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Columna
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Katyn sin Auschwitz

Lluís Bassets

Uno a uno, con un tiro en la nuca. Así hasta 21.857. La flor y nata de la oficialidad polaca, pero también millares de profesionales de toda condición. La élite de un país que no quería conformarse a su desaparición y al reparto de sus despojos entre Alemania y la Unión Soviética, las dos grandes potencias que lo habían ocupado en septiembre de 1939. Sucedió en la primavera de 1940, en los mismos días en que las cárceles y cuarteles de la España franquista se habían convertido también en un matadero de hombres, ejecutados también por razones políticas aunque de significado contrario.

El exterminio se realizó a propuesta de Beria, en carta dirigida a Stalin, fechada el 5 de marzo de 1940, y clasificada como ultrasecreta. El escrito ordena a la NKVD (la policía de Estado soviética) que juzgue en tribunales especiales, sin comparecencia de los detenidos y sin acta de acusación, mediante la mera producción de certificados de culpabilidad y que "se les aplique el castigo supremo: la pena de muerte por fusilamiento".

Se conoce casi todo de la matanza, pero todavía nadie ha sido interrogado ni acusado en Rusia

Meses más tarde, el 22 de junio de 1941, Hitler invadió la Unión Soviética. De los más de 22.000 polacos detenidos por los soviéticos 448 se salvaron del exterminio, fueron amnistiados y se integraron en el ejército polaco en el exilio al mando del general Anders. Los soviéticos y el propio Stalin se hicieron los locos respecto al ejército polaco aparentemente esfumado, hasta que los alemanes dieron la primera noticia del crimen cuando llegaron a Smolensko y descubrieron unas fosas comunes en el bosque de Katyn.

Tres fueron los campos de ejecución, pero sólo en Katyn, donde se asesinó al aire libre al pie de las fosas, quedaron evidencias suficientes de la matanza. Goebbels convirtió el descubrimiento en un arma propagandística, que le permitió neutralizar las noticias que empezaban a llegar sobre los campos de exterminio nazis. La reacción soviética fue salvaje: reconocer Katyn como el crimen soviético que era se convirtió en signo de colaboración con el nazismo. Los aliados actuaron sumisamente ante el dictador soviético: tanto el Roosevelt admirado por Obama y los progresistas como el Churchill adorado por Aznar y los neocons se sumaron al negacionismo de Katyn para complacer a su aliado.

En España, en cambio, se supo la verdad en seguida; verdad de un lado sin la verdad todavía más terrible del otro: a los españoles de los años 50 y 60 se les contaba una historia de Europa en la que estaba Katyn pero no Auschwitz. Lo contrario de lo que les sucedía a los otros europeos y americanos, que sabían de Auschwitz sin Katyn. En la historia soviética era peor: ni Auschwitz ni Katyn, todo confundido en la Gran Guerra Patria contra el nazismo con un solo héroe llamado Stalin; ni eran judías las víctimas de los campos, ni eran soviéticos los verdugos de Katyn.

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La documentación probatoria, con la carta de Beria incluida, fue guardada celosamente en los archivos del PCUS, sin que tuvieran noticia de ella más que los máximos responsables soviéticos. Gorbachov eludió todas las peticiones para su publicación, incluidas la del general Jaruzelski, pero no pudo impedir que la perestroika lanzada por él mismo terminara haciendo luz sobre la matanza. En 1988, finalmente, Moscú admitió la responsabilidad de su policía de Estado en el crimen, aunque la presentación de las disculpas no se produjo hasta octubre de 1990. El día en que cedió el poder a Borís Yeltsin, en diciembre de 1991, le entregó personalmente la carpeta que contenía la carta de Beria a Stalin, con una indicación: "Temo que puedan surgir complicaciones internacionales. Pero eres tú quien tiene que decidir". En 1992, Yeltsin entregó la documentación al tribunal supremo de la Federación Rusa para que la adjuntara al proceso contra el PCUS como organización criminal, así como al presidente polaco Lech Walesa.

Se conoce casi todo de Katyn. Los nombres de los ejecutores y los responsables, los móviles del crimen y los documentos probatorios. Nadie ha sido acusado y ni siquiera interrogado en Rusia acerca de todo ello. Andrzej Wajda hizo hace dos años un filme estremecedor, que ahora se ha estrenado en España. Pero en la Rusia de Putin, la niebla cubre de nuevo la memoria del estalinismo. No es extraña la inquietud actual de los polacos.

Katyn tiene la misma edad que los hechos de similar crueldad cometidos por unos españoles contra otros españoles. Pero nuestro Tribunal Supremo ha querido procesar a Baltasar Garzón, el juez que quiere saberlo todo sobre aquellos crímenes. Es Katyn sin Buchenwald, Mauthausen y Auschwitz, todavía.

(Fuentes: La matanza de Katyn, de Victor Zaslavsky y A puerta cerrada. Historia oculta de la Segunda Guerra Mundial, de Laurence Rees, también resumido en el artículo Katyn de la revista Claves de Razón Práctica, nº 191).

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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