza y una lejanía al votante, lo contrario que Obama, que sigue la estela de John Kennedy y Ronald Reagan.

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