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Reportaje:

Italia no es país para jóvenes

Con más contratos temporales que fijos y los salarios más bajos de la eurozona, los 'mileuristas' italianos serán una de las claves de las elecciones

Sus historias se parecen: tienen entre 22 y 36 años, ganan entre 500 y 1.200 euros, no tienen derechos, vacaciones, ni coche, no viajan al extranjero, apenas compran libros o van al teatro, muchos estudiaron una carrera pero trabajan en lo que sale. Y la mayoría dice que no sabe a quién votará o ha decidido no hacerlo.

Son los precarios italianos, la energía nueva del país, su esperanza. Escucharlos es zambullirse en la desolación, la explotación, la rabia. Están "desilusionados", "machacados", "resignados", cansados de "una política vieja que no deja paso a nadie", unos "sindicatos falsos y corporativos", y unos "empresarios explotadores e impunes". Rebelados por la falta de alternativas, la mayoría se declara dispuesta a emigrar.

Decididamente, la vieja y bella Italia no es un país para jóvenes. Los sondeos dicen que van a votar mayoritariamente a Berlusconi, que el voto a la derecha crece cuanto más joven y más pobre. Resulta misterioso, porque después de hablar con unos 50 precarios de Milán, Nápoles, Roma, Perugia y Cagliari, ninguno admite votar al PDL.

Eleonora, romana de 27 años, licenciada en marketing y "muy parada", voluntaria en la lista de Francisco Rutelli a la alcaldía de Roma, cuenta que tiene una amiga que "vota a Berlusca". "Es que gana 1.500 euros", aclara riendo, "no está de moda como yo, ella no es precaria".

Palabras santas, Toda la vida por delante. Dos títulos cinematográficos confirman que la precariedad está de moda. El segundo es una comedia negra de Paolo Virzì que se acaba de estrenar. Parole sante es un demoledor documental, realizado en 2007 por Ascanio Celestini con los protagonistas de la primera (y última) revuelta de los precarios que trabajaban en Atesia, el call center más grande de Italia y el octavo del mundo (300.000 llamadas diarias).

Uno de los miembros de ese colectivo es Christian. Tiene 36 años, se licenció en Sociología, habla tres idiomas y trabajó seis años como operador en Atesia. Hoy está en paro. "Dejé el trabajo y no encuentro otro. Después de la rebelión, en marzo nos ofrecieron un contrato fijo de 550 euros por cuatro horas diarias si renunciábamos a todos los derechos. Preferí irme".

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Con él están Maurizio, de 29 años, que sí firmó y ya lleva seis años en la empresa. Y Rosanna, que después de tres años ha dejado la polémica sociedad, participada por Almaviva y Telecom (socio italiano de Telefónica): "No teníamos libranzas, seguro, maternidad, vacaciones. Firmar significaba ganar 550 euros para siempre", explica.

El gran call center, situado en Cinecittá, ocupa a 3.300 trabajadores. "Cuando abrió, a finales de los noventa, éramos 6.000. Pagábamos un alquiler por usar las cabinas", recuerda Christian, "y cobrábamos a comisión, por una llamada de 2,40 minutos te daban 80 céntimos. Si no llamaba nadie no cobrabas, y si la llamada duraba 10 minutos, te daban igual 80 céntimos".

Todo ilegal, según la inspección de trabajo, que consideró ficticia la figura del colaborador autónomo, un truco de la empresa para evadir impuestos por valor de cientos de millones. "Telecom recurrió, la izquierda impuso los llamados contratos cococó (colaborador coordinado y continuado), luego llegó la derecha, promulgó la Ley 30 y santificó que éramos autónomos: cero derechos", dice Maurizio.

El colectivo denunció, hizo huelgas y manifestaciones. No las suficientes. "Cuando la izquierda volvió al poder, condonó la deuda a Atesia", dice Christian. "Los sindicatos firmaron. La empresa se ahorró el dinero, despidieron a mil personas y nos ofrecieron volver con peores condiciones. Fin de la historia".

