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Columna
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Irán: viejo guión, nuevo escenario

Cinco veces, cinco, el Consejo de Seguridad de la ONU ha ordenado a Irán la suspensión de sus actividades de enriquecimiento de uranio ante la sospecha de que, detrás de su programa nuclear, oficialmente para fines pacíficos, lo que, en realidad, Teherán pretende es el desarrollo de la tecnología atómica para uso militar. Hablando en plata, la capacidad para construir armas nucleares. Pues bien, una vez más, el Consejo de Seguridad ha resultado inoperante. Porque, cinco veces Irán ha hecho caso omiso a las resoluciones del alto organismo y ha seguido, impertérrito, con su programa de enriquecimiento de uranio sumando cada vez más centrifugadoras al mismo, a pesar de las tibias sanciones impuestas por la ONU al régimen de los ayatolás por desacato.

El resultado de la cita de Ginebra da tiempo a Teherán para continuar con su programa nuclear

Pero Occidente no escarmienta. Como si fuera la primera vez que Irán ha engañado y mentido a la comunidad internacional, una vez más se rasga las vestiduras ante el descubrimiento de una planta secreta subterránea de enriquecimiento de uranio, incrustada en una base militar cercana a la ciudad sagrada de Qom, sede del líder supremo de la revolución islámica, ayatolá Alí Jamenei, cuya existencia había ocultado al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), la agencia de Naciones Unidas encargada del cumplimiento de los compromisos internacionales sobre energía atómica. Y de nuevo se pone en marcha la comedia de la antigua farsa.

Barack Obama, que había prometido "abrir el puño y tender la mano abierta a Irán", se siente engañado y califica el comportamiento iraní de "inaceptable". Y, acompañado por Nicolas Sarkozy y Gordon Brown, con el apoyo expreso de Angela Merkel, exige en público a Teherán que cumpla de una vez las resoluciones de la ONU o se exponga a nuevas y graves sanciones. Los iraníes, pillados por sorpresa con el descubrimiento de la planta de Qom, que, por cierto, no tiene capacidad para producir el suficiente uranio para propulsar una planta nuclear, pero sí el necesario para armar una cabeza atómica, prometen ser buenos chicos y, en las conversaciones de Ginebra de hace una semana, accedieron a que inspectores del OIEA visitaran Qom antes de fin de mes e, incluso, aceptaron la posibilidad de que parte de su uranio sea enriquecido en Francia y Rusia.

Déjà vue. Porque el escenario puede ser nuevo. Pero el guión es el mismo que se viene ensayando desde 2006 cuando el Consejo de Seguridad aprobó la primera resolución conminatoria a Irán con el resultado por todos conocido. Un resultado que sólo favorece la estrategia de Irán, que consigue, con el pasteleo diplomático, lo que más necesita: tiempo para continuar su programa nuclear. A pesar de que las potencias occidentales parecen dispuestas a proponer sanciones verdaderamente mordientes si Irán no cumple las resoluciones de la ONU antes de fin de año, Teherán sabe que, desde luego, China y, en menor medida, Rusia no apoyarían esas nuevas sanciones. Es significativo que, poco después de que el presidente ruso no descartara ante Obama un eventual apoyo de Moscú a las sanciones, el viceministro de Asuntos Exteriores, que depende de Vladímir Putin, manifestara en Moscú que nuevas sanciones no servirían para nada.

¿Por qué iban a apoyar Rusia y China unas sanciones patrocinadas por Occidente que pusieran en peligro la estabilidad de Irán, un país que, tanto Moscú, como Pekín, consideran vital para sus intereses estratégicos y que, además, erosiona con su postura la credibilidad de EE UU en la zona? Aparte de los millonarios contratos en venta de armas y construcción de una central nuclear para usos pacíficos, Rusia teme la capacidad de desestabilización del Cáucaso y de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central que, potencialmente, tiene Teherán.

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En cuanto a China, saquen la calculadora. Según el New York Times, en junio la China National Petroleum firmó un contrato por 5.000 millones de dólares para desarrollar un campo de gas. En julio, Irán invitó a China a unirse a un proyecto por valor de 43.000 millones de dólares para construir siete nuevas refinerías y un oleoducto de 1.640 kilómetros y, un mes después, en agosto, Teherán y Pekín suscribieron un nuevo acuerdo, esta vez por 3.000 millones de dólares para la ampliación de otras dos refinerías. Sin olvidar que Irán es uno de los mayores suministradores de crudo al régimen comunista, un suministro vital para del desarrollo chino. Por eso, es más que dudoso que Pekín accediera a la imposición de unas nuevas sanciones que contemplan, entre otras cosas, como estudia la Cámara de Representantes de Washington, la prohibición de exportación de gasolina a Irán y la negativa de acceso de barcos iraníes a una serie de puertos comerciales. Los retos siguen apilándose en el despacho oval de Obama.

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