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Huir de la guerra a lomos de burro

Una joven de la tribu mehsud relata cómo escapó con su familia de la ofensiva militar paquistaní contra los talibanes en Waziristán del Sur

Ángeles Espinosa

Banghasa acaba de llegar a Islamabad y ya echa de menos las montañas de Waziristán. Hace demasiado calor para ella. Pero las altas temperaturas de la capital paquistaní no son nada comparado con lo que ha dejado atrás. "Cuando los bombardeos alcanzaron Lhada, sentimos que no estábamos seguros y decidimos irnos", cuenta Nasima Khan, una de sus nietas. Así fue como la familia Khan (tres hombres, cinco mujeres y cuatro niños) emprendió, con la ayuda de sus tres burros, un largo y peligroso viaje de 23 horas a pie por caminos de montaña para ponerse a salvo.

"Salimos a las cuatro de la madrugada del pasado miércoles", refiere Nasima, de 26 años y madre de dos niños, sentada en el suelo de la casa de los parientes que les han acogido. "Los bombardeos de los helicópteros habían empezado un par de semanas antes, pero las bombas caían en las montañas", precisa. Así que los Khan no hicieron demasiado caso a las advertencias del Ejército para que abandonaran la zona.

"Una bomba mató a cuatro vecinos en su casa; fue cuando decidimos irnos"

Los Khan pertenecen a un clan de los mehsud, la tribu pastún contra cuyo territorio el Ejército lanzó hace 10 días la Operación Camino de Salvación por su apoyo a los talibanes. A partir de ese momento, el peligro se hizo más evidente. "En una casa cercana, una bomba mató a cuatro personas e hirió a nueve; en otra, hubo un muerto y ocho heridos", relata la joven poniendo en evidencia la versión oficial que nunca menciona víctimas civiles. Fue entonces cuando los hombres decidieron que había llegado el momento de marcharse. Cargaron dos baúles con las pertenencias familiares en uno de sus tres burros, subieron a la abuela Banghasa en otro, y en el tercero se iban turnando las mujeres con los niños.

"Todavía era de noche y hacía frío", recuerda Nasima, que, como sus cuñadas Rahmana y Balana, iba preocupada de que los críos, adormilados, no se cayeran del burro y se despeñaran por algún precipicio. El camino que enfilaron transcurre entre montañas en torno a los 3.500 metros de altura, un paisaje que en invierno cuando está nevado recuerda a Suiza, pero que en esta época es un secarral pedregoso.

"No tomamos la carretera principal porque estaba bloqueada por el Ejército", explica Nasima a través de su primo Ibrahim, que hace de intérprete. Sólo ese lazo familiar permite que un hombre esté presente en la conversación, ya que la tradición pastún impone la segregación de sexos (purdah).

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"Como estábamos a tanta altura, las explosiones se oían con mayor intensidad. Pasamos mucho miedo", admite la mujer. "El Ejército debería haber dejado un camino seguro para que pudiéramos salir", se quejan. Como los Khan, cerca de 14.000 familias han abandonado la zona desde el inicio de los combates, según datos de la ONU, lo que eleva el total a 26.165 (unas 209.000 personas) desde que se anunció la operación a finales de junio.

¿Y los talibanes? ¿No encontraron ninguno por el camino? Las mujeres dicen que no. Aunque es improbable que se diferencien en su apariencia del resto de los hombres locales. En estas regiones, todo varón adulto que se precie va armado y tanto el turbante como la barba constituyen una seña de distinción. Incluso la moral conservadora de los milicianos islamistas no es muy diferente de la tribal. Pero aquéllos han destruido las estructuras tribales y desatado una lucha de poder que ahora enfrenta a algunos clanes con el Gobierno y entre sí.

"Los mehsud no apoyamos a los talibanes", interviene Ibra-him, que habla con desprecio de Hakimullah Mehsud, el líder de los talibanes y primo lejano suyo. "Hasta que se unió a ellos, no era nadie", señala.

El asunto no impresiona a sus primas, que insisten en la poca delicadeza de los militares. "En cada puesto de control se empeñaban en registrar todas nuestras pertenencias, lo que les llevaba casi una hora", subraya Nasima. El primero al salir de Ladha, otro al llegar a Makin y el último antes de alcanzar la seguridad de Razmak, donde ya pudieron alquilar una furgoneta, aunque, eso sí, a un precio prohibitivo. "Nos cobraron tres veces más de lo normal por llevarnos a Mir Ali", apunta molesta a pesar de que, como el resto de las mujeres de Ladha, nunca ha ido a la escuela y no sabe leer ni escribir.

Una vez que la familia estaba a salvo, el patriarca regresó con los tres burros para ocuparse de las cabras que dejó desatendidas y que constituyen su principal fuente de ingresos. Aún les quedaba otro trayecto en microbús hasta Banu y desde allí hasta la estación de Pir Wadha, a las afueras de Islamabad, donde Ibrahim les recogió a la una de la madrugada del pasado viernes. "Estaban exhaustos", asegura.

Una mujer desplazada acarrea un bebé y un pequeño hato de leña por un suburbio de Rawalpindi, en las cercanías de Islamabad.
Una mujer desplazada acarrea un bebé y un pequeño hato de leña por un suburbio de Rawalpindi, en las cercanías de Islamabad.AFP

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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