El caso es la punta de un iceberg silencioso y masivo. Italia tiene más contratos temporales que fijos, los salarios más bajos de la zona euro, el récord europeo de evasión fiscal. Más de cuatro millones de personas trabajan en negro o en situación irregular, y la economía subterránea genera el 17% del PIB, según los sindicatos. La precariedad alcanza a todos los sectores y edades: comunicación, agricultura, construcción, ayuda social, sanidad, universidad, administraciones públicas, comercios.

Los precarios no tienen sindicatos, son carne de cañón, mano de obra europea y cualificada a precios del Tercer Mundo. Gente sin presente, atada a trabajos parcos, a una vida parca. Maurizio: "Otros países reaccionan, aquí estamos rincoglioniti [atontados]". Christian: "La izquierda y la derecha han puesto a las empresas por encima de las personas. Trabajas, pero vives bajo el nivel de la pobreza. Para competir, percibes al de al lado como un rival. Nuestro colectivo, en su momento álgido, tuvo 100 personas. Y ha sido el más significativo".

"La cosa está para pedir asilo político", resume Rosanna, licenciada en Psicología clínica, precaria doble por ser mujer. "A los 33 años comparto piso, no puedo tener hijos, viajar es una fantasía, sólo voy a Nápoles a ver a mis padres. Estoy rodeada de mediocridad, metida en la gran trampa del no pensamiento. Y todos son cómplices de esto: las mafias, la Iglesia, los empresarios, los políticos de la bella retórica".

Hay muchas historias parecidas: Giulia, arquitecta; Alessia, secretaria; Ottavia, actriz; Melania, relaciones públicas; Daniela y Alessandra, trabajo social con los gitanos eslavos en Scampia. La precariedad está de moda: los políticos hablan de ellos, "nos prometen mar y montaña", dice Eleonora. Son los apestados favoritos: un ingente vivero de votos indecisos. Una vez voten, ¿seguirán teniendo voz?

Sueldos precarios

- Mario, 45 años, profesor universitario en Roma: 1.400 euros netos.- Giulia, arquitecta técnica, 25 años, relaciones públicas en Roma: 500 euros (jornada de 9 horas).- Filippo, 25 años, licenciado en Ciencias de la Comunicación, asistente de publicista en Milán: 1.000 euros brutos.- Alessia, 37 años, licenciada en Psicología, secretaria en Roma: 1.100 euros.

La sombra de un retraso electoral

Italia nunca termina de sorprender. Resulta que ahora no es seguro que las elecciones se celebren finalmente el 13 y 14 de abril. El estrepitoso aviso fue lanzado ayer por el propio ministro del Interior en funciones, Giuliano Amato, que no excluyó un aplazamiento de la fecha macroelectoral (se libran a la vez las generales, varias regionales y cientos de municipales), después de analizar una sentencia del Consejo de Estado que reconoce el derecho a participar en los comicios con su símbolo a la Democracia Cristiana (DC) liderada por Giuseppe Pizza.El partido es uno de los herederos de la antigua DC escindida en 1994, y había denunciado ante el Consejo que la UDC de Pier Ferdinando Casini había usurpado el símbolo tradicional democristiano, un escudo con la cruz roja. Tras ganar la batalla jurídica, Pizza pidió "la ejecución inmediata de la decisión y el aplazamiento de la fecha del voto".A última hora de la tarde, el Gobierno decidió recurrir ante el Tribunal de Casación la readmisión de la DC, por considerar que se produce cuando está en curso "el proceso electoral", y pidió al Supremo que defina "de una vez" quién tiene la competencia jurisdiccional sobre el proceso electoral.El conflicto nace en una reciente decisión de la Junta Electoral que redujo sus propios poderes. Eso dejó un resquicio a Pizza para apelar al Consejo de Estado. La sentencia obliga, en puridad, a secuestrar el logotipo del partido de Casini, candidato favorito de la Conferencia Episcopal italiana. El problema es que las papeletas electorales están impresas ya, y que el sistema de voto italiano consiste en poner una cruz sobre el escudo de la formación que se quiere votar.La surrealista situación dejó congelada la campaña durante horas, entre apelaciones de todos los partidos.

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